lunes, 30 de agosto de 2010

Allá va la despedida



Hemos ido al pueblo para despedir agosto y a los amigos que aquí se citan cada año. Algunos se han ido ya, sólo quedan los recalcitrantes. Y los viejos, que apuran los días cálidos antes de retirarse a sus cuarteles de invierno: la casa de la capital o la de alguno de los hijos.

Los viejos del pueblo tienen hiperdesarrollado el sentido crítico. Saben exactamente qué es lo que hace mal el mundo mundial y hablan de lo divino y de lo humano con un desparpajo que parecen seres de otro mundo. Hablan de Obama, de Putin, de Chavez, Castro o Zapatero como si comieran con ellos todos los días, como si supieran lo que piensan, lo que dicen, lo que saben. Hablan de los que ellos creen que tienen tufo izquierdoso. A los Bush, Aznar, Rajoy y compañía ni los toques. Y, no se te ocurra poner en cuestión algo que les concierna o de lo que ellos mismo puedan ser responsables porque te lo apuntan en el debe para toda la vida.

Lo digo por experiencia. Hace mucho tiempo, en una tarde agosteña como la de ahora, en un momento de relajo, hablábamos de lo conservadores que son los pueblos castellanos, que no tienen casi nada que conservar, y se me ocurrió decir que, a mi manera de ver, no hay nada más tonto que un pobre de derechas. Interpretaron que yo les había llamado tontos y pobres y aún no me lo han perdonado. A mí me la sopla pero la cruz no me la quita ni el Papa que viniera.

Cuando llegamos el viernes, nos cuentan que el pueblo anda revuelto por las obras. El ayuntamiento ha conseguido unas ayuditas de esas que el gobierno está repartiendo para aliviar el paro y con ellas ha dispuesto pavimentar dos calles porque la ayuda no da para más. Casualmente, en una de esas calles vive una hija del alcalde y un hermano en la otra.

El día que se publicó la aprobación de las obras en el tablón del ayuntamiento se formó la primera bronca. Vecinos de otras calles se presentaron a protestar. El alcalde respondió que eso era lo que había y que si les parecía mal que fueran a quejarse a la Diputación o a la Moncloa.

El alcalde ya ha advertido al PP que no cuenten con él para las próximas elecciones, que está harto de aguantar improperios y de que nadie le agradezca el tiempo que está perdiendo. El PP – porque aquí los alcaldes son del PP por la gracia de Dios – anda tanteando al personal, buscando sustituto.

En cuanto nos quitamos la ropa “de Madrid” nos encaminamos a la plaza donde ya está formado un corro de tertulianos. De vez en cuando pasa un grupillo de críos, por debajo de los veinte años, con bicis y motos de pequeña cilindrada. Ni nos miran. Nosotros y nuestros amigos – de distintas quintas de los años 40 - somos los “jóvenes” de la reunión. Hace rato que se han apalancado los viejos del lugar. Se les nota el enfado.

- Porque éstos no tienen sangre en las venas que si no, ya se habría montado una buena, rezonga uno de los veteranos señalando al grupo de “jóvenes” que zanganeamos cerca de ellos.

- ¿Qué vas a esperar de una gente que prefiere irse a la playa a tostarse como chicharras en vez de venirse al pueblo, que además de estar en su casa, estarían fresquitos?, responde otro.

- A ver, padre, ¿por qué no tengo yo sangre si puede saberse?, se da por aludido Miguel Ángel, ¿y por qué no puedo ir a la playa si me pago los gastos con mi dinero?

Mi chico, que conoce el percal, me hace una seña de que yo ni mú.

- Porque no sé qué se te ha perdido a ti en la playa, en primer lugar, y porque más vale que pensaras en ahorrar en vez de ir por ahí gastando lo que tienes y lo que no.

- ¿Cómo que lo que no tengo?, protesta Miguel Ángel, ¿Te he pedido algo? Además, que me gasto lo que me da la gana, que para eso trabajo todo el año. ¿O es que te crees que la vida empieza y termina en ir a la tierra a ver cómo recogen la cosecha?

Discusiones de este tipo se repiten cada año, forman parte del ritual estival. La queja eterna de los padres que han vivido apegados a la tierra, esclavos de ella, y no entienden que sus hijos quieran disfrutar un poco de la vida, conocer lugares, paisajes nuevos. Para ellos, todo lo que no sea quedarse en el pueblo es dispendio.

En verano, claro, porque los veteranos del secano, en cuanto llega el otoño se apuntan como locos a los viajes del Imserso. Que no quiero hablar de ese asunto pero esos que ahora parecen medio mustios luego protagonizan Sodoma y Gomorra en versión spanish.

El enfado este año va por otros derroteros y, una vez mordida la presa, los mayores no quieren soltar bocado.

- Más valdría que os preocuparais un poco de lo vuestro, de la cosecha y del pueblo. Que ahí tenéis al alcalde, haciendo de su capa y un sayo y pavimentando a gusto de su familia, insiste otro.

- ¡Quiá!, se incorpora otro al coro celestial, a éstos les sacas del fútbol y cuatro tontadas más y no quieren saber nada.

- Anda, ahora resulta que es a nosotros a quienes nos gusta el fútbol, si cuando el mundial no habéis dejado una silla libre en el teleclub, se queja Dani.

- No cambieis de tema, más vale que os fuerais a casa del alcalde y le pusieráis las peras a cuarto, dice mi suegro.

Mi chico, cuyas discusiones con su padre por este tipo de cuestiones son antológicas, propone cambiar de aires.

- Podíamos ir a refrescar un poco a la bodega.

- Eso, salid huyendo como los cobardes para no tener que oir las verdades, insiste mi suegro.

- No te preocupes, padre, ahora pasamos por la casa del alcalde y cuando salga le doy una patada en los huevos y le digo: te la doy yo porque mi padre no puede levantar la pata.

Con las risas no oimos los comentarios de los veteranos salvo un eco ya lejano que dice algo así como ni respeto ni nada.

En la bodega hacemos un pica-pica y, sin darnos cuenta, se nos echa la noche. De allí nos vamos directamente a la cama.

Con el fresquito dormimos como marmotas. Hasta que oimos golpes en la puerta. Cuando nos damos cuenta, tenemos a Maite en la puerta de la habitación:

- Que bajéis de una vez, cojona, que no sabéis la que se ha montado.

Nos vestimos a toda prisa y salimos despepitados detrás de ella. Medio pueblo está en una de las calles señaladas para ser pavimentada. En un extremo, una cuadrilla de albañiles rodea una hormigonera paralizada por tres tractores que se han apalancado -en mitad de la calle. En el otro extremo, el alcalde vocea con los tractoristas: el padre de Miguel Ángel, el de Mario y mi suegro.

