lunes, 31 de mayo de 2010

La única esperanza


Tengo una vinculación afectiva por partida doble con la tierra de Palestina que acoge en una parte la nación de Israel: me siento vinculada a muchos palestinos y me siento igualmente vinculada a muchos israelíes. Unos y otros llevan años buscando un resquicio para construir la paz.

Por eso venía siguiendo en los últimos días a la “Flotilla de la Libertad” desde que salió del puerto de Estambul con provisiones y ayuda para los palestinos que habitan la franja de Gaza, a orillas del Mediterráneo, conocida como la mayor cárcel del mundo.

Vista de Gaza, desde la ciudad israelí de Sderot

Los palestinos están allí constreñidos por unas fronteras impermeables controladas por el ejército israelí desde que llegó al gobierno un partido islámico radical – Hamás – que ganó limpiamente unas elecciones convocadas y celebradas con el beneplácito de todas las partes implicadas en el conflicto de Oriente Medio. Los habitantes de la franja de Gaza viven en condiciones infrahumanas, privados de casi todo lo que los demás consideramos imprescindible para vivir: alimentos, medicinas, dotaciones para la vida cotidiana.


Levantad el bloqueo a Gaza, dice el cartel


Las organizaciones de ayuda humanitaria vienen advirtiendo de la necesidad de que Israel levante el cerco militar impuesto contra toda legalidad. Pero Israel, gobernado por una coalición de partidos tan ultraradicales como Hamás, hace oidos sordos porque sabe que nadie le va a prohibir que siga siendo el dueño de la zona. Estados Unidos le apoyó, la apoya y le va a seguir apoyando por razones estratégicas de consumo interior y de geopolítica. Europa carece de autoridad moral para exigir a Israel respeto a los derechos humanos. Los palestinos carecen de padrinos que los defiendan y de líderes capaces de negociar.

Esta mañana me he despertado con la noticia del asalto a la flotilla por parte del ejército israelí. Las agencias no se ponen de acuedo en el número de muertos ni de heridos pero coinciden en que hay numerosas víctimas.


Con el corazón encogido, abro internet y encuentro a Meir Margalit, concejal del ayuntamiento de Jerusalén, judío, un hombre de paz que lucha por los derechos de los palestinos, desalojados de sus propias viviendas. Sólo acierto a enviarle un abrazo.

A él y, en mi pensamiento, a Samira Khoury, palestina, veterana activista por la paz, los derechos humanos y de género, que ha pasado varios años en la cárcel, una persona alegre y animosa que hace 50 años creó la Asociación de Mujeres Democráticas en Nazareth.


A Molly Mallekar, de la organización Bat Shalom – Hijas de la paz - una organización feminista israelí integrada por mujeres judías y palestinas que trabajan juntas para alcanzar una paz real, una resolución justa del conflicto palestino israelí, respeto a los derechos humanos y una voz igual para mujeres judías y árabes en la sociedad israelí.


A la presidenta de la Cooperativa de Kalandia, palestina, que confesó no haber tenido ningún día de paz en los años de su vida.


Itzhak Frankental

A quienes están detrás de la emisora “All for peace”. Su directora, Maysa Baransi-Siniora, palestina; el subdirector, Mossi Raz, judío. Itzhak Frankental, judío, que desde el micrófono defiende la necesidad del diálogo con los palestinos y responde las preguntas de quienes buscan una salida digna al conflicto. Itzhak sabe de lo que habla porque un día recibió el cadáver de su hijo Arik, de 15 años, muerto en esa confrontación que algunos se empeñan en perpetuar y otros quisieran parar definitiva y decentemente.

Recuerdo, de manera especial, al comerciante de Hebrón que me vendió las pequeñas vasijas de cristal que abren este post y me dijo: “Ustedes son nuestra única esperanza”, depositando en mí y en quienes hemos tenido la fortuna de conocer Israel la confianza de que sería capaz de contar lo que había visto en la ciudad milenaria y en Palestina.

sábado, 29 de mayo de 2010

Sesión contínua


Ahora entiendo a las modelis que se pasan la vida declarando que no quieren hablar de su intimidad. Más me valdría seguir su ejemplo. Porque todo ha sido mencionar la plazuela de mi casa y esto se está convirtiendo en un espectáculo de sesión continua como los cines de antaño.

Esta mañana, me levanto poco después de las 9, salgo a la terraza a ver qué tal había amanecido el día y me encuentro varias decenas de personas en la plaza. No es posible que hayan leído el blog y vengan a ver qué pasa, me digo.


Efectivamente, no eran lectores del blog sino lectores a secas. Aspirantes a entrar en una biblioteca que abre sus puertas a la misma plazuela y que suele estar muy concurrida cuando se aproximan los exámenes. A las 10 eran muchos más. Mira qué gente más culta tengo por vecindario, sigo diciéndome a mí misma.

Despejada esta primera invasión, mientras desayunamos mi chico y yo en la terraza vemos cómo se aproxima al lugar un artilugio con apariencia de centauro musical: mitad cañón, mitad altavoz.


En efecto, se trata de un invento que un grupo que no logro identificar pone a disposición de quien quiera hacer uso de él para que pueda decir lo que le parezca.

- A ver, usted, caballero, diga eso que lleva guardado tanto tiempo.

El caballero sigue su camino como si nada. La chica que lleva el micro se acerca a unas viejillas que toman el sol en un banco, invitándolas a hablar pero ellas se ríen y callan. Invita luego a un niño.

