martes, 29 de marzo de 2011

Ensayo de La Boda


El viernes telefonea la Miss.

- ¿Quieres acompañarme a la prueba del vestido?, propone.

- Yo encantada pero seguramente a tu mami también le gustaría, respondo.

- Mis padres tienen una boda en Biarritz este finde y a mí me gustaría que me dieras tu opinión, insiste.

- Cuando me digas, allí estoy.

Según tengo entendido de pasada, porque en cosas de familia procuro no inmiscuirme, la madre vasca pretendía que su niña se casara con el traje que ella había llevado el día de su boda – realizado por Manuel Pertegaz, el mismo que hizo el vestido a Leticia Ortiz – pero la Miss ha insistido en que quería su propio traje. Se lo están haciendo unas modistas de postín, las Hermanas Molinero, que cosen para los vip’s más vip’s de todo Madrid y tienen el taller en una calle perpendicular a la Castellana.

Quedamos el sábado por la mañana. Nos atienden amabilísimamente, nos ofrecen café, té o cualquier infusión y unos dulces para acompañar. La Miss declina la invitación, yo me tomo un té. No pruebo los dulces porque ya que me he comprado el vestido no puedo engordar ni un gramo.

Como se trata de la primera prueba no está ninguna de las dos hermanas famosas sino una de sus oficialas o como se llamen las segundas de a bordo. Se trata de un esbozo del modelo que ella ha escogido, una falda cortada al bies en seda salvaje con un recogido a la cintura del que sale la cola en seda bordada. El cuerpo es un corpiño en seda bordada como la cola, escote palabra de honor y que en la parte delantera baja de la cintura en una especie de pico, lo que la estiliza aún más su ya estilizada figura. Se prueba un echarpe en seda lisa y con echarpe o sin echarpe la niña está monísima.

Me gusta el vestido aunque el corpiño me parece un poco recargado, opinión que me callo, prudentemente.

- Mamá dice que el corpiño es demasiado abigarrado, me cuenta la Miss justo mientras yo me muerdo la lengua. ¡Vaya por dios! Echo una segunda mirada y noto que esta vez me gusta un poco más. A ver si ahora me voy a parecer a Gigi. Lo que me faltaba, vamos, hombre.

La modista hace algunas sugerencias sobre la colocación del polisón y sobre el remate de la cola, coloca de nuevo el escote, perfila el remate inferior y da por terminada la sesión. La cita para dentro de 20 días.

- Le haremos la segunda prueba y ya podrá ver el vestido muy similar a cómo quedará finalmente. Convendría que viniera peinada de manera aproximada al día de la boda para que podamos ver cómo quedará enmarcado y, si piensa llevar alguna joya, gargantilla, pulsera, pendientes, tráigalos para ver el efecto.

Al salir, hacemos una parada en Embassy.

- ¿Qué te parece?, me pregunta mientras se toma un café con leche y una docena de pastas.

- El vestido, precioso y tú muy guapa.

- Mamá quería que me arreglara su traje, pero a mí me apetecía elegir mi propio diseño. Aparte de que tampoco me parece que su boda sea como para tomarlo como unidad de medida del sistema métrico matrimonial ¿Crees que he hecho mal?

Paso por alto el comentario respecto al matrimonio paterno y respondo lo más políticamente correcta que soy capaz.

- Seguro que ella te lo ha ofrecido creyendo que te hacía un gran regalo y que tú sabrás explicarle tus razones para que no se sienta herida.

Me mira con cierta sorna y yo me siento como pillada en falta. ¡No te fastidia!

- Cuéntale que quieres iniciar tu propia genealogía, añado, y ya me siento agilipollá del todo.

- Vamos a dar una vuelta, que tengo que comprarme zapatos, propone.

Paseamos la calle Serrano hasta Farrutx. Entramos y se compra unas sandalias. Luego, entramos en Adolfo Domínguez. Entonces me acuerdo de Mamen. ¿Cómo se me ha podido olvidar contárselo?

- Oye, de esta salida a Mamen ni una palabra, que es muy sentida y va a pensar que la dejamos de lado, le advierto.

- ¿No te lo ha dicho? La llamé para que se uniera pero se iban este finde al Jerte. Como Japón está catastrófico han optado por un sitio más cerca para ver los cerezos en flor, me cuenta.

- Anda, para que veas y yo preocupada por no herirla, rezongo.

- Sois como Pili y Mili pero mucho más divertidas, ríe.

Tras el paseo, tomamos el autobús a casa donde nos esperan el Heredero y mi chico con la mesa puesta.

- Tú, otra cosa no sé, pero descansado ya estarás, ¿eh?, le digo al Heredero.

- A ver, qué quieres que haga, responde de mala gana, como cuando era pequeño.

- Yo no quiero nada, pero, vamos, que la boda es tuya, algo tendrás que decir, argumento.

- No empecemos otra vez, que si quieres no me caso y se acaba el jubileo, se me pone gallito.

Mi chico, que conoce el percal, tercia rápidamente.

- Dejad la filosofía para otro momento, si no queréis comer el asado frío.
Se ha encargado él de hacer el asado de cordero y se nos ha puesto estupendo. Para una vez que guisa, ya ves tú. Pero aprovecho la pausa para echar el freno. Anda y que le den. El corderito está bueno, se ve que el cocinero ha querido lucirse.

- El secreto de un buen asado es que no le falta agua a la tartera de barro, mi chico está crecido y se nos pone en plan Arguiñano.

Después de comer, el Heredero está mucho más suave y se me acerca contemporizador.

- Que yo hago lo que me digas pero es que los padres vascos están pelín pesados, especialmente la madre, me dice en tono amigable.