- Por última vez os lo digo, o quitáis los tractores o llamo a la guardia civil, amenaza.

- Fíjate como temblamos, responde uno.

- Eso, llama a la guardia civil si tienes cojones, dice mi suegro.

- Cojones son lo que me sobran, contesta el alcalde. Y si no fuera por la edad yo mismo os bajaba del tractor.

- Anda, mira, el alcalde dice que está viejo para subir al tractor, se mofa el padre de Mario.

Siento de veras que, con las prisas, me he dejado la cámara de fotos en casa porque esto lo cuentas y no te creen, me digo. Mario y Miguel Ángel y mi chico se acercan a los tractores con la intención de hacerles abandonar la calle.

- Ojo con las tonterías, que aquí no se acerca ni dios, dice uno. Los otros hacen ademán de poner en marcha las máquinas.

- Al que se acerque me lo llevo por delante, dice mi suegro.

El que parece capataz de la obra, se dirige a voces al alcalde, que está al otro extremo de la calle.

- No pasa nada, jefe, el lunes volvemos. Si hoy veníamos fuera de jornada, dice, conciliador, con un acento indudablemente latino.

- De aquí no se mueve nadie, le responde el alcalde, nervioso.

- A ver si te aclaras, se chotea Mario padre, ¿No decías que nos teníamos que ir?

- Vosotros sí, pero ellos se quedan, por mis santos cojones. Que de mí no se ríe nadie, se queja el alcalde, y menos tres viejos que no pueden ni con los calzones.

Según nos cuentan, llevan así más de una hora. Los tres jinetes han tomado posiciones hacia las 8 de la mañana y así se los ha encontrado la cuadrilla de obreros cuando ha llegado. Éstos han llamado al alcalde y ahí estamos todos siguiendo la representación.

Mi chico, que es de suyo conciliador, trata de apaciguar al alcalde.

- Déjalos que ya se cansarán. Total, un sábado tampoco iban a hacer mucho los albañiles y el domingo yo me llevo a mi padre a casa.

- Tú habla por tí, no por los demás, tercia mi suegro.

- Es que me tienen quemada la sangre, se queja la primera autoridad. Si no fuera por lo que es, me iba a por la escopeta y estos se bajaban cagandose la pata abajo.

- Anda, vete, vete a por la escopeta. Mira a ver si, de paso, encuentras la pistola de tu padre y te cargas a tres o cuatro, como antaño, dice uno entre la gente que sigue la escena.

A mí me corre un escalofrío. Se hace un silencio momentáneo pero, enseguida, unos y otros se enzarzan en acusaciones agrias que no tienen nada que ver con la pavimentación de la calle.

En esas estamos cuando aparece un jeep de la guardia civil. Aparcan en la bocacalle donde están los obreros. Se bajan dos agentes y se dirigen hacia el alcalde. Al llegar a la altura de los tractores miran a los conductores y el que parece jefe les saluda jovialmente.

- ¡Qué! ¿Entreteniendo el verano?

- No, señor agente, responde Mario padre en tono respetuoso.

- Defendiendo lo que no defienden ustedes, contesta mi suegro.

- ¿Qué dais de comer a tu padre que saca esos bríos?, pregunta a mi chico el que resulta ser capitán.

Cuando llegan donde está el alcalde éste les pone en antecedentes.

- Creo que sería mucho mejor si despejaran esto y cada uno se fuera a su casa, medio ordena el capitán.

Pero nadie se mueve. El capitán se pone a saludar a alguno de los veraneantes como si estuviera de visita. Al cabo de un rato, se acerca a los tractoristas. Los tutea.

- Vamos a ver si nos entendemos, dice. Ya hemos visto todos que estais en forma y que podéis paralizar la obra. Pero alguna vez tendréis que usar el tractor para otra cosa de más provecho, digo yo. Así que, por hoy, los obreros se van a ir, van a descansar el fin de semana pero el lunes van a venir a primera hora y la calle va a estar libre. También puede ocurrir que el lunes, cuando vengan los obreros, los tractores sigan en la calle. Entonces seguiremos el procedimiento legal: los retiraremos nosotros, os pasaremos la factura de lo que cueste la operación, y, si no pagáis, sacaremos las máquinas a subasta.

- ¿Y qué pasa con el alcalde? ¿No le van a multar por arreglar sólo las calles de su familia?, responde mi suegro.

- Pues si ustedes creen que hay alguna ilegalidad pueden denunciar los hechos y el juez determinará si hay o no delito, responde el capitán. Pero, mientras se lo piensan yo creo que lo mejor es que se lleven los tractores de aquí y acaben el día tranquilamente.

Los tres abuelos se miran muy ufanos, pero no se mueven.

- Bueno, ustedes verán pero nosotros nos vamos a seguir el servicio, concluye el capitán. Se dirigen al jeep seguidos por el alcalde, Miguel Ángel, Mario y mi chico.

- Joder, cómo se las gastan en este pueblo, dice el guardia más joven.

- No crea, le explica Mario, por lo general es gente mansa, dejan hacer al que manda y se les va la fuerza por la boca. Hasta que un día se les hinchan las narices y dan una campanada, como hoy. Y de campanadas como ésta alimentan rencores toda la vida.

Los guardias saludan muy educados y se van.

Los hijos de los tres rebeldes vuelven a la calle. Mi chico trae cara de mala leche. Se dirige a los sublevados.

- Estoy hasta los cojones de este numerito. Si os parecía mal las calles que eligió el alcalde podíais haberlo denunciado, cualquiera de nosotros os hubiera ayudado, pero ahora habéis perdido la razón. Y lo único que váis a conseguir es que no volvamos al pueblo nunca más. Así que ahora mismo cogéis los tractores y os váis a casa.

Al cabo de un rato, el padre de Mario pone en marcha la máquina y, lentamente, muy lentamente, se dirige al corral. Tras él, el padre de Miguel Ángel.

- Dí que sí, Mario, así se hace, le jalea uno de su quinta en la retirada.

Mi suegro permanece impertérrito, de brazos cruzados, como si estuviera mirando la tele.

- Ahora que ya nos has dado el berrinche a todos, lo mejor que puedes hacer es coger el tractor y llevarlo al corral, le dice mi chico. Luego, se da media vuelta y yo detrás de él.

No hemos andado diez metros cuando se oye la puerta del tractor cerrada de golpe. Amainamos el paso, mi suegro nos alcanza y al pasar a nuestra altura, tira las llaves. Mi chico las coge al aire.

- Si quieres lo retiras tú, dice.

- Éstos, cuanto más viejos, más cojonudos…, murmura Isidra, una vecina que ya no cumple los ochenta. Mi chico pone en marcha el tractor y se lo lleva a casa.

