domingo, 29 de noviembre de 2009

Cupo de nueras

Tengo contado en otros lares que percibo mensualmente mi nómina como ordenanza en el misterio…ni, donde trabajo por las mañanas. Las tardes las dedico a la asociación de mujeres donde mis amigas y yo explotamos nuestros recursos intelectuales en beneficio de otras mujeres menos afortunadas que nosotras.

Me licencié en Derecho después de divorciarme de un tipo de la especie drácula, esos que se alimentan de las energías, el tiempo y la autoestima ajenas, preferentemente femeninas. Mi ex era un mozo guapo y bien plantado que a los 20 años se creía el centro del universo y a los 40 seguía ignorando la existencia de otros planetas. Por lo demás, era muy eficaz: me dejó embarazada en el primer encuentro y a punto estuvo de arruinarme la vida. Me libré a tiempo de su influencia estelar pero salí de la órbita con magulladuras. Se llevó a mi hijo, al que ha educado a su imagen y semejanza. Mi heredero es fiel discípulo de su padre. Además de por sus modos, deduzco por sus genes que en nuestro caso el ex era dominante y yo la recesiva.

Cuando me encuentro con el ex – de pascuas a ramos y sólo si resulta imprescindible - me pregunto qué pude ver algún día en un tipo con quien tengo tan pocas afinidades. Cuando veo a mi heredero me pregunto de qué naturaleza es esa cadena invisible pero indestructible que nos une a las mujeres con nuestros hijos, independiente de lo que éstos hagan. La vida gusta de sorprendernos y no siempre encontrarnos respuestas a las preguntas trascendentes.

El hecho es que mi heredero es un chico inteligente y culto. Se licenció en Ciencias Químicas y viajó por Europa gracias a Erasmus. No del Erasmus Rotterdamus, corresponsal de Lutero, que escribió el Elogio de la locura, Manual del caballero cristiano o los Adagios como aquel de que “el pasto siempre es más verde en el campo ajeno”. Mi heredero se agenció una beca Erasmus que le permitió vivir un año en Alemania, el sueño incumplido de su padre. Pasado el año sabático, hizo un master en productos fitosanitarios. De todas las especialidades que podía escoger, es la que más dinero produce, me explicó, en cuanto registre una patente me hago de oro. Naturalmente.

Confieso que entender al chico ha supuesto para mí un largo proceso de aprendizaje. Porque a las madres nos cuesta asumir que ese ser a veces mal educado, a veces egoista, a veces insoportable es el mismo bebé que tanto te costó parir. Y tratas de encontrar argumentos para explicar por qué tu “niño”, sí ese que ya ha cumplido los treinta, tu niño, es así y no como tu quisieras que fuera. El primer argumento es que la culpa de todo la tienen los demás: la (mala) influencia de su padre, la (pésima) influencia de los genes paternos, los malos ejemplos, la edad, el ambiente, todo menos asumir que el nene es así porque a él le gusta ser de esa manera y que por mucho que te empeñes jamás será como a ti te gustaría.

Me ha llevado su tiempo asumir que el heredero ha salido a su padre pero hace tiempo que me he hecho a la idea de que si alguna vez coincidimos en algo, es que es mi día de suerte. Casi el mismo tiempo que he tardado en entender que por muy hijo mío que sea tiene derecho a decidir su propia vida, exactamente el mismo derecho que reivindico para mi.

No es porque sea mi heredero pero el chico ha salido guapo y ligón, como su padre. Le conozco varias novias, todas cortadas por el mismo patrón: guapas de caerte de culo y justitas de luces. Ahora anda con otra ficha del mismo parchís. Y quiere presentármela. Mi primer impulso es decirle que tengo cumplido mi cupo de nuevas nueras pero no quiero cerrar esa puerta para que no me acuse de intransigente ni de insensible.

Así que me he dejado, una vez más, que me presente a la mujer de su vida de este año. Hemos quedado a comer. La presentación no ha sido prometedora, pero, a estas alturas, yo tampoco soy muy exigente. Nena, esta es mi madre, ha dicho el heredero. No sabes cuántas ganas tenía de conocerte, ha respondido la moza. Gracias, guapa, he dicho yo. Podía haber añadido también yo, pero hoy he dicho buenos días a don Tino y he agotado mi cuota de mentiras piadosas. Así que se han acabado los temas comunes.

- Me ha dicho tu hijo que cocinas muy bien, así que cuando quieras me das tus recetas, añadió la nuera. Yo le quiero mucho y quiero que cuando esté conmigo no te eche en falta.

- No te preocupes por eso, la próxima vez te traigo un libro de cocina pero estate tranquila que seguro que no me añorará.

Terminada la comida, he dejado a los tortolitos camino de su casa. Viven juntos desde dos meses después de conocerse. Son uno de tantos “matrinovios” al uso. Que no es algo que yo discuta, líbreme la tentación. De nunca he sido muy partidaria del matrimonio así que por ese lado, nada que objetar. Lo que me pregunto es si mi heredero y mis sucesivas nueras conocen el significado del concepto compromiso. Que a lo mejor si, pero me da a mí que no. Nueras y yernos son de usar y tirar.

Aún no había llegado al despacho cuando suena el móvil. Es el heredero. Quiere saber qué me ha parecido la miss. Le he dicho, una vez más, que si a él le gusta a mi me parece bien. Y he insistido en que lo importante es que ellos se lleven bien, que los padres no tenemos que opinar sobre la elección de nuestros hijos.