- ¿No quieres cantar esa canción que te sabes?


El niño, que no debe tener más de dos años, entona una letrilla incomprensible.

Mi chico y yo salimos a dar un paseo y nos encontramos de nuevo el artilugio en otro rincón del barrio.


Pasa un sucedáneo de Bob Marley con sus rastas y su gorro multicolor. Hacia él que se va la chica del micro. El Marley coge el hilo rápidamente y se marca un rap en inglés que rezuma la nostalgia de muchas generaciones de desarraigo. Habla de África, de la tristeza de quienes se ven obligados a dejar su tierra, del amor, de la paz.

Mientras hago fotos oigo a la chica del micro:

- A ver, la señora de la cámara seguro que quiere contarnos cosas.

La señora de la cámara soy, que rehuso como puedo el embite. Entonces se acerca una chica joven de apariencia andina, pide el micrófono y empieza su relato.

- Nací en Perú hace 27 años, llegué a España hace cinco para ganar un sueldo con el que ayudar a mis papás y a mis hermanos, que no tenían nada. He trabajado durante todos estos años en distintos empleos pero desde hace cinco meses no consigo encontrar trabajo. He decidido regresar a mi país. Esta es, pues, mi despedida. Gracias por haberme acogido a quienes lo hicieron. No guardo rencor a quienes me ignoraron, que fueron los más. Siempre llevaré a España en mi corazón.

Devuelve el micro sin perder la sonrisa, mientras los demás seguimos nuestro camino, tratando de disimular la congoja que nos ha dejado con sus palabras.

Comemos tranquilamente y, después de comer, nos disponemos a disfrutar de una siesta reparadora. Veo que en Teleespe ponen una peli de George Clooney y hago esfuerzos por permanecer despierta. A poco de empezar la película, empiezo a oir un rumor de tambores lejanos. El rumor va in crescendo hasta que no es posible entender nada de lo que dice la tele. Salgo a la terraza y veo que por una calle próxima aparece un grupo de seguidores de los de Calanda tocando a todo meter. Mi chico se levanta de la siesta sobresaltado.

- Pero si hoy no es viernes santo…

Como si lo fuera. La sesión dura sólo unos minutos. Menos mal.


Cuando callan los tambores, observamos que en la plazuela de marras hay dispuestas varias filas de sillas como para un espectáculo. Un grupo de gente joven prepara las conexiones para la megafonía en plan andar por casa, es decir, conectando directamente a la farola. Al poco, empiezan los ensayos. Se producen algunos acoples que amenazan dejarnos sordos de por vida.


Con el teleobjetivo alcanzo a ver que a las 18 horas habrá una “performance” de no sé quién. Nos aposentamos en la terraza con las cámaras y el ordenata dispuestos a seguir la actuación.


El grupo viene acompañado de una clá bien dotada: cámaras de fotos y de vídeo y varias decenas de seguidores. La cosa se demora y los asistentes empiezan a mirar hacia las casas próximas. Una de las fotógrafas, con un maquinón de profesional dirige el objetivo hacia nuestra balconada.

- Hasta ahí podríamos llegar, que estamos en nuestra casa. Eso es invasión de nuestra intimidad, protesto.

Mi chico baja los toldos.

- Es lo que te digo yo siempre, que no se puede ir haciendo fotos a todo el mundo, me recuerda.

Por fín, empieza la actuación. Una cancioncilla. La gente aplaude como si acabara de actuar el mismísimo Elvis Presley.

Poco a poco, van levantándose y despidiéndose. La plazoleta retoma su apariencia cotidiana. Gente que va y viene. Mi chico lee y yo pergeño estas líneas. De vez en cuando, miro hacia la plaza y recuerdo a León Felipe y aquellos versos, que tanto me gustan:

Todo el ritmo de la vida pasa
por este cristal de mi ventana ...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa ...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

jueves, 27 de mayo de 2010

Comunicación no verbal


Los seres humanos adquirimos con dificultad la capacidad de comunicarnos verbalmente. Los investigadores de Atapuerca andan estudiando en qué momento de la evolución humana el antecessor o el homo sapiens o comoquiera que llamen al individuo que por primera vez descubrió la capacidad de emitir fonemas y se dedicó a darles un significado. Debía ser una tía lista, si se me permite la licencia.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo y las personas hemos ido adquiriendo otras habilidades comunicativas, incluido el arte del disimulo.

Disimular es una forma de comunicarse también. Comunicas justo lo contrario de lo que ocurre. Envías el mensaje de que todo va bien, cuando sucede lo contrario. O viceversa, te haces la mártir cuando vas incordiando a todiós. Disimular es una forma pequeña de mentir.

A veces se disimula conscientemente y otras de manera involuntaria. En ocasiones con intención de mentir y en otras para no herir.

El gesto es una forma de comunicación no verbal. Tan importante como las palabras y los grandes discursos. A veces, más.

Lo ves en las campañas electorales. El candidato de turno acaba de desayunarse con una encuesta en la que le dan bajo cero y sale ante el auditorio con un discurso triunfalista de a por ellos, oé, oé. Pero con un careto y unas ojeras en los que están grabados a fuego los datos de la encuesta.

La comunicación no verbal de Zapatero ha sido siempre deficiente, incluso en los momentos gloriosos. Tiene un algo imperceptible que comunica regular. Pero últimamente, lo que comunica es para echarse a temblar.