Todavía nos dura el sofoco cuando nos reunimos con los amigos, a la hora del vermú.

- Con estas cosas se te quitan las ganas de venir, dice, por fín, Miguel Ángel.

- El caso es que se pasan la vida hablando de lo divino y de lo humano y luego no son capaces de hablar entre ellos de las cosas que les tocan de cerca, añade Maite.

- Ahora, vete a explicarles a los chicos que éste es un buen sitio para vivir, se lamenta Mario.

El sábado, a última hora de la tarde, sin ponernos de acuerdo, nos percatamos de que a todos nos ha entrado prisa por volver a casa.

Para despejar el mal sabor de boca, una vez en el coche, mi chico y yo nos ponemos a recordar canciones de la tierra. Volvemos a Madrid cantando a todo meter.

Allá va la despedida
la que dió el gato a la gata,
que al bajar la escalera
le metió la quinta pata.

Una despedida sola
dicen que no vale nada
vayan una, vayan dos
vayan tres y cuatro vayan.

Y con esta ya van cinco
y allá va la despedida
y con esta ya van cinco
y ya no cantamos más
si no nos dan vino tinto.

Y allá va la despedida
por encima de un ciruelo,
quién te pudiera pillar
en el pajar del abuelo.

Allá va la despedida
La que echan en Plasencia
El que no lo haiga catao
Que aguarde con gran paciencia…

jueves, 26 de agosto de 2010

De negocios



La reunión se prolonga un rato después de haber terminado la comida. Pasado un tiempo prudencial, el Heredero propone dar una vuelta por el paseo de la Concha. Salimos. Cuando hemos caminato un corto trecho, Gigi pregunta si aceptaríamos tomar una copa en su casa.

- Vivimos aquí cerca, entre el puente de Maria Cristina y el de Mundaiz.

- Por ahí queda el parque Arbaizenea, ¿no?, pregunta Mamen.


- Sí, el parque y el palacio. Ahí es donde se aloja Cayetana cuando viene a San Sebastián, corrobora Gigi.

- ¿Cayetana Alba?, pregunto yo.

- ¿La conoces?, dice Gigi en su inocencia.

- Del Hola, íntimas, respondo.

- En vida de mamá solían reunirse al menos una vez al año para ponerse al tanto de sus cuitas. Ha estado hace poco por aquí, con ese novio que tiene ahora, nos informa.

- Ese novio trabaja en el mismo ministerio que yo, cuento. Pero en otro departamento, a él también le conozco por el Hola.

La casa familiar de la Miss medirá fácilmente 400 metros cuadrados. Mamen sostiene que más de 500. Es inmensa y muy bonita. Se ve que, además de posibles, tienen buen gusto, dos cualidades que no siempre coinciden pero en su caso sí. Resulta, además, acogedora. En realidad, es un duplex con vistas sobre la ría. El piso superior es un apartamento con acceso independiente y comunicación interior, con una terraza desde la que se ve el mar. Yo diría que en la terraza cabe enterito nuestro piso de Madrid.


- El apartamento vamos a arreglarlo para los chicos, dice Ignacio, mientras Gigi asiente. (Los chicos son su hija y mi hijo, ambos unigénitos).
En la sala de juegos – porque esta casa tiene sala de juegos con una mesa de billar, incluso - los cuatro hombres se aferran a las barras de un futbolín - del tipo de los que había antes en muchos bares –se retan y ríen como si fueran cuatro niños.
Las chicas nos sentamos en el salón a tomar un té turco. Mamen y yo nos alborotamos hablando de Estambul, de sus calles, de sus gentes, de la puesta del sol sobre el Bósforo…

- ¿Habéis ido juntas también a Turquía?, pregunta Gigi.

- A Turquía, a Noruega, a Grecia, a Inglaterra, a Gijón… se lanza a enumerar Mamen. Y, de vez en cuando, aún nos hacemos algún viajecito por nuestra cuenta.

- No sabéis cómo os envidio. Yo no he ido nunca sola a ninguna parte ni estoy segura de que supiera desenvolverme, dice Gigi. Siempre he viajado con mis padres y luego con Ignacio, que es el que se ocupa de todo.

Esa historia de la pobre mujer rica me la tengo yo demasiado sabida como para compadecerme. Así que le digo que todo es cuestión de intereses. A unas mujeres le interesan unas cosas y a otras, otras diferentes. Y hay algunas más que no tienen posibilidad de elección. Son las que nacen marcadas por una vida de carencias: carecen de salud, de educación, de casa, de trabajo, de dinero y de herramientas para acceder a cualquiera de ellas. No es el caso de Gigi.

- A las mujeres de nuestra edad nos educaron para paralímpicas mentales, le digo, tratando de ser comprensiva. En realidad pienso que el único problema para viajar es tener ganas de conocer sitios y posibilidades para ir. Lo demás es cuento.

- Seguramente tienes razón, admite ella, y no he peleado lo suficiente por las cosas que me gustan pero no por eso deja de darme envidia cuando os oigo.

Entonces Mamen, que a pesar de su afición al teatro no sabe hacer un mutis, deja caer:

- Pues, nada, eso se arregla organizando un viaje a donde nos apetezca y nos vamos las tres.

Yo pongo cara de asesina en serie pero parece que nadie me mira por Gigi se alboroza como una adolescente.

- ¡Ay! No me digas que me aceptaríais con vosotras. Tenemos que pensar un lugar que nos guste a las tres. ¿Habéis estado en Vietnam?

- Sí, responde Mamen.

- No, contesto yo.

- Yo sí pero me quedé con ganas de volver, propone toda entusiasta.

Yo quisiera explicarle cuatro cosas para dejar sentadas desde ya las reglas del juego, a saber

a.- Hace mucho tiempo que dejé atrás la adolescencia, cuando Mamen y yo salíamos con la mochila a recorrer mundo.

b.- A los lugares exóticos de los grandes expresos me gusta viajar con chico. Y, a ser posible, solos.

c.- Como no soy rica por mi casa (como otras) para viajar tengo que ahorrar primero y luego disponer de días libres en mis trabajos (dos, para más señas, dos trabajos, en cuestión de días soy flexible).

d.- Para curar los traumas, nada como el psicólogo y yo no soy psicóloga.
Pero cuando voy a abrir la boca oigo a Mamen que dice:

- Vietnam a lo mejor es un poco lejos para estrenarnos pero podíamos elegir un buen spa para pasar un fin de semana…


Gigi está exultante, a punto de salir a hacer la maleta y yo, realmente, no puedo poner muchas pegas porque la idea no me parece del todo mala. En estas que suena el móvil de la anfitriona y ella, con esa educación exquisita que tienen las chicas que no tienen otra cosa que exquisita educación, hace un gesto casi imperceptible para acallarlo. Justo el tiempo que yo aprovecho para decirle a Mamen por lo bajinis.