Firmada la paz, en cuanto acaban el café se largan al cine.
A última hora del domingo me llama Mamen.

- No veas cómo estaba el Jerte, con cuatro árboles en flor y miles de personas alrededor, igualito que cuando cerraron la Gran Vía para celebrar su centenario, me cuenta.

- Pues te has perdido la prueba del vestido de la Sirenita, que no veas cómo está de guapa, trato de chincharla.

- Ya hemos quedado en que iré a la segunda prueba, responde, tan pimpante. Lo que quería comentarte es que me ha llamado Gigi para contarme su boda de Biarritz, dice que ha sido una experiencia…

- Religiosa, le interrumpo.

- No, una experiencia para la boda “nuestra”.

- Ah, ¿vas a casarte?, me hago de nuevas.

- Pues si esta primera sale bien, lo mismo me animo, contesta, supongo que en plan choteo. Así que a ver cómo ha sido lo de Biarritz.

El lunes busco en los digitales reseña de la boda esa de la que no tenía ni idea. ¡Me ha entrado una risa floja! He pasado copia del enlace a todos los implicados: la Miss, el Heredero, mi chico, Mamen y Esmeralda. Para que se vayan preparando.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mis lugares amados: Oslo y Cabo Norte

 El comentario que Juani ha dejado en un post ya antiguo sobre Port Etienne y unas fotos más recientes del Cabo da Roca colgadas por Valdomicer, me han hecho evocar algunos de mis lugares amados: La Habana, Estambul, Florencia, Venecia, París, Lisboa, Oslo, Cabo Norte… De éstos últimos quiero hablar hoy.

Visité Oslo por razones de trabajo. No tengo, por tanto, impresiones de turista o de viajera y bien que lo siento porque me dio la impresión de que sus habitantes gozan de un alto nivel de vida y disponen de muchos y muy agradables lugares de disfrute.

A la capital noruega se suele llegar por barco o vía aérea. Yo llegué en avión y ahí tuve la primera sorpresa. El aeropuerto se encuentra en la abertura de un fiordo, de manera que cuando el avión desciende el viajero que mira por la ventanilla ve agua a un lado y a otro pero no tierra. El avión sigue perdiendo altura y la tierra sigue sin aparecer. Hasta que el aparato aterriza el viajero primerizo teme que se trate de un amerizaje forzoso. Al menos, yo lo temí.

La segunda sorpresa es encontrar multitud de personas en bañador a orillas de los fiordos y en los parques. Cientos de personas de toda edad tumbados en la hierba disfrutando de los rayos de sol, que allí es un bien escaso y muy apreciado.

La siguiente impresión es la de una ciudad verde. Miles, millones de metros cuadrados de jardines, bosquecillos, zonas de recreo. Eso y sus grandes y amplias avenidas imprimen a la ciudad un aire grato, acogedor y habitable.

La vida cotidiana en los países nórdicos debe ser dura en invierno pero yo estuve en Noruega en verano y me pareció una delicia. Una temperatura agradable, noches sin oscuridad. Es una sensación extraña salir al aire libre de madrugada y encontrar claridad. No es exactamente como pleno día pero sí esa luz tibia que aquí identificamos con el atardecer.

Noruega es un país largo y estrecho. Las ciudades se levantan próximas a la costa porque el interior es inhóspito. El medio de transporte más habitual es el avión, hay un centenar de aeropuertos en menos de 400.000 kilómetros cuadrados y para menos de cinco millones de habitantes. Los noruegos cogen el avión como aquí el autobús. Igual. Pequeñas avionetas que abortan el despegue si alguien llega corriendo con sus paquetillos a cuestas. En quince días que estuve, aterricé y despegué 18 veces.

Esa facilidad de recorrer distancias me permitió visitar Tronheim, Tromso o Bergen, ciudades de aspecto antiguo y modos ultramodernos.

A las islas Lofoten fui en barco, debidamente protegida con un traje impermeable, como si fuera a la luna.

Con olas que yo creí que se iban a tragar el barco y a nosotros, de una tacada. Nos libramos y así pude disfrutar del espectáculo de miles de frailecillos, unos pájaros de colorines.

En Noruega (también en Suecia, Finlandia y Rusia) habitan los sami – a quienes nosotros llamamos lapones – un pueblo antiguo y trashumante, dedicado tradicionalmente al pastoreo de renos.

Hoy, los lapones están perfectamente integrados en la sociedad donde viven pero, de cara al turismo, muestran sus cabañas, sus renos, sus trajes y todos sus archiperres. Cuando los turistas vuelven a sus hoteles ellos van a sus casas, modernas y bien acondicionadas, como las de cualquier noruego.

Nos agasajaron con carne de reno ahumada. Yo, que soy de buen comer, no tengo experiencia en ingesta de suela de zapato pero aquello me pareció lo más parecido. Aparte de esta experiencia digestiva, el reno de la exhibición la cogió conmigo y me seguía allí donde iba. El lapón aseguraba que el animal era pacífico pero se trataba de un ejemplar adulto con una cornamenta descomunal que trataba de jugar conmigo. Terminaron por atar al bicho que optó por berrear desaforadamente.

- Deja usted aquí un corazón roto, decía el lapón al despedirnos, señalando al reno. Ya ves tú, qué manera más tonta de triunfar.

En aquel viaje – que fue riquísimo en experiencias y conocimiento – comí bacalao y salmón de todas las maneras imaginables. En una de las degustaciones que nos ofrecieron habían preparado el bacalao de 30 formas diferentes. Menos mal que soy ictiófaga (con permiso de doña Ana Botella).

