miércoles, 27 de abril de 2011

Inventar historias


Tengo un grupo de amigas con las que me reuno frecuentemente. Hablamos de todo, de cosas relevantes y de otras instrascendentes, de política, de cotillerías, de historia, de literatura...

En ocasiones, cuando nos ponemos aproximadamente profundas, yo digo que no sé cómo hay quien puede vivir sin escribir. Y una de mis amigas responde invariablemente:

- Yo lo que no me explico es cómo hay quien puede vivir sin la termomix.

Podría parecer que mi amiga es una persona insustancial pero nada más lejos de la verdad. Es una mujer muy comprometida políticamente, que se jugó varias veces el pellejo en momentos cruciales y que ha tenido y tiene una vida sumamente interesante y activa.

Me he acordado hoy oyendo el discurso de Ana María Matute, la nueva premio Cervantes.

Un discurso formalmente poco académico pero lleno de ternura y de amor a la vida. El discurso de una escritora cuya existencia es su mejor novela. El discurso de una mujer que al final de su vida se permite pedir: Si en algún momento se tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor creánselas. Creánselas porque me las he inventado.

lunes, 25 de abril de 2011

Veinte años y un día

Va a hacer un año que estampé en esta pared un comentario sobre Miguel Ángel Rodríguez, a propósito de su encausamiento por haber llamado “nazi” en los programas “59 segundos” y “La Noria” a un médico que practicaba una medicina piadosa con los dolientes - el doctor Montes –.

Recordada entonces las andanzas del tal Rodríguez, un tipo mal encarado y faltón, crecido a la sombra de la pareja Aznar-Botella.

Durante la vista del proceso, llamado a declarar, este tipo echaop’adelante alegó ante el juez que interviene en tantas tertulias (muy bien pagadas, añado) que no le queda tiempo para preparar sus intervenciones televisivas pero que en ellas lo que se requiere es animar la audiencia y para ello, nada como repartir insultos. En consecuencia, la calificación de “nazi” era un intento de “calentar” (sic) la audiencia, una especie de “viva Cartagena”.

Hoy se ha hecho pública la sentencia en la que el Juzgado nº 8 de lo Penal le condena a pagar 30.000 euros por un delito continuado de injurias. El condenado ya anunciado que piensa recurrir y, entretanto, aprovecha para disparar a diestro y siniestro veneno y malos modales a partes iguales.

Sería bueno que pudiéramos considerar este caso como un hecho aislado, pero no lo es. Padecemos una derecha asilvestrada y montaraz que ha hecho suyo el lema “sin complejos”, lo que equivale a que todo vale porque ellos son los amos. La ley, la religión, la patria, la tierra, el dinero, todo es suyo. Los demás estamos aquí de prestado y por misericordia.

Lo peor de todo es que a veces una parte de la izquierda se empeña en ponerse al mismo nivel y otra parte de la judicatura viene a darlos la razón.

¡Cómo echo en falta una derecha menos faltona y más civilizada y educada!

domingo, 24 de abril de 2011

Re-matando

Nos costó un triunfo convencer a mi suegro de que su tractor no es adaptable como calesa.

- Pues no sé por qué no va a servir, repite aún a quien quiere oírle y a quien no también.

Salvo ese pequeño matiz, creo que hemos dejado todo más o menos organizado. Los últimos detalles en manos de mi cuñada y la asesoría a distancia de Mo.

Aprovecho para contar que su abadesa es una meticona y que menos mal que no vendrá a la boda porque ese día estará en Tierra Santa, que ha hecho promesa. He observado que estos vascos emparentados con la Miss son todos muy píos, con una religiosidad viajera que los lleva de Jerusalén a Lourdes, de Fátima al Pilar de Zaragoza, de Montserrat a Chestokova, de Santiago a Roma, cualquier lugar les parece apropiado para rendir culto.