Esta mañana en el Congreso de los Diputados el gobierno en general y su presidente en particular, han pasado un trago amargo. Han sacado las medidas de recorte del gasto público por un solo voto. Eso, que podría ser una buena noticia, en realidad es un dato pésimo. Significa que el gobierno está aislado políticamente y que va a tener muy difícil terminar la legislatura si no consigue reconstruir algunos puentes con otros partidos.

Uly Martín, uno de los buenos fotógrafos de prensa, ha captado la escena en toda su crudeza para El País. Ya pueden hacer los ministros declaraciones optimistas. La realidad es la que es y una vez más la imagen vale más que cualquier discurso.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Los comediantes


Cerca de mi calle hay varias escuelas de teatro. Alguna de mucho relumbrón, de esas que frecuentan actrices y actores que salen en el papel couché. Una de ellas manda al alumnado a hacer prácticas a la calle.


De vez en cuando, sea verano o invierno, un grupo de jóvenes alumnos se pasea por el barrio ataviados con disfraces a cual más peregrino: tomates, naranjas, toreros, novios, damitas románticas, pilinguis, así un largo etcétera.


En verano, en la plazoleta bajo mi casa, de la que ya he hablado, montan una playa imaginaria. El espectáculo anual ha tocado esta tarde. Por lo que puedo colegir, los actores tratan de incorporar a los transeúntes a su farsa, con escaso resultado, por lo general.


Sólo recuerdo una excepción, la de un grupo de supuestas lumis con un vejete del barrio que debió creer que la providencia le había hecho un milagro ese día, unas chicas tan jóvenes y tan monas empeñadas en llevarlo al huerto.


El hombre se puso a hacer cucamonas en la vía pública y luego no había modo de hacerle entender que aquello era una representación. Él estaba empeñado en pasar a mayores. La sangre no llegó al río porque se trata de gente con recursos pero al hombre se llevó un sofocón.


Por lo general, la gente mira sorprendida las escenas que los actores montan en plena calle y pasan de largo con una sonrisa. Sabedores de que aquello tiene truco. La gente es más lista de lo que algunos creen. Más lista que algunos de los senadores que ayer montaron una barahúnda de no te menees a la voz de Zapatero dimisión. Un show mediocre, pero show.


Los senadores, conviene recordarlo, se sientan en la Plaza de la Marina Española en virtud de un mandato que les otorgan los ciudadanos bien directamente, en las elecciones legislativas a través de la urna del Senado, bien mediante designación de las comunidades autónomas. Quiero decir que no están por su cara bonita sino por delegación. No por sus méritos sino en representación de quienes los hemos elegido.

No quiero ponerme estupenda pero si yo escojo a alguien para que represente mis intereses políticos lo menos que espero es que sea educado. De paso, le pido que cumpla lo que prometió en el programa electoral que para eso le di el voto pero, en primer lugar y condición sine qua non, que no me ponga en evidencia ni me saque los colores.

Mejorando lo presente, si me invitan a un sarao cuando tengo que estar pasando los papeles a don Tino y paso la invitación a una amiga, lo menos que puedo esperar de ella es que sepa comportarse y no que vaya a la fiesta y se haga pis en el comedor del anfitrión.

Ya he dicho en alguna ocasión, y por si acaso lo repito, que no he votado nunca al PP y no tengo la menor intención de hacerlo pero verlos ayer en sede parlamentaria comportarse como auténticos hooligans me produce un poco de dentera. ¿A qué colegio han ido estos chicos? ¿Nadie les ha enseñado un poco de urbanidad? Tan fisnos para algunas cosas y tan groseros para otras.

Conste que no me parece mal que le digan al presidente lo que tengan por conveniente. Muy al contrario, es allí y en el Congreso donde creo que deben decirle, a + b, lo que hace mal y cómo ellos lo harían mejor. Pero montar un pollo tipo guardería, francamente, ya estoy un poco mayor para esos espectáculos.

Para no mencionar que los senadores, como los diputados, se levantan mensualmente una pasta gansa que sale directamente de mis impuestos y que ayer no se ganaron. Si yo tuviera autoridad real, les descontaba a todos el equivalente a un día de salario. Y, de paso, les hacía copiar cien veces: Buen porte y buenos modales abren puertas principales.

Y, al terminar, una ducha de agua fría para templar los ánimos. Que ya le he cogido yo la medida a los tiffosi.

lunes, 24 de mayo de 2010

Agua va


Lo he leido varias veces para enterarme de la cuestión. Cajasur, propiedad del obispado católico de Córdoba, ha sido intervenida por el Banco de España al negarse a fusionarse con Unicaja a pesar de estar al borde de la quiebra.

¿Por qué la negativa? Porque los de Unicaja son unos rojos, dice el baranda de Cajasur, un curita poco posconciliar, según parece. Muy bien, me digo a mí misma, después de todo cada cual es libre de fusionarse con quien quiera, de lo suyo gasta.
Sigo leyendo y me entero que no, que no gasta de lo suyo, que gasta de lo nuestro.

El rescate lo tiene que hacer ahora el Frob, el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, con dinero público. Vale, sigo diciéndome a mí misma, se trata de salvar los depósitos de los impositores de Cajasur, pero ahora meterán un puro a los responsables del entuerto.