Y aunque Oslo me pareció una ciudad ideal para vivir, en realidad mi rincón amado de Noruega es el Cabo Norte, el punto más septentrional de Europa.

Un risco de más de 300 metros de altura sobre el nivel del mar, lugar sagrado de los antiguos pobladores que rendían tributo a sus dioses arrojando víctimas propiciatorias desde tamaña altura. Sólo de pensar que hay quien escala esa pared desde el mar produce escalofrío.

El lugar es de una belleza impactante. Se oye el rugido del mar con un eco telúrico y en el horizonte se adivina el Polo Norte, tras las islas Svalbard. En el centro de la explanada se alza un monumento dedicado a los niños del mundo.

Pasé allí un rato largo, sola - lo cual no es fácil porque el sitio es frecuentado por viajeros de todo el mundo – a media noche, con el sol brumoso en lontananza.

De pronto, me descubrí llorando. Supongo que es una suma de belleza, placidez, plenitud, ausencias. O que soy llorona. Siempre que evoco aquel viaje, recuerdo ese momento. Es uno de los sitios más hermosos que conozco.

Como los noruegos son muy civilizados – y acogedores – en el mismo Cabo Norte han levantado un complejo turístico que tiene la particularidad de otorgar títulos de “caballeros” del Cabo Norte. Título que tengo el honor de poseer, aquí donde lo ves. Además del correspondiente diploma acreditativo, la investidura consiste en una insignia de solapa pequeñita, poco más que una lenteja. Cada vez que me la pongo – de pascuas a ramos, por cierto – siempre hay alguien que me pregunta por su significado.

Aquel viaje me dejó recuerdos sorprendentes. Mares helados, islas perdidas, renos procaces, aviones como autobuses y allá a lo lejos, el Cabo Norte: el punto más septentrional de Europa…

sábado, 19 de marzo de 2011

Luna, lunera


Sospecho que Hacienda pretende aumentar el producto interior bruto del país a mi costa. Desde hace varios meses se dedica a enviarme cartas reclamándome unas cifras exorbitantes que se corresponderían con unos ingresos que ya me hubiera gustado haber tenido. Al parecer deben tener por duplicado certificados de una parte de mis ingresos pero yo he cobrado lo que he cobrado, no lo que ellos dicen, y he pagado lo que he pagado, no lo que ellos pretenden.

A pesar de lo cual, cada vez que recibo una de esas cartas me dan pálpitos, lo que me lleva a pensar si Hacienda pretende aumentar sus ingresos o acabar conmigo.

Mi chico, que es experto en la materia, se dedica a responder cada una de las misivas argumentando muy razonada y razonablemente. Así llevan desde verano.

Las reclamaciones se refieren a dos ejercicios económicos y, de ser cierto lo que me piden, tendría que pagar unos 6.000 euros, que sólo de pensarlo se me abren las carnes.

- Tú no te preocupes, que si se tercia vamos hasta el Tribunal Económico Administrativo, repite mi chico cada vez que el cartero nos deja una carta de Hacienda.

Yo estoy convencida de que todos debemos cumplir nuestros compromisos de ciudadanos pagando nuestros impuestos con arreglo a nuestros ingresos. Preferiría que el Estado fuera menos tolerante con los grandes patrimonios que se llaman a andana a la hora de rascarse el bolso, pero eso no me impide cumplir puntualmente con lo que considero mi obligación de ciudadanía.

La duda que me corroe es si Hacienda pretende que pague yo lo que no consigue sacar a los otros.

Es que en materia de imposiciones, soy el rigor de las desdichas. Cada dos por tres me roban el bolso, justo el único día que llevo algo de sustancia porque, con mis antecedentes, procuro ir con lo justo para salir del paso y pagar siempre con tarjeta.

Una vez, volviendo de Venecia, nos robaron los últimos 300 euros que nos quedaban. En puridad, le robaron a mi chico, que llevaba mi mochila, pero lo que se llevaron fue mi cartera, razón por la que tuve que ir una vez más a comisaría a denunciar el robo. Ya me tratan como de la familia.

- ¿Por qué me tienen que robar siempre a mi?, me lamento.

Mi chico razona que, puesto que vivimos en la parte privilegiada del mundo, ese es un pequeño precio que tenemos que pagar para que esto no salte por los aires. Coincido en lo del privilegio y en lo injusto del reparto de las riquezas, pero tampoco me parece justo hacerme pagar a mí la deuda pública de los países no desarrollados.

A lo que iba. Ayer, Hacienda nos dio un respiro. Resolvió que mi chico tenía razón en lo que concierne a uno de los ejercicios y que la declaración estaba bien hecha. No sólo no he de pagar más sino que me devuelven 250 euros. Él está contento y yo más.

- Como no contaba con ese dinero, voy a hacerle un regalo a mi asesor fiscal, le anuncio a mi chico.

- Tu asesor fiscal se considera bien pagado, me responde.

He decidido regalarle un telescopio para ver la luna llena de esta noche. Pero cuando vamos al Cortinglés optamos por un telescopio terrestre en vez de celeste. Dudamos entre cual elegir y optamos por mirar más en otros sitios. Esta mañana nos dirigimos al conglomerado de Alcobendas.

En el parking de Ikea, nos sale al paso un tipo grandón, de esos que yo – muy mal hecho, lo reconozco – suelo calificar como chulo de discoteca, un tipo echado p’alante, trajeado, que se baja de un coche de gran cilindrada con placas del cuerpo diplomático.

- Sí que debe ser profunda la crisis, que hasta los diplomáticos se surten de Ikea, estoy a punto de comentar. Pero en ese momento, se me cruza una mulatita joven, rellenita y menuda vestida de forma llamativa, con una minifalda en tonos rojos, y andares sandungueros.