En cuanto se reúnen empiezan a desgranar sus últimos viajes. A lo tonto, a lo tonto, se han recorrido el mundo. Debe ser por eso que me ha entrado a mí la cantinela que le repito a mi chico cada vez que me viene con un invento nuevo relacionado con la boda.

- Con lo que nos vamos a gastar en esta boda, podríamos dar tu yo la vuelta al mundo.

A mi chico, que está ilusionado con hacer de padre, aunque sea postizo, con que la ceremonia sea en su pueblo y con recuperar un jolgorio como antaño, con la gente del pueblo de palmeros, todo le parece bien y no repara en gastos. Y ahí nos tienes a él dilapidando y a mí, que soy la madre biológica, echando pestes. Hay cosas que solo me pasan a mí.

Para colmo, se nos ha cruzado la boda de los herederos ingleses. Que a simple vista puede parecer que no tiene nada que ver pero como mi cuñada se ha especializado en Casas Reales – incluidas las de la señorita Pepis, como la de Mónaco – cada miércoles corro como una desesperada a comprar el Hola para prevenir cualquier iniciativa espontánea de mi cuñada. Antes de que nos alquile una calesa de los reales alcázares o nos monte un palacio real y una plaza de Oriente B desde donde puedan saludar los novios después de la ceremonia. Las cosas están llegando a este nivel.

Mi chico, con su proverbial pachorra, se toma estas cosas a broma y, si se tercia, mete caña a su padre con el tractor o a su hermana con el protocolo real.

- ¿Tendríamos que hacer la reverencia a la madrina?, le pregunta con sorna.

- Si acaso, la novia, responde la cuñada sin percatarse de la broma.

- Por mi parte, está excusada, perdono esa parte del protocolo, añado yo.

Le he hablado del “retoque” facial de Gigi.
- ¿Tu crees que yo tendría que haberme hecho algo en la cara?, le pregunto.

- Tu estás guapa al natural, responde, convencido, porque mi chico es así, pero enseguida añade: Aparte de que no te veo yendo al médico por iniciativa propia.

Así van cayendo los días. Y menos mal que la semana santa se ha metido en lluvias.
- ¿Qué vais a hacer estos días?, se interesó Mamen el mismo domingo de Ramos.

- Si hace bueno nos vamos a la playa a coger colorcillo y si hace malo nos quedamos en casa a descansar, respondo.

- A mí no me apetece quedarme en casa, que a Charly le da por repetir el master en raquetas y terminamos discutiendo. Podíamos ir al pueblo… sugiere.

- Si vamos al pueblo se apunta todo el cortejo ¿Y qué hacemos allí si el tiempo se mete en agua? Aguantar a Gigi y aburrirnos. Para ese plan prefiero quedarme en Madrid y pierdo el tiempo a mi aire, pero si queréis ir vosotros os damos la llave.

- No, si va a llover puede ser un rollazo, admite.

- Pues eso.

Nos ha salvado el tiempo. Nos hemos ahorrado otros ejercicios espirituales con los santos padres vascos y toda la corte celestial.

viernes, 15 de abril de 2011

El carruaje

Cada día que pasa lo tacho en el calendario. Uno menos, me digo. Uno menos para recuperar mi vida, normal y corrientita, pero MIA. Un día menos para soportar este programa acelerado que me tienen organizado entre unas y otras. Un día menos para recuperar MIS fines de semana. Para levantarme cuando quiera, hacer lo que me apetezca y seguir así hasta el lunes por la mañana.

- Aprovechando que hace tan bueno, podíamos ir al pueblo, propuso Mamen el pasado finde.

Aceptamos y la propuesta corrió como la pólvora. El viernes por la tarde nos juntamos allí una tropa. Los novios, que siguen en plan aquí me lo den todo hecho. Los papás de la nena, que están persuadidos de ser los protagonistas de la boda del año. Mamen y su Charly – que sigue sin decidirse con la raqueta –, Mo y su abadesa – que es como un aya medieval, calcadita -, mi suegro, mi cuñada, mi chico y yo. Sin contar los amigos que, casualidades de la vida, han tenido la misma idea de aprovechar el buen tiempo para ir al pueblo a pasar el fin de semana.