- Giliposhas eres.

Ella me sonríe como si acabara de decirle un cumplido y, a lo mejor, lo es un poco.
En estas, entra mi chico seguido de Ignacio. Vienen hablando de dinero, lo noto en las caras. Oigo que mi chico habla de “menos de un millón de euros” así que no se refiere a nosotros, que yo esas magnitudes ni las huelo. Ignacio dice que “esa es una cifra asumible”.

- Si te parece, te pasamos el proyecto y nos haces un estudio de viabilidad, le propone.

Mi chico es un hombre machadiano en el sentido de que va por la vida ligero de equipaje, salvo el tabaco y el mechero. El resto, incluída cartera, si puede, lo endosa a mi bolso. En esta ocasión lleva cartera pero viene a pedirme una tarjeta SUYA de visita, que él no lleva. Se la doy y le subraya el mail particular.

- ¿Haciendo planes?, pregunto yo corroída por la curiosidad.

- Tu hijo y yo estamos planeando poner en marcha un proyecto de cultivos biológicos y quiero cotejar con un experto la cuestión económica. Es una suerte tener uno en la familia.

El Heredero, que ha entrado después, pone carita de no haber roto un plato. Yo le devuelvo la mirada, como si fuera la máscara de Tutankamon pero él sabe bien lo que quiero decirle: Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente, muchacho.

Se van de nuevo los chicos y nosotras seguimos de cháchara. Repasamos los lugares adonde podemos ir y los lugares adonde hemos ido y luego, sin darnos cuenta, estamos hablando de novios. Ahí Mamen se lleva la palma, es un sector que se tiene muy trabajado.

Yo hago mentalmente repaso de mis novios. Y, de repente, noto que el corazón se me acelera. Como en el anuncio del niño que olvida los donuts y la cartera del cole, caigo en la cuenta de que el Heredero tiene una madre estupendísima, que soy yo, pero también tiene un padre. Mucho menos estupendo, dónde va a compararse, pero igual de padre. El Ex.

Nena, estás como Houston, me digo, tienes un problema. El Ex ya es un problema en sí mismo pero a esta gente tan peripuesta habrá que contarle que la sagrada familia que ellos conocen tiene a sanjosé repe.

Mientras Mamen empieza la narración de sus novios, versión veinte años, me anoto mentalmente: Tengo que pensar seriamente en este asunto. Acto seguido, invoco a Escarlata O’Hara. Mañana será otro día.

lunes, 23 de agosto de 2010

Comida de familia



Ahí está el otro grupo, a dos metros de nosotros. Nos esperan de pie, haciendo tiempo con el maître, que se desvive como si estuviera delante de la familia real.

No es pasión de madre, pero el Heredero está guapo de caerse culo. Y, sin pasión de suegra, la Miss hace honor al título. No me extraña que tenga al Heredero al retortero porque guapa es hasta cansarse. Se me ha puesto además un vestidito, porque de alguna manera hay que llamar a lo que lleva, que a su lado el de Mamen parece un hábito de clausura. Escote mucho más abajo del canalillo, un hombro al aire y la espalda hasta el asiento de la silla.

A la madre me la había imaginado más joven, no sé por qué, pero debemos andar a la par. El padre parece un galán de Hollywood años 60 más tipo Cary Grant en Charada que Robert Redford en Peligrosamente juntos, pero una cosa así. Ambos son tipos altos, de buena estructura ósea. Y guapos, con esa belleza que da el haber comido bien, haber tenido buenas lecturas, una vida confortable y pocas preocupaciones desde muchas generaciones anteriores. Y una buena genética, claro. Ahora comprendo a quién sale la Miss.

El Heredero se adelanta para hacer las presentaciones. La Miss me abraza cariñosa, me da un par de besos y me susurra al oído: Gracias por hacer venido. La sonrío y la achucho un poco.

- Estás muy guapa, le digo, bajito.

La madre se llama Elisabeth del Carmen, pero la conocen por Gigi, por una abuela francesa (se ve que en las familias vascas con posibles siempre hay una abuela francesa, que esto me lo tengo yo muy leído). El padre se llama Ignacio María de Loyola, pero como es gente campechana, sólo le llaman Ignacio. Ignacio, no Nacho, ni Iñaki, Ignacio. Ambos tienen apellidos compuestos con mucho goitia, yoaga, ascoa, gorri, enea, guren, andia o azar. Estos son vascos y no los pobres del coche, me digo mientras duran las presentaciones.

La mesa es circular y está adornada con flores, blancas y rosa pálido. Hay una tarjeta en cada plato. Mi sitio está entre el padre y el Heredero. Enfrente, mi chico flanqueado por Gigi y la Miss. Al otro lado del padre, Mamen, Carlos junto a la madre. Puro protocolo. Y eso que no era nada oficial.

Mi chico me guiña un ojo. Noto que el Heredero me aprieta la mano. No me lo puedo creer ¿qué le pasa a este hijo mío que siempre ha sido un cardo y a quien hay que sacarle los besos con cuentagotas y sin testigos?

- ¡Qué guapa estás!, me dice el muy mamón, te sienta bien el moreno…

- Si lo haces por la herencia no te molestes, le respondo, ya sabes que pienso gastármelo todo.

Esta frase se lo habré dicho cienes y cienes de veces, pero, en ese momento, todos ríen, creyendo que es una ocurrencia mía.

- Él piensa que lo digo en broma pero va totalmente en serio, soy contraria a las herencias, sobre todo si soy la donante, añado. Y noto que todos estamos más distendidos.

- ¿Conocéis la carta?, pregunta el padre, una vez acomodados. Mi chico refiere que éste es el restaurante al que vinimos en nuestra primera visita a Donosti y que, en la última, comimos unas angulas riquísimas. Convenimos en que sea el padre quien seleccione el menú. Entonces hace una seña casi imperceptible al maître, quien da orden de que empiecen a servir. Vamos, que aquí está todo bien ensayado.


Mamen bromea con el Heredero, Ignacio entra rápidamente al trapo. Carlos explica a Gigi los secretos de las Bolsas europeas. La Miss mira tiernamente al Heredero y luego me mira a mí. La comida transcurre plácidamente, Mamen cuenta la vida y milagros de mi Heredero, las gracias que hacía ya en la cuna, lo listo, lo guapo, lo alto que es.

- Parece que quisiéramos colocar al chico, digo yo y en el mismo momento me doy cuenta de que podía haberme mordido la lengua.