- Qué culito respingón tienen estas mulatas y mira que contentas se pasean en su día libre, le digo a mi chico, dando por sentado que la mocita es una trabajadora inmigrante, probablemente empleada del servicio doméstico.

Pero, cuando vamos a entrar en el Mediamark, mi chico se vuelve y descubre que el chulo de discoteca es el chófer, que se apresura a abrir la puerta del coche a la mulatita del culito respingón.

- Yo de ti, no haría caso de las apariencias, me dice.

- Eso, explícaselo bien a Hacienda, en la parte que nos queda, respondo.

Finalmente, hemos comprado el telescopio en el primer lugar que habíamos visto. Y nos hemos sentado en la terraza a contemplar la luna, lunera. Si han de pasar otros veinte años hasta que vuelva a acercarse a la tierra, ¿quién alcanzará a verla?

domingo, 13 de marzo de 2011

De tiendas

- ¿Vamos con los chicos o solas?, pregunto a Mamen.

- Mejor solas y, si vemos que se nos hace muy tarde, los invitamos a comer. Mira a ver cómo colocas a tu chico porque Charly sigue con su máster en raquetas y estará entretenido toda la mañana, propone ella.

Charly es un tipo majo – bastaría que quiera a Mamen para que nos lo parezca – pero tiene un peculiar sentido del tiempo, del suyo y del ajeno. La tiene cogida con el vicio tabaquero de mi chico y en ocasiones ha empleado una tarde entera – tres o cuatro horas seguidas – en explicarle – a él y por extensión a nosotras, que no fumamos - los perjuicios que le ocasiona su adicción, sin desalentarse por la negativa de mi chico ni por nuestras quejas.

- No te pongas pesadito, cariño, le reconviene Mamen cuando vuelve al sermón. Pero él sigue erre que erre.

Charly es un deportista aplicado. Tuvo una época que le dio por el atletismo y nos impartió un curso sobre las características que deben tener las zapatillas deportivas hasta que corrió en la maratón de Nueva York, que era su meta, y lo dejó. Luego tuvo su momento padle. Nos compramos esas raquetitas agujereadas sólo para dejar de oírle sus prédicas sobre los beneficios de la práctica del deporte. Ahora le ha dado por el tenis y lleva un mes estudiando los distintos tipos de raquetas para saber cuál es la más adecuada. Han visitado todas las tiendas especializadas pero él sigue sin decidirse, buscando por internet la raqueta mágica.

- En las tiendas ya nos saludan como si fuéramos de casa y ahora anda pegado internet que porque sé que lo que busca es una raqueta que si no ya habría empezado a preocuparme, confiesa Mamen.

Yo no necesito colocar a mi chico – que espero sepa colocarse solo - así que a las 11 estoy preparada por si ocurriera el milagro de que mi amiga fuera puntual. No ocurre tampoco esta vez y cuando enfilamos la autovía de La Coruña son las 12. Lo normal.

Llegamos a Las Rozas a las 12,30 y cuando enfilamos el parking del Village está que hay que hacer turno para encontrar un hueco.

- Luego dicen de la crisis, farfulla Mamen.

- Es lo que pasa cuando no se tiene reloj, que llegamos a la hora del aperitivo, como unas señoras, me quejo.

- Claro que hay gente inmune a la crisis y éste no es un barrio obrero, precisamente, sigue ella, que tiene una rara habilidad para oír sólo lo que quiere.

Accedemos al Village por la derecha donde lo primero que ves es la tienda Loewe.

- ¿Entramos?, propone Mamen.

- Si quieres tú, vale, pero por mí, paso, no voy a ir a la boda vestida de cuero.

- Tienen más cosas que no son de cuero.

- Oye, ¿vamos a estar así en todas las tiendas? Porque a este paso echamos aquí el finde, nena. Donde tú quieras que entremos, entramos y donde me apetezca a mí, entramos también, siempre y cuando no olvides que la vida no es eterna y nosotras tampoco, zanjo por lo sano, que este plan me lo conozco ya.

Como había previsto, en Loewe no tienen nada para madrina de boda. Llegar a esta conclusión, le lleva un cuarto de hora a Mamen.

Entramos en Carolina Herrera, en Armani, en Jesús del Pozo, en Versace, en Purificación García, incluso en Elena Miró (tallas grandes) pero yo tenía echado el ojo a un modelito de Roberto Verino y soy de piñón fijo. Me encanta. Es un conjunto – falta, top y chaqueta – en un tono entre champagne y visón, lo que viene a ser un café con leche, en seda bordada. Me sienta bien, al menos yo me veo bien, me estiliza y es elegante a la par que sencillo. Además, tengo unos zapatos que me van como a medida, que me compré por puro capricho en las rebajas del verano pasado, por un porsiacaso. Me falta el bolso pero creo que no será difícil de encontrar algo que me vaya con el conjunto.
(Me están arreglando el largo de la falda, en cuanto me lo tengan, hago una foto y la cuelgo).

Mamen se ha probado tres modelazos espectaculares, uno en Carolina Herrera y dos en Jesús del Pozo. Yo me hubiera llevado uno de éstos, en rojo con un cuello grande bordeando un escote barco, que le hacía guapísima. Pero Mamen necesita por lo menos un mes más para decidirse (luego dice de Charly, pero lo suyo es contagioso).

A las dos, llamamos a nuestros respectivos y quedamos para comer en uno de los restaurantes cercanos. Llegamos más cansadas que si hubiéramos ido a trabajar.
Como suponíamos, Charly nos da la barrila con los tipos de raqueta.

- De pequeña me regalaron una raqueta de las que usaba Manolo Santana para entrenar, tenía las cuerdas de tripa y pesaba una tonelada, rememoro.