Pero ¿no te parece que es guapa?. ¡Guapísima!, respondo yo, y es en lo que más sincera soy. Además tiene muy buen carácter, aventura él. Seguramente, respondo. Y es inteligente, de las que a ti te gustan, asegura el heredero. ¿Si? No me digas, se me escapa.

Llego al despacho cuando mis compañeras y amigas llevan un rato trabajando. En la puerta me esperan dos mujeres a las que había citado para hoy. Una es colombiana. Dejó en su país marido y dos hijos. Tiene abierto un expediente de expulsión por carecer de documentación reconocida en España. Me dicen que soy ilegal, pero no es verdad, doctora, ni siquiera soy indocumentada por tengo toda mi documentación en regla. Todo lo más, seré excedente de cupo, me cuenta de buen humor.

La segunda es ecuatoriana. Llegó a España con su marido, al año trajeron a los dos hijos que habían dejado en su país a cargo de los abuelos. Ambos tenían permiso de trabajo. Él perdió el empleo hace un año y empezó a sustituir el trabajo por la bebida. El mes pasado la pegó. Hace quince días, se fue de casa llevándose todo el dinero que habían ahorrado. Ella ha cambiado la cerradura de la casa para que no pueda volver. Quiere iniciar los trámites del divorcio.

Me dispongo a estudiar los expedientes cuando suena otra vez el móvil. Es la miss. Quiere saber si podemos vernos mañana para la primera lección de cocina doméstica. Le respondo que no. Mañana no puedo, añado, suavizando la voz lo más que puedo. La próxima vez tengo que armarme de valor y, aunque me acusen de madre desnaturalizada responderé que no quiero ni una nuera más. Tengo mi cupo a tope.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El machismo mata

Pertenezco a la generación que saludó la aparición del periódico El País como la llegada de la prensa realmente democrática y libre. Compré el primer número, que llegó a la ciudad donde vivía al día siguiente de su salida, y durante mucho tiempo lo blandí como bandera de mi compromiso democrático y de izquierda. De eso han pasado 33 años, casi media vida.



El País dejó de ser lo que fue hace tiempo y hoy atraviesa una gravísima crisis económica. La crisis de identidad le viene de más antiguo. Fui suscriptora y me borré para mostrar mi desacuerdo con el trato que dio a Miguel Sebastián en la última campaña de las municipales de Madrid. Menos pegarle una patada en los testículos, le hicieron de todo.

No hubiera tenido nada que objetar si el periódico hubiera explicado su posición contraria al candidato socialista y hubiera apoyado claramente a Ruiz Gallardón. No lo hizo así sino que se dedicó a boicotear a Sebastián de mala manera y a apoyar vergonzantemente al candidato popular.

Desde entonces le he perdido el respeto. Cuando hace unas semanas la SER concedió los premios Ondas y supe a quien habían nombrado el mejor presentador, me pareció que expresaba bien el punto de degradación al que ha llegado Prisa. En ocasiones, me dejo llevar de mis peores instintos y deseo que se de una torta bien dada, una torta memorable. Luego miro al resto de periódicos y, en fin, ninguno es para tirar cohetes.

Lo de ahora es otro hito. El jueves 19 de noviembre, El País publicaba en sus páginas de Opinión un artículo firmado por el escritor Enrique Lynch, titulado “Revanchismo de género” en el que venía a decir que el feminismo está envenenando a las mujeres con un afán de revancha que es la causa de la violencia que padecen. El artículo está motivado por la campaña del Ministerio de Igualdad en la que varias mujeres famosas por su profesión reclaman que “De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será más que yo”.




El tal Lynch empieza por confundir el haber con el tener y da por sentado que las mujeres aspiran a “poseer” más de un hombre, lo cual de ser cierto, no parece que sea delito ni esté mal visto en el caso de los hombres. Olvida que en la vida de las mujeres “hay” un padre y puede “haber” hermanos, primos, novios, amigos, marido(s), hijos…

A partir de ahí el autor se desliza por un desvarío in crescendo que le lleva a reprochar a Shakira que no llore el desamor sino que despache al golfo (sic) con un “a otro perro con ese hueso” o a Julieta Venegas que arroje al ex enamorado al vacío mientras tararea “qué lástima, pero adiós, me despido de ti y me voy”. Parece que lo procedente en estos casos es vestirse de luto o profesar de clausura.

El escritor termina su artículo aventurando que “tres nuevas canciones de esta guisa y la tasa mensual de asesinatos de mujeres acabará por triplicarse” y, ya puestos, se pregunta si no será “este revanchismo resentido lo que ven venir con temor esos bárbaros islámicos”.

Lo primero que pensé al leerlo es que el periódico, tras un largo cuesta abajo en su rodada y las ilusiones pasadas, necesitaba de un buen escándalo para aumentar las ventas. Creo que no ando muy errada.

El sábado 21, la periodista Soledad Gallego-Díaz, le daba adecuada respuesta y el domingo 22, Milagros Pérez Oliva, defensora del lector, remachaba el clavo. Ayer, Judith Astelarra, profesora de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona se felicitaba de la oportunidad que brindaba el periódico de debatir sobre la violencia machista. Fina diplomacia.

Es lo que tiene ser periodista, defensora del lector o filósofa. Yo, como tengo dicho, sólo soy ordenanza del misterio…ni. En consecuencia, puedo afirmar sin llegar a mayores que artículos como el que firma el tal Lynch son sumamente peligrosos en un país donde la violencia machista causa muchas más muertes que el terrorismo etarra.