- Yo diría que el chico está bien colocado, el padre lo coge al aire. Y, si me aceptas un comentario muy personal, déjanos agradecerte tus esfuerzos y desvelos de madre para educar y formar a una persona tan estupenda y admirable como tu hijo. Tanto Gigi como yo queríamos que supieras que nos sentimos muy afortunados de que nuestros hijos hayan decidido compartir sus vidas. Nuestra hija ha sido siempre una niña idealista y temíamos que se enamorara de alguien que no estuviera a su altura, que le hiciera sufrir, ya sabes, ese temor que nos ataca a los padres - se justifica - así que desde que conocemos a tu hijo no hacemos más que dar gracias a Dios porque nos lo haya puesto en su camino.

A esas alturas del discurso yo me debato entre el culito hecho pepsicola y las ganas de salir corriendo de la encerrona. Sosiégate, nena, me digo a mí misma. El tío este tiene más razón que un santo. Ese zángano que hace ojitos a la Miss me ha costado esfuerzos, desvelos y sinsabores por toneladas. Está muy bien que alguien lo reconozca. Noto en su mirada que a mi chico se le está cayendo la baba. Todos me miran como si yo fuera la novia. Soy consciente de que tengo que responder pero sólo se me ocurren incoherencias y, además, estoy segura de que voy a tartamudear.

- El amor, digo por fin, es algo que la vida reparte a ciegas, una cuestión de suerte. Mi hijo es muy afortunado porque ha encontrado en su camino alguien que le quiere y eso es más de lo que pueden decir muchos seres humanos sobre la tierra. Espero que él sepa lo privilegiado que es y que ambos sean capaces de conservar la ilusión que viven hoy.

Ya repuesta, añado que yo no soy una entusiasta del matrimonio, que creo que las mujeres todavía llevamos la peor parte y la carga más pesada, que creo en las relaciones de igualdad, en el respeto mutuo más que en los papeles. En fín, que les echo un speech porque no van a creerse esta panda de conjurados que se van a ir de rositas después de la que me han montado. Mientras hablo, noto que a la Miss le caen dos lagrimones.

- Deseo que todas las lágrimas que derrames en tu vida sean de emoción y no de pena, le digo.

Entonces, ella se arranca delante de todos y me suelta.

- Yo sé que te he dado la lata muchas veces contándote mis cuitas y que al principio no te caía muy bien (Yo pongo cara de circunstancias). Como te he dicho muchas veces, yo quiero mucho a tu hijo, aunque a veces se portara como un verdadero cabestro (la Gigi pone cara de espanto). Pero ahora que vamos a casarnos, quiero decir delante de todos y de él también, que cuando alguna vez me daban ganas de dejarlo pensaba que un chico con una madre como tú tiene que ser forzosamente un tío extraordinario. Entonces te llamaba, tú me dabas largas pero siempre me escuchabas y me dabas buenos consejos, que yo he procurado seguir. He aprendido mucho de ti y espero seguir aprendiendo, así que no te preocupes que éste no sabe aún lo que vale un peine, concluye señalando al Heredero.

No se me caen las bragas al suelo porque estoy sentada, que diría Julia Roberts. Gigi la mira como alucinada, Carlos se ríe, Mamen la achucha cariñosamente. El Heredero pone ojos de vaca enamorada. Esto va en serio, nena. Y entonces el padre se explica.

- Parece que en esta nueva familia los hombres vamos a estar en inferioridad de condiciones, dice con sorna, así que he de añadir por mi parte que a mí el Heredero me ha impresionado enorme y muy gratamente por su inteligencia dinámica y emocional (¿será eso una virtud?), su capacidad de iniciativa y sus recursos creativos así que, si vamos a ponernos sinceros, quiero anunciar que tengo grandes proyectos empresariales que espero llevemos a cabo juntos.

Al Heredero le chorrea la satisfacción por todos los poros de la cara. Y a mi, ahora sí, empiezan a encajarme todas las piezas.

martes, 17 de agosto de 2010

Mesa para ocho


- Si ya sabía yo que no era buena idea venir a San Sebastian, ya lo sabía. Tres horas, más o menos, después de que se hubieran ido los vascos totales, la familia Torrealdea, con su furgoneta indemne y el susto en el cuerpo, me pasé repitiendo la misma cantinela. Hasta que mi chico, pelín harto, propuso:

- Si quieres no volvemos y aquí paz y después gloria.

Pero allí estaba Mamen para resolver situaciones.

- De eso nada, aquí nos quedamos todos, ahora vamos al hotel, esta noche – recuerdo que era la tarde del viernes – salimos a cenar, damos un paseo por la ciudad y mañana Dios dirá, propuso con tono de ordeno y mando.

Dios no se comunicó directamente con nosotros pero el Heredero llamó prontito para vez qué tal había ido todo. Le pongo en antecedentes del golpe al coche.

- Sí que debiste ponerte estupenda para que tu chico perdiera los nervios, comenta.

- Yo no tuve nada que ver, fue un percance fortuito, alego. Y tú no te pongas sarcástico que todavía puedo arrepentirme y decidir que hoy quiero comer en Santander.

- Tengamos la fiesta en paz, me dice y añade a renglón seguido, que habíamos pensado la Miss y yo que para que no te parezca la comida tan formal, podíamos invitar también a Mamen y Carlos, ya que están aquí. Ampliamos el círculo y así parece menos protocolaria ¿no?

- Mucho menos, dónde va a parar, respondo.

Ni me molesto en preguntar a mi chico, sé positivamente que lo tienen todo bien ensayado. Llamo a Mamen.

- ¿Qué te vas a poner para la comida?, pregunto con voz cándida.

- Lo que nos enseñaron las monjas, responde la incauta, algo elegante a la par que discreto.

- ¡Qué preparadito teniais todo, so guarra!, le digo, ya riendo.

- Hija, es que no se sabe contigo, cuando te pones por la tremenda. Lo hablamos con la Miss y tu chico y nos pareció que iba a ser lo mejor. Y además que yo no me pierdo el momento suegros ni loca, que yo seré menos madre pero soy mucho más tía suya que tú, desbarra de plano mi amiga.

Nos disponemos a seguir las enseñanzas de las monjas. Yo me pongo un collar de perlas, pulsera haciendo juego y el joyón de brillante de la pedida en el dedo, nada más. Me entacono y me echo colonia Chance de Chanel como para tumbar a un regimiento. Soy supersticiosa y tengo para mí que esa colonia me crea buen ambiente. Que no digan que no pongo de mi parte. Mi chico se calza una americana beige que le hace muy guapo pero no se pone corbata. Menos mal.

Mamen, que mide un palmo menos que yo, pero que toda la vida ha sido un culito respingón que te mueres, creo que ya lo he contado antes, se me planta un vestido ajustado con un escote hecho a medida para lucir canalillo.