- No tienen nada que ver con las de ahora, que son de fibra… empieza a explicarnos Charly.

- ¿De fibra óptica?, pregunta Mamen.

Mi chico, Charly y Mamen se enzarzan en una discusión sobre si la fibra óptica es un material utilizable en la fabricación de raquetas o no, que se alarga durante la comida. A mí me da lo mismo de lo que hagan las raquetas, como si son de plastilina, así que, mientras hablan, pienso en mi traje y en que, a lo tonto, a lo tonto, quedan menos de dos meses para la boda.

viernes, 11 de marzo de 2011

De tocados, metrobuses y neumáticos

Toda la semana he estado dando vueltas a la cita del sábado. Mamen y yo vamos a ir a buscar el vestido de la boda. Nos hemos llamado varias veces para ajustar los términos de la búsqueda.

- Un traje en tono oscuro siempre es elegante y además te adelgaza, me sugiere mi amiga como quien no dice nada.

- A mí lo oscuro no me gusta, excepto el negro, y no voy me voy a vestir como para procesionar en semana santa, aunque me sobre algún kilo, me defiendo como puedo.

- No digo negro pero un café o un granate…

- Ni loca, vamos, son dos colores que nunca me han ido bien. Sólo faltaba que para una vez que voy a ser madrina y me tenga que vestir de abuela de caperucita.

También hemos hablado del tocado. Mamen es partidaria de una pamelaza tipo Ascott y yo de un tocado más discreto a tono con el traje.

- Una buena pamela viste a un traje discreto, insiste ella.

- Pues te la pones tú si tanto te gusta, pero yo prefiero un tocado con el que pueda cargar durante la ceremonia y toda la noche, insisto yo.

- Si no me pongo un pamelón no es por falta de ganas sino para no parecer una chincheta, dice, cruel consigo misma.

- Tú estás guapa te pongas lo que te pongas, le digo con toda sinceridad.

Porque esa es una de las cosas que tengo asumidas. De toda la vida, podíamos estar veinte chicas en un lugar pero si entraba Mamen la atención se la llevaba ella. Es un principio físico como el de Arquímedes, perfectamente demostrable con la praxis.

Mamen es más joven que yo pero ya tiene su edad y, aunque no es una excepción en la infalibilidad de la ley de la gravedad, su famoso culito respingón sigo siendo casi mítico.

Valga el exordio precedente para demostrar que me he pasado la semana absorta en discusiones eruditas y de alto nivel, como las relatadas, y atendiendo a las tareas domésticas - que había omitido durante el fin de semana por razones de causa mayor - dado que en mi casa tenemos la mala costumbre de comer todos los días.

Hasta hoy no he tenido tiempo de pararme un rato a leer el periódico, de manera que no me he enterado más que de pasada – un ratito de radio, un poco de tele – de lo que sucede a mi alrededor y en otros alrededores. Me pregunto si es eso lo que les
de pasa a algunos cargos públicos, que sus quehaceres cotidianos no les dejan tiempo de enterarse de lo que sucede fuera de su despacho.

Ayer, el consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid, José Ignacio Echeverría, hacía mofa y vega de un parlamentario socialista que le reprochaba la subida del billete de transporte público en Madrid y, más concretamente, del aumento del precio del metrobús (también llamado bonometro, billete de 10 pases para los transportes públicos municipales).



Echevarría, responsable de la materia, ignora la existencia del metrobús, lo que pone en evidencia que no usa mucho metro o autobús. Pero, por encima de todo, ignora el respeto al adversario político y las buenas maneras, por mucho que coma el pescado con paleta.

Sigo leyendo y me entero de que el ministro de Industria había aprovechado nuestra ausencia de fin de semana para anunciar un inmediato plan renove de los neumáticos, prometiendo financiar el cambio de los usados por otros neumáticos más respetuosos con el medio ambiente. Hoy, los fabricantes de ruedas le responden que los econeumáticos no están en el mercado y no van a estarlo en todo el año. entonces ¿Con quién ha pactado el ministro su plan? ¿Con el sindicato de pesca?

Esta gente de la derechona es lo que tiene, me digo tras leer el periódico, que se cree en posesión de la verdad – y la verdad incluye la patria, su contenido y su continente – por lo que desprecian a quienes juzgan inferiores, que son todos menos ellos y su clan.

Es lo que pasa con esta gente de la izquierda iluminada, me digo también, que se pone a largar por su boquita ideas prodigiosas sin encomendarse a nadie, sin tener en cuenta a los colabores necesarios. Cree que las cosas se hacen sólo con enunciarlas.

¿Tanto le cuesta al consejero enterarse de las decisiones que adopta puesto que suya es la responsabilidad de la subida de precios de los transportes públicos de Madrid? Ya no pido que viaje en metro, que es costumbre muy sana, sino que sepa cuanto vale el billete.

¿Tanto le cuesta al ministro elaborar un proyecto racional de ahorro energético? Ya no pido que sea el más eficaz, que sería lo razonable, sino que sea aplicable, fíjate si me conformo con poco. Que se entere de que va la cosa.

No he terminado de leer el periódico cuando suena el teléfono. Es Mamen.

- Mañana paso a recogerte a eso de las 11 de la mañana (hacia las 12 hora real) para ir al Village. Coge paraguas, que va a llover.

lunes, 7 de marzo de 2011

Suave como la seda

Así es como he vuelto: suave como la seda. ¡Qué suerte tienes, nena!, me he dicho varias veces a lo largo de este fin de semana. He de añadir que he logrado pronunciar la palabra tabú - “b-o-d-a” - sin que me salga sarpullido.