Las tesis del panfleto, que tan generosamente acoge El País, son peligrosas por lo que tienen de sesgadas y por lo que tienen de malévolas. Olvidan o tergiversan la aportación decisiva del movimiento feminista al avance de la sociedad en general y de las mujeres en particular. Olvidan que las mujeres queremos ser igual, no más pero tampoco menos, que cualquiera de los hombres que hayamos o hallemos a lo largo de nuestras vidas. Y olvidan, sobre todo, que el feminismo dialoga, filosofa, propone y el machismo mata.

Hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, me parece oportuno recordar que en lo que va de año, 49 mujeres han muerto a manos de hombres que no entendieron que ellas eran o querían ser igual que ellos. No más, pero tampoco menos. Igual. Personas, con derechos de ciudadanía. Porque el machismo mata, lentamente o de golpe, pero mata siempre.

martes, 24 de noviembre de 2009

Los secuestrados de la Moncloa


Hay dos cosas que me vienen sublevando en los últimos días: los secuestrados del Alakrana y los intelectuales que “comprenden” a los hombres que agreden a las mujeres.

De los primeros no quiero hablar mucho porque tengo claro que las víctimas nunca son culpables. O sea, los secuestrados son los inocentes de esta historia. Se enrolaron en un barco de una empresa armadora fuerte, lo cual es una suerte porque hay empresas que aún no se han enterado de que la esclavitud ha sido abolida tiempo ha. La dicha empresa, cuyo nombre omitiré porque no se trata de hacer publicidad gratuita, faena en el Índico porque aquel es un mar rico, muy rico en los atunes más adecuados para transformación. Es decir, que lo que capturan lo venden a las empresas conserveras.

La misma empresa, y otras como ella, navegan bien con pabellón español, amparados en los convenios que la Unión Europea firma con los paises ribereños, mediante los cuales pagan sus buenos euros a los paises que ceden sus aguas; bien con pabellón de los países ribereños, por lo general bajo la fórmula de empresas mixtas o simplemente mediante el pago de un canon al país de bandera; o bien, bajo pabellón de conveniencia, lo que significa que el barco tiene bandera de cualquier pais con legislación laxa en materia de fiscalisdad y de derechos laborales.

Muchos de los atuneros son de origen vasco porque éstos tienen una larga tradición en esta pesquería. Eso quiere decir que en el barco el capitán, el patrón, el electricista y el personal de puente son vascos mientras que los curritos son senegaleses, mauritanos, caboverdianos, mozambiqueños o somalíes. En suma, negros de la zona donde el barco faena, pescadores que fueron de bajura pero que, al desaparecer la pesca porque la esquilman los grandes barcos, se ven obligados a enrolarse o a emigrar.

Cualquiera que sea la bandera bajo la que navegan, en los atuneros vascos lo que ondea es la ikurriña. De lo cual puedo dar fe porque lo he visto con estos ojitos que se han de comer la tierra.

Al Alakrana le advirtieron que no saliera del área de protección, a pesar de lo cual se salió porque andaba tras un banco de atunes. Vale. Le pillan y le secuestran una banda de piratas somalíes, mala suerte. El gobierno inicia negociaciones para salvar a la tripulación que, por la naturaleza de los hechos no pueden mantenerse a bombo y platillo sino que precisan de cierta discreción. Desde el primer momento, las familias se ponen farrucas con el gobierno como si Zapatero se los hubiera llevado a la Moncloa y no los quisiera soltar. En ningún momento he oído una sola crítica al armador por su imprudencia. Vale que la crítica al empresario en los tiempos que corren es una maniobra arriesgada porque en el mejor de los casos te puedes quedar en la calle del paro pero de ahí a la murga que están dando con el gobierno, va un trecho.

Que se sepa, el gobierno lo que ha hecho ha sido negociar con quien haya sido menester para facilitar la liberación. Los libera, los lleva a puerto escoltados por dos buques de la Armada –pagados con cargo al erario público- ofrece un avión a las familias para recibir a sus familiares en el puerto que es rechazado por las familias vascas. El mismo avión los devuelve a casa y aún ponen condiciones. Que quieren intimidad. Vale, bueno, hay que tener en consideración que secuestrados y familias han estado sometidos a gran presión. Un poco de paciencia.

Pasan varios días y, una vez relajados, se presentan a los medios de comunicación para poner a caldo al gobierno. Que ahora va a resultar el culpable. Y no es que yo vaya a sacar la cara por el gobierno, que ya sabrá hacerlo él solito. Ni siquiera por don Tino, que ha puesto el médico que los reconoció en el puerto y la infraestructura de apoyo psicosocial a través del Instituto Social de la Marina, organismo que depende del Ministerio de Trabajo e Inmigración.

Vuelvo al principio, las víctimas nunca son culpables. Tampoco en este caso. En este caso lo que son es desagradecidas. Y muy mal educadas.

martes, 17 de noviembre de 2009

El violinista ruso de Sol


El metro de Madrid es un mundo subterráneo que se mueve en paralelo al de superficie. Por sus arterias se desplazan a diario cientos de miles de personas, un millón quizás. La estación de Sol, cruce de líneas y una de las más antiguas de la red, es como el epicentro del tráfico ciudadano, por donde pasa la vida de la ciudad. La vida real, que nada tiene que ver con la que aparece a diario en la prensa.