- El consuegro no come hoy, le digo al verla y a la consuegra se le va a indigestar el ágape.

- ¿Crees que me he pasado?, pregunta.

- No hija, no, estás en tu punto, coincidimos todos: Carlos, mi chico y yo misma.

- Me da a mí el pálpito que estos chicos nos van a dar muchas alegrías a los cuatro, dice, teatrera.

La propuesta inicial era que comiéramos en casa de los padres de la Miss pero como resultaba demasiado oficial y pomposo para una primera vez, quedamos en terreno neutral: el restaurante Juanito Kojua, en la parte vieja de Donosti.
Y allí que nos presentamos, puntuales como británicos.

domingo, 15 de agosto de 2010

Mardito roedore


Me pasa con agosto lo que al gato de los dibujos animados, que no me gusta. Así que en vez de “marditoz roedores” yo suelo terminar el mes diciendo maldito agosto.

Manías particulares aparte, no me gusta agosto porque aguanto mal el calor, porque la gente se amontona – nos amontonamos - en los mismos lugares, a las mismas horas, los mismos días. Y porque casi todos los agostos me ocurre algo malo.

Así que cada año desde que amanece el día 1 del mes estoy deseando que se ponga el sol el día 31.

El pasado viernes llamó la Miss.

- Que si queréis venir a comer con nosotros y con mis padres a nuestra casa de Donosti.

- Huy, hija, imposible, estamos muy liados, respondo rápidamente.

En eso estoy pensando yo, en una reunión familiar con los padres de la Miss, pienso incluso antes de colgar el móvil. Vamos, ni loca. Poco después, llama el Heredero.

- ¿Por qué no quieres comer con nosotros?, pregunta en tono mosqueado.

- ¿Desde cuándo no quiero yo comer contigo?, me hago la tonta.

- ¿Qué tenéis que hacer tan importante para no poder venir a San Sebastián a comer con nosotros y con los padres de la Miss?, insiste él.

- Estamos en el pueblo y también tenemos compromisos, me defiendo.

- Pero podréis dejarlo un día y venir a comer con tu hijo, remacha él con la habilidad que suele.

- Pues mira, nene, decido ir por lo directo, para comer contigo vamos donde sea preciso, incluso con la Miss, si a ti te hace ilusión. Pero no sé por qué tengo que conocer a los padres de la Miss. Y menos aún comer con ellos.

- Algún día tendrás que conocerlos, responde.

- ¿Tan en serio va la cosa?, pregunto yo.

- ¿Qué pasaría si fuera en serio?, se me pone chulito.

- Pues cuando eso ocurra, me avisas, me pongo yo a tono.


Se lo cuento a mi chico que, como siempre, se pone a templar gaitas.

- Pues en Sanse se come bien, eso seguro, dice.

- ¿Comes mal cuando guiso yo?, me voy por la tremenda.

- Bueno, pues cuando decidas lo que quieres, me lo dices pero a mí no me parece mal reunirnos.

A la media hora vuelve a sonar el teléfono. Es Mamen.

- Oye, que estamos de excursión y hemos pensado que podíamos comer juntos.

- ¿Dónde?, pregunto aunque ya me sé la respuesta.

- Hemos pensado que en la Bella Easo. Y, si no fuera porque la conozco bien, su voz sonaría inocente.

- ¿Lo habéis pensado tú y cuántos más?, y también pongo voz de inocente, pero se ve que no lo suficiente.

- ¿Estás con la regla, por milagro de la ciencia?, me dice con sorna.

- A ver, cuéntame qué pasa. Me rindo.

- Me ha llamado tu heredero y dice que no quieres conocer a sus suegros in pectore y que la Miss está muy triste por esa razón. Y, escucha lo que te digo, si la Miss se pone triste tu heredero no moja, y a este paso no vamos a ser abuelas nunca y se nos va a pasar el arroz.

- Ya hago bastante con conocer a sus novias como para empezar a conocer a sus suegros, para que pasado mañana diga que él no quiere compromisos, argumento muy dignamente.

- ¡Qué perras coges, chica! Con lo que a mí me gusta conocer gente nueva. Y que sepas que tus consuegros son gente bien.

- No son mis consuegros, alego.

- Pues razón de más para que no te importe conocer a un matrimonio maduro de San Sebastián.

A media tarde del mismo viernes, después de haber hablado con el Heredero y con la Miss, que se me emociona hasta las lágrimas en el teléfono, nos ponemos en camino.
Quedamos con Mamen y Carlos en Vitoria para desde allí hacer juntos el camino. Hay bastante tráfico en la autopista. Cuando estamos llegando a Sanse, perdemos de vista el coche de nuestros amigos, que ha venido siguiéndonos. Cuando vamos a desembocar en otro enlace, hago ademán de llamarles por el móvil para ver dónde están y no perdernos. Mi chico se despista o algo así, de manera que no reacciona con la suficiente rapidez para evitar a otro coche que está haciendo el stop de incorporación. El catacrack desplaza ligeramente a la furgoneta que nos precedía.

- Cuarenta y cuatro años conduciendo y el primer golpe me lo voy a dar precisamente hoy, murmura el pobre.

Nos bajamos para el asunto de los trámites. El conductor de la furgoneta es un tipo alto con cara de susto. No encuentra la documentación. En el asiento del copiloto, un niño que dice tener diez años pero aparenta dieciocho está lívido del mismo susto. Debe ser esa la razón por la que la mujer no acierta a abrir la puerta de la furgo. El hombre encuentra por fin sus papeles. Le advierte a mi chico:

- Preste mucha atención que lo mismo no sabe escribir mi apellido, es que es vasco. Somos de Erandio.

Estoy a punto de decirle que mi chico, a pesar de lo que haya podido deducir por la embestida, es más espabilado que él y además hizo la carrera en Deusto pero me callo para no echar leña al fuego. El gran hombre vasco resulta apellidarse Torrealdea. Vasco total, sí señor.

Revisamos los coches, el nuestro no tiene nada; el suyo aparentemente tampoco pero el gran hombre se empeña en que la puerta trasera no cierra bien. Mi chico lo anota en el parte de incidencias. El adolescente dice que le duele un poco el cuello; la madre cae en la cuenta de que a ella también. El gran hombre no dice nada.

Cuando ya hemos terminado los trámites aparecen nuestros amigos.

- ¿Qué ha pasado?, pregunta Mamen.

- Que estamos en agosto, eso es lo que pasa, respondo yo. ¡Maldito Octavio César Augusto!

- Marditoz roedorez, añade mi chico tratando de quitar hierro al incidente aunque en realidad aún no se ha repuesto de la mala leche.

jueves, 12 de agosto de 2010

No me gusta que me engañen


No ando yo muy puesta en materia de música actual. Mi chico dice que el rap ha matado al pop y empiezo a compartir su opinión.