Pues tampoco. Los curitas de Córdoba andan jaleándose por el éxito obtenido en aquella plaza, marcando otra muesca en su revólver. Paga la caja tonta, deben decir, la caja de todos. Que para eso sí hay dinero, añado yo.

La pifia de estos curas supondrá a Hacienda la tercera parte de la congelación de las pensiones. Quiere decir, si entiendo bien, que si no hubiera que pagar el agujero dejado por estos manirrotos, los pensionistas (jubilados, viudas, huérfanos) podrían cobrar un poquitín más de lo que NO van a cobrar. ¡Alegría, Macarena!

Por momentos noto como me crece la vena anticlerical. Curas tenían que ser, digo en voz alta. Como están acostumbrados a vivir del cuento, no les parece demasiado que paguemos también esta ronda.

- Deja a los curas que hoy es domingo y estarán en misa, dice mi chico, quitando hierro al asunto. Vámonos al Retiro, que está buen día.

El Retiro es un pulmón verde en el centro de Madrid. Fue jardín reservado de los reyes españoles hasta 1870 que se abrió al uso de los madrileños.

El domingo estaba más concurrido que la Gran Vía. Como es costumbre, la banda ofrecía su concierto en el kiosco, rodeado de jubilatas, que no se pierden una y no dejan una silla libre, todo sea dicho.


El lago reclamaba un semáforo para ordenar el tráfico de barcas, bajo la atenta mirada de la estatua de Alfonso XII, el de dónde vas triste de ti, voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la ví.


Junto al lago, un caballo blanco como el de Santiago pero en plan anuncio. Es una campaña a favor del turismo en Eslovenia. Los niños se fotografían junto a él.


Es imposible dar un paso sin tropezarse con alguien. Nos topamos con paseantes con perritos, dos chihuahuas que van al trote y que van a terminar el paseo como unos zorros.


Una pintadora de caras rodeada de niños.


Un indio ataviado con plumas.


Un micky mouse de cháchara con una colega.


Una gitana empeñada en leer la mano de los paseantes.


Un grupo de mariachis que tocan rancheras mientras algunas parejas se animan a marcarse unos pasos.


Paramos un rato delante de un trío de violinistas, tres chicas muy jóvenes que tocan muy bien. Algunos artistas han empezado así su racha de éxitos: actuando en el Retiro o en el metro.

Luego, buscamos el fresquito de las sendas sombreadas. Da gloria pasear entre estos altos árboles oyendo el canto de los mirlos. Además de nosotros, muchos madrileños han tenido la misma idea.


Parejas maduras y jóvenes buscan un lugar en el césped.


Leen, toman el sol, juegan a las cartas.

Se cruza con nosotros una panda de tiffosi, un grupo residual de los que el sábado animaron al Inter de Milán en la final de la Champions.

- Lo mismo es una de tus víctimas, dice mi chico y no le contesto porque no tengo ganas de discutir, menos aún con él.

Es lo que tiene vivir en el centro, que disfrutas de lo bueno pero también padeces lo malo. Lo malo es que en noches como la del sábado, que Madrid sufrió una invasión de aficionados al futbol, a algunos de ellos les dio por ir a beber a mi calle. Y cuando digo beber y digo mi calle quiero decir exactamente eso. La gente toma, literalmente, una plazoleta que hay frente a mi terraza, y los curritos que atienden las tiendas de alrededor, que siguen abiertas a las tantas, van surtiendo de bebidas. Algunos nos ofrecen recitales musicales, con guitarra o flauta, depende de sus aficiones.

Cuando el guirigay nos despierta, llamamos a la policía local pero lo mismo podríamos llamar a la Nasa, dado el caso que nos hacen.

La otra noche, un italiano se cogió una toña de tamaño XL justo debajo de mi terraza. Le dio cantarina. Eran las 4,30 de la madrugada cuando me levanté, miré hacia abajo y vi al tiffosi acompañado de otros tres camaradas que, al parecer, le animaban a irse. Los cuatro sentados plácidamente en la acera, justo en la vertical donde mi chico había dejado el cubo de agua para regar las plantas.

No lo pensé demasiado, lo confieso. Cogí el cubo y se lo eché encima. Cuando pillé de nuevo la cama aún se oían los gritos. No entiendo italiano pero sé que la última palabra terminaba en …uta.

Por la mañana, en un momento tontorrón, se lo cuento a mi chico mientras desayunanos. Me temo que voy a tener pitorreo para rato.

sábado, 22 de mayo de 2010

Tacones cercanos


La crisis me tiene de mala leche, lo he dicho reiteradamente. La crisis y sus consecuencias, he de añadir. Particularmente, que me vayan a bajar el sueldo. Lo diré por última vez: de esa decisión me importa lo que me afecta pero me importa más lo que tiene de pérdida de derechos, de regresión social. Y de que lo haya decidido un gobierno que se dice de izquierdas pero que sigue sin tocar un pelo a quienes han roto los platos.


Así que, sobre esta materia, punto final. Y no me tires de la lengua, que me embalo, le dije a mi amiga Mamen cuando me llamó el miércoles para vernos y me sacó el tema.
Mamen es amiga mía desde que éramos jóvenes. La quiero como si fuera mi hermana y aunque somos muy diferentes nos entendemos como si fuéramos idénticas. Mamen no es un tipazo pero es muy resultona. Es lo que se llama un culito respingón.