Si te paras un rato en el vestíbulo central acabas sintiendo vértigo por el runrun incesante de personas que corren de un lado para otro, de una línea a otra, del metro a la calle, de la calle al metro. Gentes de toda edad, procedencia y condición, jóvenes, mayores, niños, mujeres, hombres, blancos, negros, mestizos. Las cien nacionalidades distintas que pueblan Madrid pasan o han pasado en algún momento por aquí.

Cada mañana, muy temprano, observo a una pareja que ha hecho suyo un rincón del pasillo que desemboca en el vestíbulo inferior. Los dos han sobrepasado hace tiempo la sesentena. Ocupan sillas plegables. Él toca el violín y ella pasa las páginas de la partitura. Hay días que observa, pienso que amorosamente, los movimientos del hombre. Otros, asiste a la interpretación con aire ausente. En ocasiones, las notas del violín suenan con una dulzura emocionante. A veces, desprenden la sensación de un cansancio incurable.

Cuando no los encuentro, me desazono. Quizá hayan elegido otro lugar o lleguen más tarde pero yo temo que les haya ocurrido algo. Algo irremediable. Que no volveré a encontrarles.

Los imagino eslavos, rusos acaso. Pienso que él perteneció a una orquesta oficial de las que tanto abundaron en los países del área de influencia soviética. La llegada del sistema capitalista acabó con aquellas estructuras culturales alimentadas con presupuestos estatales. Grandes músicos, bailarines consagrados – incluídos los del mítico Bolshoi – se quedaron sin trabajo. Literalmente en la calle.

Algunos encontraron empleo en cabarets o salas de variedades que han proliferado en la nueva Rusia, la de las grandes fortunas. Otros emigraron hacia el oeste esperando reconocimiento a su valía. Es frecuente encontrarlos en las calles de las grandes ciudades, como Madrid. Me gusta fotografiar sus actuaciones al aire libre. Muy pocos han conseguido revalidar su crédito, otros muchos talentos se han perdido en el camino.

Imagino que la pareja de la estación de Sol es uno de estos talentos perdidos. Tienen aspecto desvalido, como de precariedad irremediable. Delante de ambos, una pequeña caja invita a depositar alguna moneda. Cada mañana paso a su lado, yo también apresurada. Me gustaría preguntarles por su vida pero no me atrevo a invadir su intimidad. Me limito a sonreirles para agradecer su presencia y la hermosura de su música.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Lo que vi

Estamos de efemérides. Acaban de cumplirse cinco años de la muerte de Yasir Arafat, quien soñó una Palestina libre e independiente.


Se cumplen hoy 21 años de la declaración de independencia que nunca ha pasado del papel a la realidad. Poco más que una declaración de buenas intenciones.


“En el contexto de su lucha por llevar la paz a una tierra de paz y amor, el Estado de Palestina pide a las Naciones Unidas que tienen una responsabilidad especial respecto del pueblo árabe palestino y su patria así como a los pueblos y Estados del mundo que aman la paz y valoran la libertad, que le ayuden a lograr sus objetivos, a poner fin a las dificultades de su pueblo y a velar por la seguridad y protección de ese pueblo y tratar de poner fin a la ocupación israelí del territorio de Palestina”.

Aquél “decimoquinto día de noviembre de 1988” se presentaba como “el umbral de una nueva era” pero la realidad es obstinada. Los palestinos están solos y abandonados a su suerte. Abandonados incluso por sus propios líderes, empeñados en luchar entre ellos. El partido Al Fatah, fundado por Arafat y, en teoría, el que gobierna sobre Cisjordania, lo que venimos llamando Palestina, anda a palos con los islamistas de Hamas, que gobiernan sobre la franja de Gaza. Un laberinto que ayuda a entender por qué la situación de Oriente Medio lleva tantos años pudriéndose.

Estas cosas de la alta política es el tipo de cosas a mi me interesan lo justo para estar informada y poco más. Pero el año pasado tuve la oportunidad de visitar Israel y los territorios ocupados. Y eso ha cambiado mi perspectiva. Los palestinos son un pueblo desgraciado. Fueron expulsados de su tierra, obligados a un éxodo permanente. Los más “afortunados”, refugiados en la Cisjordania y la franja de Gaza, con una apariencia de autogobierno, hostigados permanentemente por los asentamientos de colonos israelíes, constreñidos entre una frontera militar y un muro de hormigón.

La instalación de colonos no es un simple cambio de residencia. Requiere previamente el desalojo de los palestinos, que se realiza de forma expeditiva mediante excavadoras, derriban sus viviendas sin contemplaciones, o previa expropiación de las tierras. Una forma más de expolio. Porque los colonos judíos son los únicos ciudadanos con derechos garantizados – protegidos por una guardia pretoriana de militares israelíes y una nutrida fuerza policial - en los territorios ocupados donde, según reconoce Israel, hay cientos de asentamientos con más de 270.000 colonos.

En cuanto al muro, es una construcción de 700 kilómetros de hormigón, vallas y alambrada, levantada con el pretexto de evitar los ataques terroristas a Israel.



Ha sido declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas. No coincide con ninguna frontera establecida. El 80% de su trazado se levanta en el territorio ocupado de la Cisjordania, rodea y protege más de 50 asentamientos de colonos, consolida la usurpación de tierras agrícolas, aisla medio centenar de pueblos y medio millón de palestinos ven cómo se añaden obstáculos a su ya difícil existencia.


Varios miles de ellos han sido confinados en campos de refugiados.