Llegamos a media tarde, con el sol aún alto. El campo aparece verde, como recién lavado y tendido para deleite de los ojos.

Mi chico, empero, tiene una perspectiva distinta.

- A poco que llueva en mayo, éste va a ser un buen año de cereal, explica al Heredero.

- Podíamos dar una vuelta a ver cómo van las huertas, propone éste.

- ¿Qué huertas?, pregunto.

- Las que vamos a poner, responde mi chico, rápidamente.

En efecto, “las huertas que vamos a poner” están ya bastante puestas. En este tiempo, alguien – y no parece que sean los ángeles de San Isidro – se ha encargado de desbrozar el terreno, ararlo y prepararlo para la siembra o la plantación, o lo que haya que hacer allí, que no estoy muy puesta en la materia. Tampoco pregunto mucho porque hay cosas que prefiero no saber. Pero, incluso para una hortelana indocumentada como yo, está claro que los chicos de la panda + la Miss, que también anda en el ajo, han metido prisa al proyecto, como ellos lo llaman.

- Ya hemos encargado los semilleros y los plantones, los mandarán la próxima semana, oigo a la Miss.

Es la confabulación judeo-masónica-hortícola, allá ellos, me digo para los adentros. Ya comprobarán las delicias del agro cuando lleguen las nieves.

Ignacio y Gigi llegan exultantes, en plan rey padre y reina madre. Me parece observar algo raro en la cara de la santa madre pero no acierto a distinguir qué. Mamen, siempre atenta, lo identifica rápidamente.

- Esta se ha hecho un estiramiento de libro, me dice.

- ¿De qué libro?, pregunto yo, que a veces parezco tonta, es verdad.

Los chicos se van a las huertas y las chicas nos quedamos charlando y arreglando las habitaciones y la casa. Mo y su abadesa y los Herederos se alojan en la casa de Marcos, ya ni lo pregunto, no vayamos a tener un incidente diplomático a cuatro días de la boda.

La abadesa coge los bártulos propios y los de Mo y carga con ellos a la casa del primo, guiada por la Miss.

- Anda, guapa, descansa un rato, le dice a Mo, que te has dado la paliza de conducir.

- ¿De dónde venís?, pregunta Mamen.

- De Vitoria, dice Mo.

- Mucha paliza tampoco es que sea, está más cerca que Madrid. Juraría que la abadesa le ha mirado al bies.

- Ya no se te nota nada lo de la cara, le dice la apalizada a Gigi.

- Me dijo el doctor que en diez días habría bajado totalmente la hinchazón y es verdad. Luego nos mira a nosotras y nos explica que sí, que se ha hecho un “pequeño retoque bajo los ojos”.

- Me había salido una especie de granito en el párpado y, ya que tenía que intervenirme, me he alisado las ojeras. No quería parecer la madre más vieja de la boda, bromea.

Nadie se había percatado del granito de marras pero da igual, si te das cuenta, todas las que se hacen cirugía plástica te cuentan la misma milonga. Siempre se han visto obligadas a pasar por el quirófano por razones de salud.

- No te preocupes por eso, yo estoy dispuesta a competir con Matusalén antes que ponerme en manos de un cirujano por gusto, le digo.

Mamen y mi cuñada la observan sin disimulo.

- ¿Cuántos días has estado sin salir de casa?, pregunta mi cuñada.

- Una semana, además de los cinco días de la clínica, nos cuenta Gigi.

Tengo que cambiar de tema rápidamente antes de que mi cuñada se anime y se encargue un arreglo integral, que ella es muy fan de los profesionales de la medicina, así que propongo dar un paseo hasta la iglesia.