He aprovechado el viaje, además de para pasármelo muy requetebién, para mentalizarme. Y he llegado a las siguientes conclusiones:

a.- No soy yo quien se casa.
b.- Tampoco me caso con los santos padres vascos.
c.- Puesto que vamos a pagar los gastos del enlace, creo que puedo relajarme en el resto de tareas.
d.- No pienso mover un dedo más.

Una vez formuladas las conclusiones, noto cómo se me mejora el talante. En consecuencia, puedo formular otros pensamientos igual de higiénicos pero menos virtuosos, tal que los siguientes:

a.- El matrimonio me parece una institución manifiestamente mejorable
b.- No me gustan los santos padres. Ni él ni ella ni los dos juntos.
c.- No sé por qué hemos de pagar la comida de personas que están bien alimentadas, siendo que, con lo que cuesta el menú, comerían una semana personas que realmente lo necesitan y agradecerían el detalle.
d.- Corolario (para que no se me olvide): con lo que nos va a costar el enlace, mi chico y yo nos dábamos la vuelta al mundo confortablemente.

Dicho todo ello sin perder la sonrisilla que aún me dura del finde. He traído, además de la sonrisa, un plan de trabajo que pasa por repartir tareas con el fin de hacer lo menos posible sin quedar como una borde ni parecer que me escaqueo maliciosamente.

El domingo por la noche, una vez recogida la maleta, llamo a mi cuñada y le anuncio que ya tengo la lista de invitados familiares por parte de madre y una primera relación de invitados por parte del padre putativo. Añado que, dada su inclinación a los asuntos de representatividad y buenas relaciones, le pongo en el correo ambas listas para que pueda añadir los invitados que crea oportunos de esa parte familiar. Le doy a elegir entre enviar las invitaciones ella misma o reenviar las listas a Ignacio para que las envíe él y me dice que a ella le sobra tiempo para hacerlo. Como estoy generosa, le permito que se realice. Le doy un poco de jaboncillo sobre sus habilidades sociales.

Luego, llamo al Heredero y le pido, amorosamente, que elabore la relación de invitados de parte del padre biológico y, cuando la tenga, se la mande a Ignacio para que, a su vez, envíe las invitaciones. Le doy la opción alternativa de enviársela a Esmeralda y me responde que hablará con ambos y se la cederá al mejor postor. Distingo el tono irónico en su voz pero también identifico esa inclinación suya a hacer negocio con lo que se le ponga por delante.

Seguidamente, cotejo con mi chico la relación de invitados que han de alojarse en el hotel que hemos elegido y me dan, en este primer recuento, 18 habitaciones dobles y dos sencillas. Llamamos al hotel y hacemos la reserva correspondiente, con la advertencia de que, probablemente, añadiremos alguna más. Nos responden todo amabilidad y facilidades.

Finalmente, le pregunto a mi chico si ya tiene decidido qué se va a poner para el enlace.

- Aún no lo sé pero chaqué, no, se lo piensa un rato y añade: y chándal, tampoco.

- Vale, pues cuando lo tengas decidido, me lo cuentas, respondo con una sonrisa de oreja a oreja, no vaya a creer que me molesto por ello.

- Tengo un traje gris, ¿para qué me voy a comprar otro igual?, dice.

- Pues ya está, una tarea menos. Si quieres miramos una camisa y una corbata bonitas.

- Si la compras tú estará bien elegida, me dice, cerrando estos juegos florales que nos traemos.

Bien pensado, si no quiere vestirse de chaqué ¿por qué tendría que hacerlo? Y si ya tiene un traje que le vale para ceremonia ¿Para qué se va a comprar otro? Hago cuentas de lo que me estoy ahorrando de un plumazo y se me mejora aún más el talante.

- Tengo que salir a ver algo para mí, pero yo tampoco quiero ir de chaqué, le informo.

- ¿Ves como yo tenía razón?, dice, con el mismo buen humor.

- Si quieres, salimos juntos a ver trapillos pero si no te apetece llamo a Mamen y hacemos una razzia por los lugares habituales, propongo.

- Mejor salís vosotras que seguro que escogéis bien, se sacude el muerto.
Esta mañana, me llama mi amiga al trabajo.

- Anda, maja, que estarás contenta ¿no? Vaya viajecito, para que luego te quejes…

- No creo que me hayas oído nunca quejarme de mi chico, me adelanto.

- Es que si lo hicieras sería para partirte la cabeza, vamos.

- Será por eso que la tengo entera, le digo.

- Por eso o por lo dureza natural de la materia, responde.

- Yo también te quiero, guapa.

- No, si yo te llamaba para preguntarte si te has comprado algún modelito en París, pregunta.

- Pues no, por dos razones: porque había pensado en una cosita de Dior y como han despedido a John Galliano, lo he dejado y porque como no ibas tú, no he querido arriesgarme a comprar algo y que luego le pusieras pagas, respondo.

- Entonces, tenemos que salir sin falta a ver algo, que se nos echa el tiempo encima, corta por lo sano.

- Cuando digas, estoy disponible.

- De verdad ha sido bueno el viaje, ¿eh? Porque ya no me acuerdo desde cuando no estabas de tan buen ánimo y tanta amabilidad, me suelta.

- Es que he hecho ejercicios espirituales durante el fin de semana, le informo.

- Ejercicios es posible pero espirituales ya me extraña, le oigo murmurar.

- Hemos estado en Notre Dame y en Saint Sulpice, le informo.

- Vale, entonces nos damos un voltio por Serrano, propone.

- No sé si es buen sitio, que no me quiero gastar mucho.

- Por mirar no cobran, a menos que el gobierno ponga un impuesto nuevo.