Que, contra lo que puede creerse, ni son campos ni ofrecen refugio. Son ciudades precarias en las que se han cercado a miles de personas privados de sus derechos de ciudadanía, infraciudades en las ya de por sí desabastecidas poblaciones palestinas. No pueden salir del recinto del campo, no pueden trabajar, no pueden trasladarse a otra ciudad sin permisos especiales del gobierno israelí, que raramente se conceden. Carecen de pasaporte, por lo que tampoco pueden viajar. Viven del subsidio internacional, dependen de Naciones Unidas. Así, desde hace décadas. Y cuando algo cambia es a peor.


La visita a los campos de refugiados es una experiencia amarga. La mayoría de los adultos se saben condenados y han perdido la esperanza, pero ¿Qué futuro les espera a los niños y niñas, a los jóvenes, ellos y ellas, de esos campos, de estas poblaciones? Impedidos de moverse para acudir a la escuela o para relacionarse – porque Israel ha instalado más de 500 puestos de control con el único propósito de dificultar cualquier movimiento interior e impedir la salida de los territorios ocupados - subsidiados por los organismos internacionales pero privados de cualquier expectativa personal, son fácil presa de los fundamentalismos y radicalismos de cualquier signo. Son capaces de inmolarse para combatir a un sistema que les ha condenado por el mero hecho de haber nacido palestino, que les hurta la mínima esperanza.

Los palestinos, decía, son un pueblo desgraciado que ha sido abandonado a su suerte. Por las grandes potencias y por los países vecinos, por los mismos árabes. Sus propios dirigentes han sido pasto de la corrupción, se han apropiado del dinero de la cooperación internacional. Les han robado la comida, la asistencia sanitaria, la educación.

Los palestinos, como la mayoría de los árabes, son muy hospitalarios y acogedores. Eran, además, los más laicos de entre sus vecinos, asunto éste que en los últimos años ha cambiado mucho, por el mal ejemplo de Fatal y la influencia de los partidos islamistas. Se aprecia sobre todo en el vestido de las mujeres, antes occidentalizado y hoy totalmente respetuoso con las normas tradicionales.



Hace solo cinco años que murió Arafat. Le sucedió en el gobierno Mahmud Abbas, que, harto del desamparo de las grandes potencias, incluída la América de Obama, harto de la invasión de asentamientos judíos en el corazón de las ciudades cisjordanas, ha anunciado que no se va a presentar a las próximas elecciones. El único candidato que podría sustituirle, Marwan Barguti, está en una cárcel judía, cumpliendo cinco cadenas perpetuas. Todo apunta a que Palestina se dirige al desastre.

En mi viaje a la zona, visité Ramallah, donde reside el gobierno.



Pensé que me encontraría una población en ruinas, pero no, es una ciudad con enorme movimiento comercial, bulliciosa, con buenos comercios, buenos restaurantes.




Y en la Mukata, donde estuvo la sede del gobierno de Arafat, tantas veces atacada por Israel, la tumba del lider desaparecido.




El aniversario de su muerte, ha traido a mi memoria algunos recuerdos de aquel viaje.


Recuerdo a la presidenta de la Cooperativa de Mujeres de Qhalandia, ciudad próxima a Ramallah, que confesó no haber tenido un día de paz en su vida. Recuerdo a Itzhak Frankental, judío, que una vez por semana responde desde una emisora de Jerusalén a las preguntas de quienes buscan una salida digna al conflicto. Es un hombre admirado y respetado que no teoriza.


Hace años tuvo que recibir el cadáver de su hijo Arik, de 15 años, muerto en esa confrontación que algunos se empeñan en perpetuar y otros pretenden parar definitiva y decentemente.



Recuerdo a Molly Malekar, presidenta de la asociación Bat Shalom, que significa Hijas de la paz, una organización feminista integrada por mujeres judías y palestinas que reclaman una mirada femenina del conflicto, trabajan juntas para alcanzar una paz real y una voz igual para mujeres judías y árabes en la sociedad israelí

Recuerdo a Samira Khoury, palestina, veterana activista por la paz, los derechos humanos y de género. Su militancia política le ha costado varios años de la cárcel. A pesar de lo cual, es una persona alegre, infatigable y animosa. Hace 50 años creó la Asociación de Mujeres Democráticas en Nazareth.

Recuerdo a los hombres y mujeres, judíos y palestinos, que trabajan cada día por la paz pero sé que son minoría.

De aquella visita guardo una pequeña pancarta que encontré en Sderot, en la frontera de Gaza, después de una manifestación en solidaridad con los soldados israelíes secuestrados por Hamas. La pancarta dice: "Tu indiferencia nos mata".


Es imposible permanecer indiferente después de conocer Palestina. Yo, sólo puedo contar lo que he visto. He visto un pueblo, el palestino, amenazado, perseguido, expoliado, empujado al límite de su resistencia, pero también otro pueblo, el israelí, deseoso de vivir en paz, de fronteras seguras. He conocido iniciativas, en ambos lados, que buscan un acuerdo de paz sobre la base de dos estados y fronteras seguras, respeto a los límites de 1967, retirada de los colonos de los territorios ocupados, liberación de presos palestinos – se calcula que hay cerca de 15.000 presos políticos y 800 presos administrativos – retorno de los refugiados y capitalidad compartida en Jerusalén. Y he observado obstáculos, una cadena interminable de obstáculos.