Mi cuñada, lo tengo muy repetido, tiene muchas y muy notables virtudes pero la principal es el don de ponerme de los nervios. Por más que trato de controlarme, es superior a mis fuerzas. Es de ideas escasas pero las que se le ocurren, siempre vienen a importunar a alguien. No existe constancia, desde que existe la escritura y el lenguaje oral, de que nunca se le haya ocurrido algo con un mínimo sentido práctico y menos aún algo que suponga un esfuerzo para ella.

Como es fan de todo lo monárquico – justo como yo – anda empeñada en hacer de la boda de la Miss y el Heredero un remedo de la que están preparando Catalina y Guillermo, los Windsor de Londres. Cada miércoles, que es cuando salen las revistas rosa, nos llama para proponernos nuevas pajaradas para la boda. Lo último es lo de la carroza. Lo hemos descartado pero no sé qué parte del no no ha entendido.

Cuando nos encaminamos a la iglesia saca el tema a colación.
- Estoy haciendo un seguimiento de la boda de Londres, empieza a contar, por si nos puede aportar ideas. He visto fotos de la carroza y me ha parecido un detalle espectacular…

(Llegamos a la altura de la plaza y nos hemos parado para escucharla. Gigi y Mo la miran aparentemente interesadas, la abadesa parece distraída, Mamen y yo ya conocemos la historia).

- ¿No os parece una buena idea para nuestra boda?, remacha. (Paso por alto el posesivo plural, que mira que es pasar, pero noto que Gigi pone cara de dudarlo y a mí que se me abren las carnes).

- Claro, es que los Windsor vienen con carroza de serie, informo, pero en nuestra familia no existe esa tradición. Ahora, si os hace mucha, mucha ilusión podemos aprovechar el tractor de tu padre, propongo.

- Qué cosas tienes, dice Gigi. Mamen y Mo se ríen, la abadesa hace rato que pasa de nosotras y da vueltas en torno al rollo del pueblo que se alza en mitad de la plaza.

- A mí no me parece mala idea tu idea, Esmeralda, dice al fin la Miss, pero creo que me hace más ilusión ir andando hasta la iglesia, seguida de las damas y los pajes llevando la cola, las arras, todo el cortejo, es más vistoso, ¿no te parece?
La Miss es tan cariñosa que mi cuñada le sonríe con la mitad de la cara. Con la otra mitad me lanza una mirada aviesa.

Cuando llegamos a la iglesia encontramos a un grupo de mujeres trabajando en los bancos, limpiando algunos y pintando otros.

- Queremos que estén como nuevos el día de la boda, nos dicen.

Begoña nos muestra un bulto aparcado en un rincón, bajo la escalera del coro.
- Hemos comprado una alfombra roja grande que llega desde la puerta al altar y la vieja la pondremos desde la escalinata hasta la puerta de la iglesia ¿Qué os parece?
Nos hemos quedado sin palabras. Menos mal que la Miss tiene recursos.

- Ay, Begoña, ya sabíamos que habíamos acertado al elegir la iglesia del pueblo para casarnos pero ¿cómo podríamos agradeceros tanto trabajo que os estáis tomando?

Begoña y el resto de mujeres están encantadas, naturalmente, pero eso no quita mérito a su trabajo. Mo sugiere algunos lugares donde colocar adornos florales. La abadesa pregunta dónde pensamos colocar al orfeón.

- Ah, ¿pero va a venir un orfeón?, pregunta Begoña, es que nosotras estamos ensayando unos cantos para ese día…

- No va a comparar con el Orfeón Donostiarra, responde la abadesa sin que nadie le hubiera dado vela en la ceremonia.

Yo también me entero en ese momento de que fuera a venir nadie a cantar. Hay un momento de duda que vuelve a resolver la Miss.

- Ni el orfeón ni la orquesta sinfónica. Si vosotras estáis ensayando nadie lo hará mejor…

Creo percibir una expresión de espanto en Gigi, Mo y la abadesa pero se nota que son gente civilizada. Las tres guardan silencio como tumbas.