Ahora ya no nos pasan esas cosas a ninguna de las dos pero cuando éramos jóvenes, podíamos estar veinte chicas en una reunión que entraba ella y las demás no teníamos nada que hacer: se llevaba a todos los chicos de calle. No obstante lo cual, tiene muy buenas amigas, además de mi misma que haría lo que fuera menester si lo necesitara.

Por una rara sucesión de azares, nuestras vidas han ido discurriendo en paralelo de las maneras más inesperadas. Ello nos ha permitido vivir momentos muy especiales. En una oportunidad, tuve que ir a un seminario en Gijón, sustituyendo a una compañera que falló, y en la primera de las ponencias me la encontré porque le habían enviado a hacer la información. Pasamos dos días divertidos, como si fuéramos las jóvenes que fuimos años antes.

La última tarde, decidimos dar un paseo desde la playa de San Lorenzo hasta el Elogio del Horizonte, la escultura de Chillida. Nos sentamos un rato en el acantilado, contemplando el mar cuando, de repente, nos sorprendió el sonido de una gaita que tocaba una melodía hermosísima. Fue un momento mágico. A mí se me saltaron las lágrimas por la emoción, por la belleza del lugar y de la melodía, por la suerte de tener una amiga tan estupenda. Llamamos a mi chico y se lo contamos en vivo y en directo. Porque, por otra de esas casualidades que nos suceden, Mamen era amiga de mi chico antes que yo, es el único eslabón común entre su mundo y el mío.

Mamen es periodista y muy, muy buena gente. Yo la considero uno de los regalos maravillosos que me ha dado la vida. Es también la que tiene esa habilidad de la que hablado en otro post, de preguntar quién es ese gilipollas, media hora antes de que le hagan director general.

Mi amiga y yo nos vemos con frecuencia con nuestros chicos respectivos y de vez en cuando nosotras solas. En estas ocasiones, solemos terminar con una ruta por las tiendas de la zona de Serrano. Comprar, sólo compramos en rebajas y no siempre pero mirar todavía sigue siendo gratis.

En febrero del año pasado, quedamos una mañana que yo tenía libre para echar una ojeada a las últimas rebajas. Cuando empezábamos la expedición, me llamó la miss.

- Que si me dejáis unirme a vosotras, necesito una falda.

La miss no sabe el significado del término “necesitar” pero pasamos por alto esta minucia y la admitimos.

- Te esperamos en Adolfo Domínguez.

Mientras llegaba, nos dedicamos a husmear las oportunidades. Era media mañana y estábamos solas en la tienda. Me estaba probando un abrigo en la sala grande de la planta de arriba y cuando me dí la vuelta me encuentro que entra la princesa Leticia acompañada de uno de los dependientes.

Yo quería advertirla de que tenía a la princesa detrás de ella pero no podía hacerlo porque ambas estaban frente a mí, aunque una detrás de la otra y tampoco era cosa de dar el cante delante de la royal. Hasta que no llegó a mi altura no pude decirla que tenía a Leticia a su espalda.

Entretanto, la princesa no debió de encontrar nada interesante y ya se había dado media vuelta para salir.

- ¿La saludamos?, propuso Mamen.

- Yo no, a mi la realeza, ni fú ni fá, respondí.

- ¿Cómo es el protocolo en estos casos?

- Ni idea, pero da lo mismo porque ya se ha ido y no vamos a salir corriendo detrás de ella para que nos firme un autógrafo.

Yo me compré el abrigo a muy buen precio, por cierto.

A los pocos minutos, llegó la miss.

- ¿No te has encontrado con nadie?, la preguntamos.

- No, a estas horas sólo a vosotras se os ocurre ir de compras.

- A nosotras y a la Leti, chuleamos ambas.

La miss fingió sorprenderse pero yo creo que no nos creyó del todo. Así que siempre que salimos solas, volvemos a Adolfo Dominguez a ver si vuelve a sonar la flauta, dispuestas a inmortalizar el instante con una buena foto. Nunca más nos ha sucedido, pero nosotras seguimos insistiendo.


El miércoles quedamos a comer en el restaurante del museo Thyssen, el menú del día, que no están las cosas para tirar cohetes. Como ya hemos visto la exposición sobre Monet y la abstracción, seguidamente, emprendimos la razia.

- ¿Llamamos a la miss?, propuso Mamen.

- Quita, quita, respondí.

- Si van a seguir juntos, deberíamos espabilarla un poco, insistió ella.

- A nosotras no nos espabiló nadie, argumenté por mi parte.

- Pues mejor nos hubiera ido. Además, yo me he puesto tacones para parecer un poco más alta y no voy a sufrir a lo tonto.

La llamamos. Mamen no tiene hijos y siente debilidad por el heredero. Ahora ya no, porque vamos teniendo una edad pero antes, cuando se le ponía la hormona de punta y le daba la vena sentimental con la maternidad, yo la decía: te lo regalo por una temporada, tampoco para siempre, que eres mi amiga. Ella creía que lo decía en broma pero algunas veces, no sé yo. En la adolescencia del heredero, que fue de antología, juro que lo decía sinceramente. Si lo hubiera aceptado se lo hubiera regalado.
La miss llegó disparada.

- Siento que te vayan a bajar el sueldo, me dijo en cuanto me vio.

- Ni lo toques, ese tema ni mencionarlo, no juegues con fuego, terció Mamen.