La evocación de aquel viaje, tan hermoso y tan emocionante, por otro lado, me empuja a hacer lo que único que está en mi mano: contar lo que ví.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Lucrecia Pérez Matos


Hay fechas que duelen. Hoy se cumplen diecisiete años de la muerte de Lucrecia Pérez Matos. Tú dirás, ¿Quién fue Lucrecia? ¿Cómo murió? Te contesto: Lucrecia fue una mujer pobre, inmigrante y negra. Y esa trinidad responde a todas las preguntas. Porque en toda su vida no fue otra cosa que una mujer, negra y pobre. Nació en la República Dominicana que no visitan los turistas y allí malvivió hasta que a los 33 años alguien le animó a emigrar a España. En Vicente Noble, su pueblo, dejó marido y una hija pequeña, que se llamaba Kenia. Vino a buscar una vida mejor para ella y para los suyos.

Trasplantada de un día para otro del subdesarrollo a la sociedad del despilfarro, tuvo dificultades de adaptación. Además, era tímida y algo apocada. Encontró trabajo como asistenta y fue despedida antes de cumplirse el mes porque no sabía poner una lavadora. Sin casa ni dinero, buscó refugió en la vieja discoteca Four Roses, al borde de la autovía N-VI, convertida entonces en un local desvencijado y en ruinas. Otros compatriotas le acompañaban. El año 1992 estaba a punto de sacar su última hoja de calendario.

España, que siempre había sido país de emigrantes, se estrenaba como país de acogida. Con los primeros inmigrantes aparecieron también las primeras expresiones de racismo. Algunas autoridades locales miraron con simpatía, cuando no ampararon, aquellos brotes racistas iniciales. Las emigrantes dominicanas se emplearon en su mayoría en la zona de Pozuelo y Aravaca, donde sus reuniones ruidosas empezaron a levantar protestas. “Hay que limpiar la zona de negros”, decían algunas pintadas en las paredes de Aravaca, sin que nadie se diera por aludido.

La impunidad dio alas a los fascistas. Y un día pasaron de las palabras a los hechos. Después de una tarde de copas, una panda de descerebrados quiso dar un escarmiento a los desharrapados del Four Roses. Iban armados, los dirigía un guardia civil. Dispararon a discreción. Mataron a Lucrecia e hirieron a un compatriota suyo.

Aquella noche, yo cenaba con un grupo de amigos. Nos preocupaban los incidentes de Aravaca y buscábamos cómo desactivar aquellas reacciones claramente xenófobas a las que el ayuntamiento, presidido por José Mª Álvarez del Manzano, se empeñaba en restar importancia. La primera versión oficial apuntaba hacia un posible ajuste de cuentas, basada en el hecho de que el herido hubiera sido policía en República Dominicana. Unos días después, fueron detenidos los autores del crimen. Eran españolitos fuera de sospecha. Siempre he pensado que en el terrible trance de ser víctima o asesino, a los españoles nos tocó el triste papel de asesinos.

Lucrecia fue la primera víctima del racismo y la insensatez de un país recién salido del subdesarrollo sin haber aprendido del todo la lección. Hos se cumplen diecisiete años de su asesinato. Murió por ser mujer, pobre y negra.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Coexistencia

Hace años, cuando aún gobernaba Felipe González y ya eran públicas sus desavenencias con el vicepresidente del gobierno y vicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra, el dibujante Forges publicó una viñeta en la que se veía a ambos ya ancianos en una residencia y en sendas sillas de ruedas. ¡Socialdemócrata!, decía uno. ¡Cagón!, respondía el otro. Más o menos.

Lo suyo fue una de esas relaciones difíciles obligadas a la coexistencia hasta que relación y coexistencia saltaron por los aires. Me recuerda a lo que sucede ahora entre el ministro de Trabajo e Inmigración y el presidente de la patronal, Gerardo Díaz Ferrán. Resulta que don Gerardo destripó hasta hacer imposible el acuerdo social en el que el gobierno, y especialmente el presidente Zapatero, tenía puestas sus complacencias y el ministro don Tino sus esperanzas. Don Tino, que pensaba hacer carrera política de diseño a costa de su buena mano con las fuerzas sociales, ha visto disminuidas sus posibilidades por el empecinamiento del jefe de los empresarios. Y yo creo que le ha cogido cierta inquina.

Este don Gerardo es ése que considera que Esperanza Aguirre es cojonuda y que no hay nada como un gobierno del PP para que las cosas estén en su sitio, como Dios manda. El mismo que se ha pasado el tiempo acusando al gobierno, a ESTE gobierno en concreto, de ser un manazas, de no saber administrar el dinero y lindezas parecidas. Pero, mira por donde, resulta que su empresa está con el agua al cuello y lleva varios meses sin pagar a los trabajadores ni a la Seguridad Social. A 20 millones de euros asciende la deuda por impago de cuotas.

Como el personal ha empezado a afearle el asunto y a decir que vaya presidente-empresario que va pifiándolas por ahí, se ha visto en la necesidad de anunciar su propósito de enmienda y afirmar que ya ha llegado a un acuerdo con la Seguridad Social para liquidar la deuda.
La venganza es un plato que se saborea en frío, ha debido de pensar don Tino esta mañana cuando ha visto el periódico. Porque resulta que no, que ni hay acuerdo ni ná de ná, como bien recoge el periódico Público.

Lo más parecido que hay a darle una patada en los morros. Toma diálogo social, habrá dicho el ministro.

Porque en estas cosas hay que ser serio. No puede ir uno echando en cara a todo el mundo sus hipotéticas carencias, incluso las reales, mientras se pasea por la vida con el trasero al aire. ¿Con que el gobierno no sabe administrarse? Pues anda que tu, que te quedas con las cuotas de la seguridad social de los trabajadores…

lunes, 9 de noviembre de 2009

Y tú, ¿Dónde estabas?