Mi cuñada y Mo brujulean aún un rato por la iglesia proponiendo lugares donde colocar adornos y cintas y luces. Cuando terminan nos despedimos de la patrulla local.

Al llegar a casa encontramos a los chicos que se han preparado unas cervezas. Gigi le cuenta al padre vasco que las mujeres del pueblo están preparando su intervención estelar en la boda como si se tratara de Eurovisión.

- La niña les ha dicho que mejor ellas que el Orfeón, no sé cómo vamos a resolverlo…, le cuenta.

La Miss adopta una pose y voz de niña mimada ante su padre.
- No te imaginas cómo están dejando la iglesia de bonita, incluso han comprado una alfombra nueva, no quisiera que lo tomaran como un desaire, papi. Total, ¿qué más le da al orfeón? ¿No te parece?

El padre está en fase derretimiento absoluto, en ese punto que la niña puede pedir la luna y él la encargará a MRW.

- Bueno, le habíamos abonado ya la actuación y los gastos de traslado y alojamiento, pero lo arreglaremos, no te preocupes, de ninguna manera vamos a desairar a la gente del pueblo, naturalmente que no.

- Creo que sería una buena idea que el domingo, cuando vayáis a misa, dejaras un sobre en la bandeja para que paguen la alfombra, sugiere la Miss, con la misma vocecita de niña dulce. El Heredero la mira sonriente. El papá asiente, feliz.

- ¡Qué buena idea has tenido, hija!, corrobora Gigi.

Me veo obligada a intervenir antes de que el azúcar nos ahogue. Así que le hago la encomienda a mi suegro.

- Creo que tu hija quiere pedirte el tractor para trasladar a la novia a la iglesia.
Mi cuñada me mira con cara de asesina en serie pero su padre no ha captado el detalle y responde igual de complaciente que el padre vasco.

- Bueno, si es para eso, os lo dejo, pero después de la boda lo volvéis a dejar en la panera.

Yo ensayo la misma expresión de niña buena que he visto a la Miss y observo que mi chico se ríe para adentro.

- ¿Me echas una mano?, le digo. Nos levantamos y salimos como que fuéramos a resolver el asunto de la deuda nacional, pero nos dirigimos a dar una vuelta los dos solitos. De la casa emana un aroma a azúcar quemado.

jueves, 14 de abril de 2011

¡Viva la República!


Hoy hace un año colgué un comentario debajo de la jaculatoria: “España mañana será republicana”. Para mi sorpresa, es el más visto de cuantos he colgado en este blog.

No voy a repetirla este año. Pero, si tienes un rato, enlaza con Isaac Rosa, periodista de Público, que hoy ha escrito un hermoso artículo, que suscribo totalmente.

Y ya, de paso, si tienes un rato más, aquí te dejo el enlace al especial que el mismo periódico, el único que apuesta decidida y claramente por la República, ha sacado hoy.

Y a todos los que os pasáis por aquí, mi mejor deseo: Salud y República.

jueves, 7 de abril de 2011

Café Comercial

Hay lugares que tienen historia como otros tienen fantasma y otros, encanto. El Café Comercial de Madrid reúne un poco de todo ello. Data de 1887 y no estoy segura de que hayan hecho muchas modificaciones desde entonces. Si alguna vez entró un fantasma, allí se ha quedado. Vetusto, rodeado de espejos que te devuelven la imagen, es uno de los cafés históricos con encanto.


El Comercial fue uno de los escenarios de mi primera juventud, allá por la década de los sesenta del siglo pasado. Allí he quedado cientos de veces con algún aspirante a noviete – aspirante por su parte o por la mía - o con amigos y en él he pasado tropecientas tardes, a veces estudiando y muchas más de cháchara.

Sus amplios ventanales se abren a la Glorieta de Bilbao y te permiten contemplar el tráfico humano de la zona, también el de vehículos, pero ese carece de interés para mí. Hacía años que no iba por allí.