Estoy convencida de que la miss cree que somos un par de piradas de la vida, a pesar de lo cual se pirra porque la invitemos a nuestros paseos por Serrano y aledaños. Y como el que algo quiere algo le cuesta, nosotras aprovechamos para aleccionarla.

Es decir, la contamos nuestras batallitas. Si no la interesan, lo disimula bien. Nos tomamos un café, la sonsacamos cómo van sus cosas con el heredero, que parece que bien. A las cinco de la tarde, la miss se despide para volver al trabajo.

La vemos alejarse por la acera del Museo Arqueológico, moviendo el culito como Naomi Campbell, sobre unos tacones que más parecen un andamio. Sólo de verla, me duelen los pies. En cuanto la perdemos de vista, Mamen saca unas bailarinas que llevaba en el bolso y se quita los zapatos de tacón.

- Esta no es tonta, cualquier día nos hace abuelas, me dice Mamen al despedirnos.

- No fastidies, digo yo.

jueves, 20 de mayo de 2010

Pisando charcos


Comentaba estos días con una amiga socialista, de las de convicción, carné y voto fijo, las últimas medidas del gobierno, naturalmente protestando por la reducción salarial a los funcionarios.

- Se mire por donde se mire, le decía yo, este gobierno tendrá que apechugar con el baldón de haber recortado los derechos sociales de millones de trabajadores. Y eso es siempre una regresión impropia de la izquierda.

- Pues sí, respondía ella, será una regresión pero esa medida en concreto, nos da más votos que nos quita.

Lo cual debe de ser cierto, porque no he oído a nadie que haya salido en defensa de nuestros salarios. Ni siquiera el PP, que ahora se declara el partido del progreso y de los trabajadores. Que ya son ganas de hacer declaraciones rimbombantes y meter la gamba, todo a la vez.

Algo debe ir rematadamente mal para que una sociedad asolada por el paro y la crisis se congratule porque a más de tres millones de empleados les bajen el salario. Empleados entre los que se encuentran los maestros de sus hijos, los médicos y sanitarios de sus ambulatorios y hospitales, los policías y bomberos, que les protegen, incluso los barrenderos que limpian las calles. En fin.

Yo creo que es falta de información. Por un lado, que nadie se ha preguntado seriamente para qué sirve la Administración. Por otro, que nos confunden con los interinos de las Administraciones, los que son elegidos para cuatro años.

Cuando uno se plantea para qué sirve un ayuntamiento, le viene inmediatamente a la mente los pollos de la Gürtel trajinándose el valor añadido de los pisos, cuyos beneficios están pagando con tanto esfuerzo las generaciones de nuestros hijos.

Cuando uno piensa en Diputación le viene a la memoria la saga de los Fabra, esos bienaventurados a los que siempre les toca, incluso la lotería. Cuando uno pregunta por una autonomía se retrotrae a los trajes del Camps, por otro alias el curita, ese hombre feliz. Y cuando uno piensa en el gobierno, evoca las declaraciones de hoy sí, mañana no, luego puede ser.

Eso es porque estamos de mal humor. A mí, en concreto, aún me dura la mala leche por la bajada salarial y creo que me durará un tiempo porque cuando empiece a pasárseme el mal rato, volveré a recibir la nómina y así sucesivamente.

Si observáramos la realidad con ojos menos condicionados, sin el resacón que nos ha dejado el último parte de guerra por un lado, y sin la experiencia secular del vuelva usted mañana, por otro, seguramente valoraríamos mejor – y exigiríamos más – a nuestras administraciones públicas.

En eso estaba pensando ayer, ligeramente abstraída en mis elucubraciones, cuando se me cruzó en la vertical del pasillo don Tino, que volvía de hacer el don Tancredo en el Congreso de los Diputados. La ojera a la altura del hombro, cariacontecido y tristón. Tú me dirás, con lo que le están dando.


Dos años dialogando con los agentes sociales y no consiguen cerrar un mínimo acuerdo, el paro galopando por Úbeda y sus cerros, las pensiones tiritando a fuerza de congelación. Y los funcionarios mirando con mala cara. Como para escapar al exilio.

Al exilio acaso no, pero don Tino lleva una temporada de tournée, haciendo bolos. Todo lo que quedaba por inaugurar, se ha inaugurado. Lo que estaba pendiente de reunir se ha reunido. Lo que había que hablar, excepción del diálogo social, se ha hablado. Lo que había que pactar o convenir, se ha pactado o convenido. Un sin parar.
Don Tino pasó ayer por el Congreso, que los miércoles es día de control parlamentario. Control significa en este caso, que cualquier diputado puede formular la pregunta que se le ocurra al gobierno y éste – los ministros – tienen la obligación de responder.

Las preguntas de ayer giraban en torno a la congelación de las pensiones. El diputado del PP le reprochó “las lamentables consecuencias de la política económica descabellada” de este gobierno y el ministro le respondió que el gobierno ha subido las pensiones el doble de lo que las subió el PP.

Fuera del hemiciclo, don Tino, que le ha cogido gusto a largar con los periodistas, añadió que “no está en la agenda retirar las ayudas de 426 euros a los parados que hayan agotado la prestación y el subsidio”. Desmentía así las declaraciones de la jefa de empleo, doña Maravillas, que el día anterior advirtió que habrá que ver "si procede o no la prórroga del Programa Temporal de Protección por Desempleo e Inserción (Prodi)". Que se ve que no les da tiempo a ponerse de acuerdo en lo que hay que decir.