- Preferiría mirar en el Village de las Rozas, aventuro.

- Primero miramos en las tiendas del barrio de Salamanca y luego cruzamos diseño y presupuesto.

- No es mala idea, convengo.

A las cinco de la tarde nos hemos tomado un café en el Jardín de Serrano, hemos echado un vistazo a las tiendas y hemos emprendido la caminata por todas las calles del barrio. A estas alturas, ya no me acuerdo dónde he visto lo que me gusta y dónde lo que no me pondría ni regalado. Yo quiero una cosa elegante a la par que informal y que no me descabale el presupuesto.

Ya hemos quedado para ir el sábado al Village…

miércoles, 2 de marzo de 2011

Paris, oh, la, la

Yo, no sé si lo he dejado suficientemente claro hasta ahora, quiero mucho a mi chico. Pero mucho, no una cosa de andar por casa, no, una cosa ¿cómo diría? Como en las películas.

En realidad, durante muchos años, creí que eso de enamorarse era un asunto más bien literario, algo que ocurría en las novelas y en las películas. Porque yo soy bastante peliculera. Desde pequeña. La razón es que en mi infancia no había televisión y los padres nos mandaban al cine una vez por semana, a las sesiones infantiles de los domingos por la tarde.

Creo que no exagero si afirmo que me he visto el catálogo completo de las pelis del oeste, lo que los cinéfilos llaman western para demostrar que saben inglés. Echa cuentas, una por domingo durante diez años, salen al menos 500. Sin contar las fiestas.

A lo que iba. Hasta que cumplí los 40 (años, se entiende) creí que el amor era lo que pasaba en las pelis. Como soy más bien cartesiana, peliculera pero cartesiana, lo uno no quita lo otro, daba por sentado que el romance era un ingrediente imprescindible para que la película quedara redonda y nunca se me ocurrió que tuviera que trasladarlo al plano de lo real y menos aún a mi vida.

En el cine de entonces las pelis se regían por unas reglas fijas, a saber, el bueno siempre gana y la chica se lleva al chico (puede sufrir durante 89 minutos pero en el 90 llega el beso de tornillo, un segundo antes de que aparezca en la pantalla el “The end”).

Con esto no quiero decir que yo no hubiera tenido algún que otro rollete, incluso algún rollo serio. Por tener, tenía hasta un hijo. Pero en materia de sentimientos, siempre creía que eran niveles diferentes a lo del cine. Hasta que apareció mi chico.

He de aclarar dos cosas:
a.- que yo había jurado por todos mis antepasados hasta llegar a los iberos que no quería saber nada de novios y era absolutamente sincera.
b.- que él pertenece a la especie de los que parece que no han roto un plato en su vida.

A mí también me la dio. Con esas trazas, se fue metiendo poco a poco primero en mi afecto, luego en mi casa y, cuando me quise dar cuenta, era irremediable. Descubrí que lo del cine a veces pasaba en la vida y esta vez me había tocado a mí. Me había enamorado como una becerra. Afortunadamente, a él le había pasado lo mismo. Y ahí estamos.

Valga el preámbulo para aclarar que yo, a veces, puedo ponerme un poco borrica con mis cosas, pero con tiento. Que hay cosas con las que no se juega. Y yo, lo reitero, a mi chico no sólo le quiero mucho, sino que le tengo en mucha estima. O sea, si alguna vez me voy de la lengua donde una no debe ir, en cuanto puedo recojo velas.

Así que después del speech que conté ayer, esta mañana me he levantado dispuesta a seguir una doble estrategia. Por un lado, dejarle claro que la bronca no iba con él, sino con el matrimonio en general y la boda en particular, no vayamos a tener un disgusto a lo tonto. Por otro, mantenerme sentidita, no vaya a quedar yo como doña caprichos.

Mi chico, por su parte, se ha levantado como si nada, que es una táctica que él se tiene también muy trabajada y que debe ser la buena pero que a mi suele sacarme de quicio, ya explicaré por qué si surge ocasión en otro momento. Hoy, no. Hoy he decidido que el malhumor no conduce a ninguna parte y que tengo que darle otra vuelta a lo de la boda que, después de todo, el que quiera peces, pues eso.

Nos hemos ido a trabajar ambos y, a la hora de la comida, pongo la mesa con un poco más de esmero, le preparo unas alubias con almejas que sé que le gustan y le regalo una sonrisa profidén.

Nos sentamos a comer y me dice:

- He pensado que para dar la vuelta al mundo sería preferible disponer de más tiempo y ahorrar un poco, pero para un viajecito nos vale este fin de semana.

Y, con un gesto así, como de pistolero del oeste, se echa mano al bolsillo del pantalón y saca un papel doblado. Lo abre con toda su parsimonia – qué cachaza tiene, madrededios – y me lo da.

Yo, que sin gafas no veo ni los titulares de la primera del periódico, echo mano de ellas, pero él se me adelanta.

- He reservado vuelo y hotel para París…

En resumen, que adios muy buenas hasta el lunes.

martes, 1 de marzo de 2011

La vuelta al mundo

¿Por qué te has puesto así con Ignacio?, me pregunta mi chico cuando, por fin, nos quedamos solos en casa, concluidos los fastos de la petición de mano.

- No me he puesto de ninguna manera, me he limitado a recordar que esto es un asunto de todos, no una cosa de chicas.

- Pues habérmelo dicho y te hubiera echado una mano, dice, y sé que es sincero.

- A mí no me lo ha dicho nadie, las cosas que hay que hacer, pues hay que hacerlas. (Aunque no soy Castelar, a veces mejoro el razonamiento, que conste).