Quiero decir que no soy fan de Eminem y tampoco de Rihanna. Lo cual no me impide conocer algunas de sus andanzas. Sé, por ejemplo, que Eminem es un broncas y que Rihanna ha sido víctima de una historia de violencia machista a manos de su novio del momento, un tal Chris Brown, cuyos encantos desconozco.

Según acabo de leer, Eminem y Rihanna protagonizan un tema musical sorprendente: Love the way you lie (Me gusta cómo me engañas). El vídeo promocional del temita abunda en imágenes de violencia entre la pareja con el estribillo “me hace daño, me da placer”.

Los gustos y las perversiones sexuales de cada cual pertenecen al área de lo privado y no seré yo quien opine sobre la materia en tanto permanezca en ese estricto ámbito. Pero hay cosas con las que no debe jugarse. La violencia machista es una de ellas.

La música en general y el pop en particular tienen una influencia decisiva en la construcción de pautas sociales. Cuando un cantante famoso lanza un tema está, en primer lugar, vendiendo un producto pero, al mismo tiempo, está vendiendo un mensaje. Esto es lo que a mí me gusta, chicos, viene a decir. Esto es lo que funciona, esto es lo guay, este es el modelo.

“Un juego de amor, sexo, violencia y mentiras que colocó en pocas horas la canción y el videoclip en lo más alto de las listas”, añade la reseña del periódico.

Eso es lo terrible. Millones de chicos y chicas con el cerebro maleable se alimentarán en las próximas semanas de ese mensaje: me gusta cómo me engañas, y acabarán considerando normal que la pareja se líe a guantazos para expresar sus sentimientos.

No, el amor que implica violencia, no es amor. El amor que miente, no es amor. El amor que implica sometimiento de uno a otro, no es amor.

Rihanna es una pobre chica, por muy famosa y multimillonaria que sea y Eminem es poco más que un hortera machista, por muchos que sean sus ripios.

Y yo me siento un poco moñas de tener que repetir la misma canción una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez…

jueves, 5 de agosto de 2010

Los zapatos de los gatos

Los números están siendo menos malos en el mes de julio para el misterio..ni. Un respirillo, como si dijéramos. Los mejores datos en un mes como éste desde hace doce años en materia de empleo y contratación.

Son tan favorables que hasta don Tino se ha resuelto a salir a la palestra abandonando momentáneamente su retiro estival playero para hacer declaraciones. Dice que los datos son buenos y que van a ser mejores. Vale, pues muy bien.

Algunos comentarios recuerdan que el empleo que se crea en verano es estacional, porque el turismo es la primera industria del país, aunque los datos también apuntan a un crecimiento de otros sectores.

Los sindicatos señalan que la mayor parte de los contratos son temporales. Es decir, que no se está creando empleo estable.

Más vale eso que nada, dicen los parados. Naturalmente. Pero es que gobierno y empresarios vienen asegurando que era imprescindible la reforma laboral para crear empleo estable. Y no es verdad.

La reforma laboral es parte de la carnaza que se ha echado a los mercados para que distraigan su voracidad. Los mercados, ese ente abstracto que es quien gobierna o dicta lo que ha de gobernarse. La reforma aprobada es parte del mensaje que viene a decir: tranquilos, el pato lo van a pagar los trabajadores también esta vez. A los bancos, ni tocarlos.

El presidente Zapatero se ha prodigado en declaraciones y entrevistas en las últimas semanas contándonos sus cuitas, lo triste que está, lo que no duerme y lo que llora por las esquinas. Por mí como si se opera.

El presidente Zapatero fue votado para que hiciera una política de izquierda. Dejémoslo en socialdemócrata. Y está tomando medidas que no se hubiera atrevido el PP. O que, de haberlo hecho, el PSOE se las hubiera afeado.

Dice que son las que hay que tomar. ¿Si? ¿Para beneficiar a quién? Zapatero ha debido de olvidar que hay otra manera más justa de gobernar, otra forma de ejercer el liderazgo, otra manera de ver la economía, la política y el reparto del mundo.

El gobierno vive ahora su respirillo. Pero las cosas siguen yendo mal. Y van a ir peor porque la crisis no se está resolviendo, se está parcheando de mala manera.
Los responsables de la crisis están tomando el sol en las playas de moda. Los beneficios y las gratificaciones de los tiburones financieros siguen creciendo, nadie es capaz de poner coto a unas recompensas que no sólo no están justificadas sino que son una burla al gobierno – que se deja – a los trabajadores y, muy especialmente, a los parados.

Los estados han financiado el roto producido por la mala gestión financiera. Pero quienes estamos pagando de verdad el descosido somos los trabajadores.

Cada vez que leo las declaraciones de alma en pena del presidente del gobierno me acuerdo de aquella promesa de que se iba a refundar el capitalismo y me pregunto si se referían a refundar o a reforzar.

Empero, debo ser yo la única que se pone de mal humor con estas cosas. ¡Con lo caras que están las cremas anti arrugas!, me digo a mi misma para cambiar de tema.

Ahí tienes a don Tino, tan contento, tan colegui del presidente, que va y se me pone a hablar de las candidaturas a la alcaldía y a la comunidad de Madrid. Sale a defender a Trinidad Jiménez y a Lissavetzky, que son unos chicos excelentes y muy propios para quitarse de en medio a Esperanza Aguirre, aunque, aclara, “la decisión la tiene que tomar el PSM (Partido Socialista de Madrid)”. Me imagino cómo debe de estar Manolo de sulfurado.

- Que no te metas en jardines, que harto tenemos con hacernos un hueco en el futuro de Catalunya (Manolo no diría jamás Cataluña, que lo sepas) para andar zascandileando en otras autonomías, le habrá dicho al jefe.

Pero es que el jefe, desde que le han aprobado la reforma laboral, anda crecido. Le va a durar cuatro días, pero mírale cómo se explica en cuanto le ponen un micrófono a tiro.

Hasta los gatos quieren zapatos, se habrá dicho el presidente al conocer el cuarto a espadas de su ministro. Como si lo viera.

lunes, 2 de agosto de 2010

Refresca en Badem-Badem

Madrid, en agosto, Badem-Badem, rezaban el refrán antaño.

Sería antes del cambio climático. Ahora, no hay quien respire en Madrid. Entre el calor que hace, los aires acondicionados que aumentan la temperatura ambiente, los tubos de escape de los coches y que cada vez nos hacemos menos resistentes a las incomodidades, pasamos la semana arrastrándonos a la espera de que llegue el viernes.

Medio minuto antes de la estampida general, ya estamos mi chico y yo en la carretera camino de la casa del pueblo.