Por si no tuviera bastante con lo suyo, el ministro añadió que "de momento no está en la agenda del Gobierno, ni ninguna propuesta del Gobierno contempla subir impuestos". Lo decía minutos después de que el presidente Zapatero anunciara que el gobierno se plantea subir los impuestos a las rentas más altas, “a los que realmente tienen”.

De vuelta del Congreso, don Tino se metió en su despacho y Manolo siguió camino del suyo. Ni uno ni otro dijeron media palabra pero juraría que Manolo iba pensando: Mira que es aficionado mi señorito a meterse en todos los charcos.

domingo, 16 de mayo de 2010

Sinfonía del nuevo mundo


En mi adolescencia, se decía que el mundo iba a acabar al llegar el siglo 2000. A mí me educaron en el rechazo a lo irracional y a la superstición así que pensé que se trataba de una superchería, la teoría milenarista que predica la llegada de todos los males con el paso del siglo o del milenio. Ahora sé que estaba equivocada.

El mundo se ha acabado. El mundo que conocimos, el de mi infancia, se terminó para siempre. Da igual que lo reconozcamos o que nos resistamos a admitirlo. Nada es igual. Hasta la aldea más pequeña perdida en cualquier rincón del planeta ha sufrido un cambio drástico. El mundo tal como lo conocimos se acabó.

Cuando yo hice la comunión, para hablar por teléfono entre un pueblo de Barcelona y otro de Madrid había que esperar varias horas hasta que se establecía la comunicación. Ahora, es posible comunicarse instantáneamente entre cualquier punto del planeta. Y ese es solo uno de los cambios menores. La informática ha modificado el sistema de producción y el pensamiento lógico de las personas. La política ha cambiado la vida de millones de personas en el planeta.

Cuando yo nací, Estados Unidos representaba eficazmente la fuerza del capital y la URSS representaba teóricamente la fuerza del trabajo. El mundo se dividía en dos frentes que se controlaban mutuamente de manera que ni uno ni otro se desmandara más allá de lo establecido. Era la guerra fría.


Murió Franco, cayó el muro de Berlín, desapareció la Unión Soviética; se evaporaron los países de su área de influencia como se evaporó la guerra fría. Cuando cayó el bloque comunista muchos se felicitaron argumentando que estaba corrompido y era ineficaz. Pero nadie cuestionó la corrupción del sistema capitalista y su ineficacia para dar respuesta a las necesidades de muchos millones de personas en este planeta.
Estados Unidos dejó de tener un imperio a su altura que le marcara los límites y le enseñara los dientes, llegado el caso. El capitalismo dejó de tener barreras. La fuerza del trabajo dejó de tener representación.

Hace tiempo que desapareció el escenario que nos fue familiar. El entorno cálido y abrigadito, protegido de los conflictos exteriores. Ahora, todo es universal, las guerras, los conflictos o las crisis. Lo que llamamos globalización no es sino otra forma de llamar al imperialismo. En este caso, el imperio del dinero.

Lo último que hemos sabido sobre globalización, es que el sistema financiero, los bancos, el capitalismo liberal, en suma, se excedieron en sus ambiciones y acabaron comiéndose sus entrañas. Cuando se percataron de su vacío interior – aunque previamente se ocuparon de poner a salvo el botín obtenido – salieron corriendo en demanda de ayuda. Es la CRISIS, decían los dueños del dinero. Si no hay dinero el mundo se parará. Daban ganas de decir, muy bien, que se pare a ver qué pasa.


Porque para muchos millones de personas, el mundo hace decenios que se paró. Para millones de africanos que han sido despojados de sus materias primas porque son pobres, porque tienen malos gobernantes, porque no les permiten acceder al conocimiento y a la gobernanza de sus países. Para millones de americanos indígenas, sumidos en pobreza secular mientras las minorías blancas incrementan sus riquezas seculares. Para millones de asiáticos, condenados de por vida a una existencia miserable de explotación y esclavitud. Para algunos millones de europeos, convencidos de que son ciudadanos libres de una civilización más avanzada y progresista, cuyo único horizonte vital es trabajar, trabajar y trabajar, para mantener un nivel de vida cuya escasa satisfacción es la de tener trabajo.

Cuando el sistema financieron americano amenazó en entrar en quiebra y extender su enfermedad al resto de países, los gobiernos se pusieron de acuerdo en salir al rescate de los bancos. Algunos, los menos, sacaron pecho y anunciaron que se iba a refundar el capitalismo. Pero, en general, gobiernos de izquierdas y de derechas compraron el mensaje de que era imprescindible que los Estados aportaran dinero para salvar a los banqueros, a los grandes ejecutivos que se lo habían llevado crudo. Nadie dijo que ese dinero surge de los impuestos, de las aportaciones de los mismos ciudadanos condenados a la pobreza, a la explotación o al trabajo miserable. Tampoco dice nadie que hay pedir responsabilidades a los culpables de la crisis.

Así ha sido en los países desarrollados. En España, el gobierno ha ido trampeando estos dos últimos años. Primero, negándose a la evidencia. Después, asegurando que se protegerán los derechos sociales.

Hace unas semanas, los mercados financieros han vuelto a actuar como saben hacerlo: especulando. Esos mismos a los que sacamos del arroyo para salvar al sistema, vuelven más fuertes que nunca. El capital, que no tiene más nacionalidad ni otra bandera que el beneficio, se ha decidido a tomar el poder. Un golpe de estado en regla. Zapatero y como él la mayoría de gobiernos europeos ya saben que ellos no son quienes toman las decisiones: es el sistema financiero quien las toma por ellos.


