sábado, 31 de octubre de 2009

El misterio...ni


Trabajo en un ministerio. No diré cual para evitar riesgos, que la afición literaria está mal vista en la Administración. Me pagan por trabajar, no por escribir. Menos aún por pensar. Que eso no es ya que esté mal visto, es que roza el peligro. Pensar libremente es un riesgo, decir lo que uno piensa una inconveniencia. Escribirlo, una provocación.

No voy a echar tierra sobre la Administración porque por muchos males que tenga, y algunos tiene, son muchísimos menos que en la empresa privada. Y tampoco es que en la privada se incentive la autocrítica. A nadie le gusta que le pongan delante de los ojos las propias miserias.


Me lo he preguntado a mí misma muchas veces, más estos días ¿Te gustaría que alguien fuera contando tus historias en un blog? No, no me gustaría, ya te lo digo. Ni que lo hagan con ironía ni que lo hagan con mala leche. Ni siquiera si hablaran sólo de mis virtudes. No me gustaría.

Soy una tímida. Pero, sobre todo, soy una ciudadana particular. Defiendo mi derecho a la privacidad.


Cuando uno es un cargo público debe perder esas pudibundeces. Y, en tanto permanece en él, está sometido al juicio de los demás. A los que han votado para que resuelva los problemas de su ámbito y a los que le pagan por su trabajo. Debe perderlas él y deben perderlas sus subalternos que, por lo que tengo visto, son los peores.


Ellos son los que se escandalizan cuando descubren que se publica algo que no controlan. Ellos los que claman justicia, templanza, prudencia, y el resto de virtudes teologales y cardinales. Los que montan el pollo.


Hemos quedado, pues, en que trabajo en un ministerio. No diré cual. El misterio…ni.


Continuará.

viernes, 30 de octubre de 2009

El ojo de la aguja

Nadie es perfecto, ni siquiera yo. Una prueba de mi imperfección es que cada día soy más anticlerical. Respeto sinceramente las creencias de cada cual pero estoy convencida de que todas las iglesias persiguen el poder y hacer negocio. Por lo que alcanzo a ver y por lo que la historia enseña suelen alcanzar ambos fines.

Estimo, por tanto, que la influencia eclesiástica es perniciosa. Incluso las manifestaciones aparentemente inocuas acaban resultando perversas. Ahí está el caso de las parábolas. En una primera lectura parecen historias ingenuas, inocuas, hasta infantiles. La realidad demuestra que esconden un peligro evidente.


Para no alargarme, señalaré la máxima evangélica de que es más fácil que un camello pase por ojo de una aguja a que un rico acceda al reino de los cielos. A simple vista, parece un manifiesto a favor de lo que ahora llamamos clases desfavorecidas, que vienen a ser los pobres de siempre. Pues nada de eso. En realidad es un estímulo para la rapiña.


A ver si me explico. A los creyentes cristianos pobres se les ofrece la esperanza permanente del paraíso en el más allá, de la misma manera que a los creyentes islámicos se les ofrecen las alegrías de una vida disipada en compañía de huríes al peso. En consecuencia, unos y otros, los pobres del mundo unidos, procuran, en la medida de lo posible, atenerse a las normas de sus respectivas religiones para asegurarse el bono vida eterna feliz en el más allá.


¿Y los ricos? ¿Qué hacer cuando de antemano sabes que no vas a pasar por el ojo de la aguja? Algunos, los menos, deciden donar sus bienes a causas nobles y retirarse del mundanal ruido. Optan por una vida discreta y ascética aquí para garantizarse la gloria eterna allá. Son una minoría.


La mayoría asume estoicamente su destino y, puesto que están condenados indefectiblemente, de perdidos al río. O sea, transforman su fatalidad en oportunidad y se dedican a la rapiña de manera más o menos discreta. Últimamente han sustituido la discreción por ímpetu y el comedimiento por la desmedida. Lo quieren todo y lo quieren todo rápido.


Su avaricia, la avaricia y la prisa de los ricos que pueblan la tierra, ha conseguido cargarse el sistema que aparentemente sostenía la economía capitalista. Cargarse el sistema quiere decir que el coste del destrozo ha recaido una vez más sobre los que menos tienen. Se han destruido empleos, ha aumentado el coste de las viviendas, el coste de la vida. Es verdad, también algunos de los ricos, muy ricos son ahora un poco menos ricos. Quienes tenían 1.000 millones tienen sólo 999. Lástima. Pero se cobrarán a su tiempo los daños colaterales. Ya lo verás.

martes, 27 de octubre de 2009

Yo no soy Lisbeth Salander


Yo no soy Lisbeth Salander pero sé cuando me tocan los menudillos informáticos. También sé cuando se impone un cambio de aires. Los cambios son buenos para alguien como yo, un culo inquieto. Culo de mal asiento, decía mi abuela.

Aquí estoy, en este nuevo blog. Ahora bien, ¿para que sirve un blog? Los expertos en la materia no se ponen de acuerdo, cada blog sirve para lo que sirve. Pura filosofía. El ser es lo que es y el no ser es lo que no es.

¿Para qué quiero yo un blog? Para escribir, que es lo que más me gusta hacer. Me sirve para aclararme las ideas, para tratar de explicarme, casi siempre infructuosamente, lo que me sucede y lo que sucede a mi alrededor. Sirve para contarme lo que ocurre y, quizá, para compartir opiniones y un poco de charla con quien pase junto a esta pared.

Una pared en la que, como suelen hacer los graffiteros, dejar una rápida reseña de lo que veo, lo que creo, lo que me gusta y lo que no, de la única manera que sé hacerlo: con la palabra.
Con un principio como guía, ese que Galeano atribuye a Onetti: Las únicas palabras dignas de existir son aquellas mejores que el silencio.

Temo, no obstante, que en muchas ocasiones mis logros no estén a la altura de los propósitos así que, una vez, rendido tributo al autor de mis amores, rebajaré las pretensiones a un nivel más asequible.

Abro este blog porque disfruto escribiendo, ya lo he dicho, más que un@ tont@ con una tiza. Así que bienvenid@ a esta pared. No soy Lisbeth Salander. Más bien soy la de la tiza.