El pueblo de mi chico es tan pequeño que ni viene en el mapa de Google. Pero existe. Es una aldea mesetaria, en tierras de pan llevar. Plena llanura castellana con un pequeño otero en el que se alza una iglesia de traza románica que los vecinos cuidan amorosamente, con el cementerio adosado. Desde esa altura se divisan kilómetros de tierras de cereal, ahora ya cosechadas, y alguna mancha de girasol. Muy de trecho en trecho un pinar o bosquecillo bajo, los restos de lo que debió ser bosque cerrado peninsular, sobre el que podían desplazarse las ardillas desde Gibraltar al Cantábrico.

El otero es visita obligada, aparte de sus encantos paisajísticos, porque es el único punto del pueblo que tiene cobertura de teléfono móvil.

El pueblo nunca fue Hollywood pero desde los años sesenta del pasado siglo ha vivido una sangría de población que le ha dejado exangüe. La mayor parte de sus vecinos emigraron al País Vasco – quienes carecían de estudios o de profesión - o a Madrid – quienes aspiraban a entrar en la Administración con vistas a hacer carrera. Incluso quienes se quedaron para cultivar las tierras, acabaron por trasladarse a la capital de la provincia en busca de un mayor confort y de alguna posibilidad de relación.

El resultado es que en invierno no quedan más de cinco familias. Pero todo es llegar el buen tiempo y el pueblo se convierte en un hervidero de gente. Algunos de los que se fueron han ido desapareciendo pero la mayoría tuvieron el buen criterio de mantener la casa familiar que ahora disfrutan sus hijos y nietos.

Así que este rincón mesetario se puebla de gentilicios rarísimos y por sus calles ahora asfaltadas transitan varias generaciones de descendientes de los emigrantes de antaño.

A los tractores, cosechadoras, empacadoras y demás artefactos de labranza se unen ahora las motos de trial, varias vespinos, alguna harley y bicicletas como para correr el tour y el giro juntos. A falta de piscina, que la diputación se niega sistemáticamente a construir por el bajo ratio de población, hace sus veces una pequeña poza del río que los bañistas comparten solidariamente con una familia de renacuajos y alguna rana despistada.

Los más pequeños han tomado como propio el viejo pilón, reconvertido en estanque con peces de colores, que huyen despavoridos ante la presencia de los enanos invasores.
La quinta de mi chico tuvo dos maestros de los que guardan memoria agradecida. Don Juanito daba clase por delegación. La titular era su mujer. Él había perdido su plaza por haber sido fiel a la República pero, en aquél rincón apartado de casi todo, parece que se relajaron las cautelas y don Juanito pudo aleccionar a una cuadrilla de rapaces y aconsejar a los padres para que se sacrificaran en beneficio de un mejor futuro de sus hijos y los llevaran a la universidad. El resultado es una panda de funcionarios de alto nivel, varios abogados, algún economista y un cura. Y, lo que es más sorprendente, chicas y chicos por igual.

Todos ellos hablan con fervor de don Juanito y de doña María Jesús, una maestra que llegó recién sacada la plaza, que permaneció aquí los años justos para impulsar un cambio de mentalidad en sus alumnos y vivir una triste historia de amor con el médico del pueblo. (Al médico le faltó coraje para dejar a la novia de toda la vida con la que se casó y vivió una vida desgraciada).

Doña María Jesús acabó trasladándose a Madrid, después de haber aprobado una oposición a bibliotecas y abandonó definitivamente la docencia. Don Juanito dejó el pueblo cuando destinaron a su mujer a otra plaza.

Algunos de aquellos zagales viven en la capital de la provincia, otros en el País Vasco, varios en Madrid, una en Zaragoza y otro en Cantabria pero casi todos dejan una parte de sus vacaciones para reunirse en el pueblo algunos fines de semana del mes de agosto.

Allí vamos, pues, los titulares y sus respectivos cónyuges. En cuanto llegamos, pasamos y nos pasan lista. Este finde ha venido Sabina y Maite y Vitorchu y Julio y Begoña y Jesús y Ascen y Miguel y Dani y Esteban y José Mari y Mario y Raúl y Miguel Ángel. Todos con sus respectivos, algunos con sus hijos y alguno también, ay, con sus nietos.

El punto de reunión es la bodega, donde ya no se hace el vino pero se guarda fresco el que se ha comprado, y que ha sido acondicionada para reuniones y ágapes. Allí nos encaminamos en cuanto nos quitamos el disfraz de ciudadanos y nos vestimos el de pueblerinos, a saber, pantalón corto y niki viejillo, preferiblemente con slogans cachondos, ingeniosos o reivindicativos. El nuestro tiene ya un montón de años y reza: “Un nuevo contrato social para compartir las responsabilidades familiares, el trabajo y el poder”.

En la bodega de mi chico o en la de Begoña o en la de Miguel Ángel o en la de Mario charlamos de lo divino y de lo humano. Conversación recurrente son los recuerdos que comparten. Cuando iban a las fiestas de los pueblos, cuando don Juanito los encerraba en clase castigados y ellos salían por la ventana de la escuela, cuando bebían el vino de la misa, cuando se murió fulano, cuando llegó la francesa – siempre hay una francesa en la vida de los chicos que ya peinan canas – cuando se emborracharon y no sabían volver al pueblo, el invierno aquel que mi chico se cayó al río con la moto, cuando robaban un pollo en el corral de la madre de Raúl y se lo llevaban para que lo guisara, cuando los pillaron dando un palo a los frutales.

Ellas hablan de los primeros novios, de las relaciones que no prosperaron, de lo tontos que eran los chicos, de sus primeras experiencias en el trabajo, en el amor, de las carencias de aquellos años, de su nostalgia del pueblo, de la amistad…

Igualmente, resulta obligado pasar revista a los acontecimientos del año. El que ha pasado, un hijo de Sabina se ha casado con una hija de José Mari. Se ha muerto el padre de Julio. A la mujer de Vitorchu le han operado de un cáncer de mama, del que parece que se está recuperando.

Nosotros llevamos veinte años manteniendo el rito estival. Cada año nos hacemos fotos, que nos dicen cómo pasa el tiempo. Cómo pasa la vida.

También salimos a pasear por el campo, a ver cómo va o ha ido la cosecha. Llegamos hasta la ermita. Leemos y dormimos a pierna suelta. Cuando cae la noche, salimos a la fresca, volvemos a reunirnos, cantamos canciones del folklore popular, desde Santurce a Bilbao, vengo por toda la orilla, con la falda levantada, luciendo la pantorrilaaaaa.

Por la noche refresca. Dormimos con manta. ¡Con manta! Esto sí que es Badem-Badem.