Esa es la pregunta inevitable. ¿Dónde estabas cuando cayó el muro de Berlín? Los que dicen que veinte años no es nada, no saben de lo que hablan. Veinte años puede ser media vida o un tercio de la propia existencia.

Hace veinte años yo estaba enamorándome. Enamorándome perdiditamente como nunca creí que pudiera ocurrir fuera de la literatura. Por entonces, había tenido varios rolletes y algún novio formal. Me habían declarado amor eterno y, de lo que recuerdo, debía de haber contestado que yo también, que es lo que se contesta en estos casos. La experiencia ya me había permitido constatar que del dicho al hecho, hay un buen trecho. O sea, era una excéptica en materia amorosa. Sospechaba yo que el amor era un sentimiento literario ajeno a la vida. Una cosa, no necesariamente real, que imaginan y narran los escritores para deleite de la afición.

Lo de entonces, sin embargo, iba en serio. Estaba enamorándome, situacion de enajenación transitoria en la que un@ no es capaz de discernir con propiedad lo que sucede alrededor.

Bueno, pues a pesar de mi estado de enajenación, recuerdo nítidamente haberme percatado de que aquello iba en serio, que esta vez sí, el mundo estaba cambiando. Recuerdo también que pensé que aquellas imágenes, que tan feliz parecían hacer a todo el mundo, tenían una parte oscura.

Me acordé una vez más de Polonia y de los sindicalistas de Solidaridad, financiados con dinero de la iglesia católica y de los americanos, que siempre me han parecido unos meapilas y gente de poco fiar.

Me acordé también de un amigo de adolescencia, un chico alemán que había perdido a su hermano cuando, en compañía de otros amigos, intentó atravesar aquel muro de protección antifascista, como los comunistas llamaban al paredón que los no comunistas llamaban de la vergüenza.

Ni entonces ni ahora me gustaba Erich Honecker, el presidente de la República Democrática Alemana, y su sucesor, recién llegado al cargo, Egon Krenz, como ni entonces ni ahora me han gustado Ronald Reagan, el presidente americano que había dejado la Casa Blanca a primeros de ese año, ni su sucesor, Georg Bush Primero.

Me enteré de la apertura del muro al día siguiente de la noche en que ocurrió. Me alegré justamente por lo que tenía de apertura. Pero recuerdo que algo me chirrió por dentro. Algo parecido a una falta de sincronía, de equilibrio. Pensé en lo difícil que resulta que caigan los muros de este lado.

Ayer, coincidiendo con los fastos que conmemoran el inicio de la caida del bloque comunista, leí las declaraciones del nuevo secretario general del partido comunista español. Se llama José Luis Centella, y sostiene que “mientras haya personas que mueren de hambre o de una enfermedad tratable, hablar de comunismo será el presente y el futuro” y que “el Partido Comunista de España no tiene que avergonzarse de su heroico pasado”.

He pensado en cuántos comunistas honrados han dado su vida luchando por un mundo más justo, más libre y más equilibrado.

Cuando el muro cayó pensé que, esta vez sí, el mundo estaba cambiando y que no estaba segura de que todo fuera para mejor.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Qué disparate

¿Cómo expresar la admiración a un artista cuando se va definitivamente? ¿Cómo manifestar la gratitud por los momentos felices que nos ha proporcionado su maestría? Eso me preguntaba ayer cuando me dirigía al velatorio de José Luís López Vázquez, en el Teatro María Guerrero.

El actor forma parte de las vidas de varias generaciones de españoles, tanto como el aceite de oliva, el café o el negrito del África tropical que cultivando cantaba la canción del colacao. Debutó en el teatro en 1947 y en el cine en 1951. Será difícil encontrar un españolito que no haya visto alguna de sus películas, que no se haya identificado con alguno de sus personajes, para bien y para mal.

En fin, que no se me ocurrió mejor forma de agradecerle su aportación a mi deleite que acudir al velatorio. El teatro estaba lleno de gente, mayores pero también jóvenes. Un chico se llegó hasta el féretro con un ramo de flores y un papel en el que pude leer: Gracias de un actor joven. Había también coronas de la Comunidad de Madrid, del Teatro Español y de sus hijos, que recibían el duelo. Me impresionó la dignidad y mesura del hijo, que, mientras yo estuve, atendió a José Sazatornil – también en la fase de mutis definitivo - y a Lina Morgan - que, como te cuento, llevaba un bolso modelo Amazona de Loewe - entre los famosos, y a varias decenas de ciudadanos anónimos.



A los pies del ataúd, una corona de flores de la que salía una cinta con la inscripción: Qué disparate.

Seguramente, es el mejor resumen de la vida de este actor que compartió con Alfredo Landa el papel del español reprimido y un poco salido, siempre a la búsqueda de turistas suecas, en aquellas películas que se conocieron como españoladas, la mayoría malas de solemnidad. En la realidad era un hombre culto, con una gran preparación artística y un actor de amplio registro. Lo demostró en cuanto le dieron oportunidad. Inolvidables son sus papeles en La Cabina, Mi querida señorita, Plácido o la saga de La escopeta nacional. Le recuerdo en teatro en aquel papel de Equus, a mediados de los 70.

Ayer le di las gracias. Se va con él un poco de nosotros mismos.