Hoy he quedado allí con una amiga con la intención de entregarle personalmente la invitación a la boda. Nos citamos a las 5,30 y a esa hora accedo por la puerta giratoria que tantas veces me vio pasar antaño. Me siento en una mesa junto al ventanal del centro. El local está exactamente igual que estaba hace 40 años, quizá más.

Miro en derredor y observo que también los asistentes parecen los mismos de entonces, la mayoría es gente de mi edad. Sólo hay un joven, absorto en un ordenador. En el rincón de la derecha, un hombre maduro escribe también en un portátil, otro lee en e-book (exactamente el Papyre 6.2), un poco más allá una pareja se aburre silenciosa. A mi izquierda, una pareja de lesbianas conversa animadamente, una mujer sola lee el periódico. Entra Javier Rioyo con dos acompañantes y se sientan en otra mesa. (Estoy empezando a sospechar que Javier Rioyo - a quien no conozco de nada - y yo tenemos los gps particulares enlazados porque allí donde voy, allí que lo encuentro; la última vez nos tropezamos en la calle Doctor Cortezo, yo salía de los cines Yelmo Ideal).

Al fondo, dos hombres (¿padre e hijo?) permanecen callados. Otros dos hombres ocupan sendas mesas mientras hablan por el móvil. En otra, dos hombres más conversan sosegadamente; en las sillas de al lado se amontonan paquetes, para que luego digan que ellos no compran. En la mesa de al lado, un hombre – más o menos de mi quinta – hojea una revista de ecología mientras bebe un mosto y pica patatas fritas.
Poco después entra un hombre y se dirige a la mesa ocupada por la pareja aburrida y saluda al hombre, quien le presenta a la mujer.

- Nos conocimos en casa de Arturo, dice ella.

- ¿Margarita?, pregunta él.

Les sigo un rato la charleta mientras pienso que ahí debe haber una historia esperando que alguien la cuente. Luego, entra una pareja muy joven. Así debía ser yo cuando empecé a venir al café, pienso.

Va pasando el tiempo. Mi amiga se demora. Miro el reloj por enésima vez y dudo si esperar un rato más o irme (para colmo, he olvidado el móvil en casa así que no puedo llamar para saber si está de camino). Opto por tomar unas notas en una servilleta (me he puesto de fina para la cita y en el bolso no me cabe el cuadernillo que siempre llevo encima).

A las 6 mi amiga sigue sin aparecer. Noto que mi vecino de mesa me mira atentamente.

- Me parece que a los dos nos han dado plantón, me dice.

- Espero que no, digo por fin.

- ¿Tienes plan?, le oigo al hombre.

Miro atentamente por si hubiera una cámara oculta. No es posible que me esté pasando una cosa así a estas alturas. Pensaba que algo habría cambiado desde que estoy fuera del mercado del ligue pero si es así, éste no se ha enterado. Me mira esperando la respuesta.

- Sí, sí, acierto por fin a balbucear.

- Es que estoy en Madrid de paso, insiste.

- Yo no estoy de paso en nada, aspiro a dejar huella, respondo. En ese instante, me pregunto a mí misma por qué le he dicho tamaña majadería. El hombre me mira con cara de no entender. Yo me siento como si estuviera viviendo un bucle y me veo hace 40 años en este mismo lugar, iniciando el ligoteo o debatiendo con mis amigos sobre el futuro. Nuestro futuro y el del país.

Por fin, aparece mi amiga. El hombre del mosto se va. Nos saluda.

- ¿Quién es éste?, pregunta mi amiga.

- Uno que quería tener un plan conmigo.

- Mira la mosquita muerta, se burla ella.

Recordamos otras reuniones en este mismo lugar, a algunos de los amigos.

- Estuve en el entierro de Enrique Curiel, cuenta, y siento una punzada en el corazón.

Finalmente, le entrego la invitación.

Me asombro de dos cosas: de cuántos de los sueños que entonces barajábamos se han hecho realidad y de que una parte de la perspectiva que oteábamos sea ya pasado.