En esa tesitura, Zapatero se ha decantado por dar carnaza a la fiera para que se entretenga. La carnaza somos, de momento, los funcionarios y los pensionistas. De momento. Esa es la refundación del capitalismo.

Los periódicos vienen hoy llenos de análisis a la situación. Recojo el de Luis García Montero en Público y el de Maruja Torres en EPS, así como una información de Público sobre otras formas de reducir el déficit.

Congelar las pensiones es complicado, aunque no imposible. Complicado, porque ataca uno de los pilares del P. de Toledo, pacto al que llegaron todos los partidos políticos y las fuerzas sociales y porque hay que modificar más de una ley.


Bajar el sueldo de los funcionarios es más fácil de vender. En el subconsciente colectivo, funciona aún la idea de que los funcionarios son una panda de vagos que se pasan la jornada tomando cafelitos y resolviendo asuntos particulares y tomando días libres a todo tren. Es posible que haya funcionarios que se ajusten a ese modelo pero son minoría y, en todo caso, será responsabilidad de quien lo permite. La mayoría, son trabajadores que han accedido a su empleo después de unas oposiciones complicadas y duras y que tratan de hacer su trabajo de la manera más eficaz y eficiente posible.


Porque funcionarios no son sólo esos individuos a los que suele dibujar Forges, que resultan tan graciosos. Funcionarios son también los miles de policías que protegen la seguridad en las ciudades o detienen a los terroristas, o controlan el tráfico en las carreteras haga frío o calor. Funcionarios son los médicos de la sanidad pública. Y los profesores de la enseñanza pública. Funcionarios son los que gestionan el subsidio del paro cada mes, los que gestionan los pagos de las pensiones. Funcionarios son los miles de administrativos que resuelven los miles y miles de gestiones que hacemos los ciudadanos cotidianamente. Miles de esos funcionarios perciben salarios por debajo de los mil euros y muchos miles más no pasan de los 1.500. A esos es a los que el gobierno ha decidido rebajar el 5% del salario.

Una decisión histórica, una regresión de los derechos sociales adquiridos. Es verdad que nadie va a protestar por esa rebaja. Después de todo, se trata de funcionarios, esa casta privilegiada que tiene trabajo garantizado. Como estoy afectada, no voy a perder más tiempo en defender mi opinión.

Me pregunto, nada más, que diferencia hay entre un gobierno de izquierda y uno conservador si aquél se dedica a tomar las medidas que tomaría éste. Y, sobre todo, me pregunto donde están representados los derechos de los trabajadores. Eso que llamábamos la fuerza del trabajo.


Se acabó la ilusión del progreso permanente. Por primera vez en decenios, la generación de nuestros hijos disfrutará de peores condiciones que sus padres. La clase media, la burguesía, va camino de desaparecer. La sociedad se estructurara en una clase privilegiada que gozará de todos los privilegios y un proletariado cuyo único horizonte será trabajar para sostener a la primera. Una vuelta atrás hacia el antiguo régimen, hacia el feudalismo.


Así, hasta que alguien caiga en la tentación de leer la historia universal y recuerde que en 1789, con la Revolución Francesa, se proclamaron los derechos humanos y de los ciudadanos. Incluso es posible que alguien se anime a estudiar los fenómenos que propició la revolución industrial. Y a lo mejor aprendemos a sacar consecuencias de nuestra historia.

Y hasta es posible que seamos capaces de aprender a organizarnos de otra manera y de construir un nuevo edificio. Porque el mundo se acabó y es urgente repensar uno nuevo y establecer otras reglas de juego para todos.

viernes, 14 de mayo de 2010

Paseo por el desierto


Hoy no es un buen día, es un día de pesadumbre que será recordado cuando hayan pasado muchos años. Lo estudiarán las nuevas generaciones de abogados: el día que el gobierno de los jueces disparó una bala en el corazón de la justicia.

“A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Vivi mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado mi opinión sobre ellas”, releo una vez más a Saint Exupéry en El Principito.

Público abre con el titular: "El CGPJ se ceba con el juez Garzón". Y añade: "El juez Garzón, última víctima del franquismo. Llamazares se declara en rebeldía".

Leo en El Mundo: “El poder judicial suspende a Garzón”. “Cientos de personas se concentran ante la Audiencia en apoyo al juez”. “Un juez que no ha dejado indiferente a nadie”.

Casi al mismo tiempo, recibo un sms de una amiga: “Que fuerte lo de Garzón. Que vergüenza. Es el mundo al revés. Yo me exilio. ¡Vaya mierda de país!”

Siento una angustia indefinida. No por Garzón sino por mí, por mi generación y por las generaciones que nos han seguido en la España democrática. Algo no hemos hecho bien.


Vuelvo a Saint Exupéry: “A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas? Pero en cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Solamente con estos detalles creen conocerle.


Si les decimos a las personas mayores: He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: He visto una casa que vale cien mil pesos. Entonces exclaman entusiasmados: ¡Oh, qué preciosa es!"

Retomo una vez más el libro del niño que habita el asteroide B-612. Evoco mis recuerdos del desierto. Con esa imagen, finalizo mi lectura.

“Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se lo ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!”.


Mañana será otro día. Espero.