- Muy bien, pues si te parece, yo me encargo del programa en el pueblo y, si quieres que haga alguna cosa más, me lo dices y ya está, pero no es necesario que te pongas de mal humor, dice mi chico, que tiene buen carácter de suyo natural.

- A ti no te he dicho nada y tampoco creo que sea una ofensa que el padrino eche las invitaciones al correo, vamos, creo yo, me defiendo.

- Con decirlo no te ofendo, con el tono acaso sí, que cantan en el Caserío, y te recuerdo que Ignacio es vasco, se me pone irónico.

- Anda, que no sois sensibles… rezongo.

Pero algo de razón tiene. Debería consultar con otras madres y que me cuenten cómo pasaron ellas el trance. Porque, es verdad, se me está poniendo una mala leche que me parece que no es normal.

Cuando los hijos se van de casa, sea por razones de trabajo o sentimentales, hay quien entra en coma depresivo. Se llama el síndrome del nido vacío. No es mi caso, lo advierto desde ya.

El Heredero vive autónomo e independiente – al menos de su mamá – desde hace muchos años. Y yo aprecio mucho mi independencia. O sea, que no tengo nido ni vacío ni lleno y me encanta que viva su vida y no esté pegado a mis faldas.

Más aún, no entiendo cómo hay padres que consienten que sus hijos permanezcan apalancados en la casa paterna una vez terminados los estudios o la formación o llegados a una edad en la que están capacitados para ganarse la vida por ellos mismos.

Pero vamos a ver, si los niños siguen en casa, arropaditos y bien alimentados, a los treinta e incluso después, ¿Cuándo van a empezar a vivir su vida? ¡Que sólo hay una!

Sí, ya sé que el trabajo está difícil pero, lo siento mucho, eso no es de mi incumbencia, que los niños vayan a reclamar a Zapatero o a la Aguirre o al Gallardón. O al lucero del alba.

A mi manera de ver, que alguien siga viviendo en la misma casa que los padres pasada la treintena roza la inmoralidad.

Insisto, me encanta que se case el Heredero y hasta creo que la Miss me caerá bien, que yo creía que era tontita y no, es una chica lista. Pero el lío de la boda me tiene en un permanente sin vivir. No entiendo por qué nos estamos complicando la vida en asuntos intrascendentes, no entiendo por qué parece que estamos preparando el enlace de Sissi y el emperador Francisco José. No sé qué pinto yo escuchando – y, lo que es peor, procesando - las historias de los santos padres vascos y su panda. Que no es que lo diga yo, pero no hay uno normal, empezando por ellos mismos.

Lo que más me cansa de todo es poner cara de póquer cuando se les ocurren esas cosas de las que hasta ayer mismo yo me pitorreaba y en las que me encuentro embarcada. Pero, vamos, que no quiero andarme por las ramas ni excusarme en nadie. ¡Estoy de un humor de perros!

Un malhumor que arrastro conmigo dondequiera que voy. Ayer, por ejemplo, se me sumó el efecto lunes al efecto boda y llegué al misterio…ni a punto de ebullición. Me encajé en mi mesa dispuesta a repasar todos los papeles pendientes. Por delante de mí desfilaron funcionarios, jefes e indios, sin que yo me molestara en levantar la cabeza. Al cabo de un rato, veo una sombra por el rabillo del ojo y luego unos pantalones al final de los cuales asoman unos zapatos negros que, al llegar a mi altura, ralentizan el paso.

- Hola, buenos días, qué tal, dice una voz por encima de los zapatos.

Yo, en situación normal, respondo amablemente a quienquiera que pase por el pasillo de la tercera planta, incluso, en ocasiones, pego la hebra un ratito. Pero ayer, seguí mirando mis papeles y respondí sin mirar siquiera.

- ¿Qué pasa?

- No, nada, responde la voz.

Pero los zapatos seguían allí, inmóviles. Sigo en ascendente la línea de puntos de los pantalones, la americana… era el secretario de Estado, que estaba esperando para entrar a despachar con el ministro. Pero lo mismo podía haber sido el ministro. Y en esos momentos, por mí, como si aparece el rey.

Vamos a ver, me digo, nena, que tú habrás sido un poco borde pero maleducada, nunca. Hago un esfuerzo ímprobo y me sale una media sonrisa un poco descangallada.
Cuando vuelvo a casa, se lo cuento a mi chico.

- Estás un poco tensa, dice él.

- No, estoy llegando a un punto que no me aguanto ni yo misma, confieso. Ya podíamos ser gitanos, que los chicos tiraran un puchero al aire y dejarnos de tanta boda.

- Pues has escogido mal modelo, me aclara, porque una boda gitana sencilla no baja de una semana de celebración y una cosa íntima no reúne a menos de cien personas.
Me pongo a imaginar lo que sería una boda de la Miss con un gitano y noto cómo los rizos se me van poniendo como de alambre.

- Estamos cediendo demasiado, me quejo lastimeramente, a ver si hace efecto.
Pero él resta trascendencia a detalles que a mí me parecen importantes.

- Total, son sólo unos meses, y a ellos les hace ilusión, dice.

No lo dice, pero lo adivino, que él también está ilusionado. Los chicos están cariñosos con nosotros como nunca lo ha estado el Heredero, para mí que por la mano que tiene la Miss para estas cosas y, luego, que el festejo es en su pueblo, no hay que perderlo de vista.

Sé que no tengo razón, lo sé, pero no puedo resistirme a chincharlo un poco.

- Mucha ilusión pero ten en cuenta dos cosas: una, que con lo que nos va a costar la broma nos dábamos tú y yo la vuelta al mundo; y otra, que quien no vive como piensa acaba pensando como vive…