De vuelta, pasé por el palacio de Linares, hoy Casa de América, escenario del rodaje de Patrimonio Nacional, donde el actor fue el inolvidable hijo del marqués de Leguineche. De aquella saga, se han ido casi todos: Luis Escobar, Mary Santpere, José Luis Villalonga, Luis Ciges, Agustín González, Alfredo Mayo, Rafael Azcona, el guionista, y ahora José Luis López Vázquez. Quedan Saza y Luis García Berlanga, el director. Un poco ausentes, ambos.

El palacio aparecía levemente iluminado, como recogiéndose de la jornada. Pensé que, entrada la noche, acaso el marqués de Leguineche y sus amigos volverían a tomar posesión de las viejas dependencias, ahora remozadas.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La lista de la lotería


Mal andan las cosas cuando los sucesos sustituyen a la política. Mal andan cuando dentro de cada noticia hay un sospechoso. Peor aún cuando detrás de cada sospechoso hay un cargo público.

Hasta anteayer andábamos enfrascados con el caso Gürtel. Medio centenar – que se sepa – de militantes del PP aparecen enganchados a una red montada para obtener dinero del erario público mediante información o relaciones privilegiadas en virtud de su proximidad al partido conservador.

La mitad – que se sepa – de los invitados a la boda de la hija de Aznar, en su etapa de presidente del gobierno, bajo sospecha. Muchos de ellos protagonistas de ascensos sociales fulgurantes sin que se conozcan los méritos de los susodichos. Millones de euros evaporados a mayor gloria de una panda de militantes peperos. Varios alcaldes, concejales y diputados de la Comunidad de Madrid, diputados y cargos públicos de la Comunidad Valenciana.

En el PP nadie se ha dado por aludido. O bien entienden que la corrupción es cosa de otros y que lo que hace su gente es lo normal o bien consideran que, puesto que tienen la exclusividad del patriotismo y de la españolidad, gastan de lo suyo. Todo lo más, alguno ha esbozado un tímido discurso condenando en abstracto las prácticas corruptas como si tal cosa ocurriera en el espacio sideral.

En estas que a don Tino le están señalando con el dedo. Don Tino es mi jefe. Uno de los detenidos en la Operación Pretoria ha ido largando a quien ha querido oirle que su buena mano en los negocios le viene por su amistad con don Tino, que antes fue alcalde y presidente de la Diputacion y hoy es ministro.

La Operación Pretoria es esa en la que, presuntamente, han pillado con las manos en la masa al alcalde socialista de Santa Coloma de Gramanet y vicepresidente de la Diputación de Barcelona y dos exconsejeros de la Generalitat de CiU, además de algunos voluntarios, en un contubernio que ríete del judeo-masónico. Tipos brillantes, algunos de ellos ricos por su casa y otros por advenimiento, que han encontrado en la administración pública un filón para hacerse de oro.

El procedimiento es simple, tampoco se necesita ser doctor en Ciencias por Oxford. El municipio tiene unos solares baldíos que valen cuatro perras. Un “informado” municipal sugiere a un voluntario que compre esos solares. El voluntario los compra. Inmediatamente, el municipio cambia la calificación de baldío a edificable. Et…voilá. Se produce el milagro laico. Los mismos solares comprados por cuatro perras pasan a valer una pasta gansa. El voluntario y el “informado” se reparten las ganancias. Venden los solares o, por sí mismos o en compañía de otros igualmente voluntarios, edifican sobre esos solares casitas, chalets, supermercados, campos de golf, cosas así, con las que vuelven a multiplicar los beneficios. Y ahí los tienes, ricos los que no lo eran, mucho más ricos los que lo eran ya.

Vamos, que si no tienes varios millones en el banco es, simplemente, porque eres tonto. El único inconveniente de este procedimiento es que la operación es ilegal, vaya por Dios. Y cuando la Justicia – que como es sabido es ciega y más bien sorda – se entera del montaje, echa mano de los implicados – informados, voluntarios y listos – y los enchirona. Generalmente, por poco tiempo. Hasta el momento, no se conoce de ninguno a quien hayan hecho devolver lo ganado con los intereses de los beneficios.

La lista de informados y voluntarios es larga y da casi para un número de la revista Hola. Así, a bote pronto, me acuerdo de los Albertos, aquellos primos de la gabardina, de Javier de la Rosa, al que acusaron de levantarse 180 millones de euros, el caso de la construcción de Burgos, un asunto también de libro que costó el cargo al alcalde de la ciudad y dos años de cárcel al constructor Méndez Pozo. Como será la cosa que uno de los informados-voluntarios más famosos llegó a ser director general de la Guardia Civil…

La lista es casi como la de la lotería, tan larga como para desanimar al más honrado. Algunos, efectivamente, han conocido la cárcel, pero con tratamiento vip. Al poco tiempo, ahí los tienes, tan ricamente aposentados, viviendo a cuerpo de rey, con su dinerito a buen recaudo. Los Albertos son amigos del rey, compañeros de cacerías. Méndez Pozo se ha levantado un imperio inmobiliario-mediático y es dueño de media Castilla y León y un cuarto de Castilla-La Mancha. Camarada del presidente de las Cortes, anfitrión de los Príncipes de Asturias. Y así sucesivamente.

Por eso sigue habiendo tantos voluntarios. Porque a los sinvergüenzas siempre les sale a cuenta.

Yo no digo que don Tino esté en el ajo de estos asuntos, líbreme Dios. Pero ya es mala pata que tenga que verse en los papeles en semejante trance, porque algo le salpicará.

Y eso es muchísimo peor que aparecer en un blog incontrolado.