Aquí seguimos, junto al mar. Viendo cómo pasan los barquitos, las nubes, los días, el tiempo… La novedad principal es que la Niña ha aprendido a andar. Todavía camina tambaleante, a trompicones y se arrastra por el suelo cuando se cansa de andar a dos patas pero ha demostrado que se sostiene de pie y que es capaz de trasladarse de un punto a otro si quiere conseguir algo.
Como todo en esta casa gira en torno a la Niña recordaré que ha cumplido su primer año. Para la ocasión ha venido el Heredero que, excepto en fechas señaladas, anda recorriendo el mundo. Por motivos de trabajo, dice.
Mi humano alfa organiza una fiesta que, más que un cumpleaños, parece una comunión. En un restaurante, con tarta, payasos y confeti.
- Un poco exagerado me parece. A ver si vamos a parecer la familia de Jesús Sepúlveda y Ana Mato, con tanto payaso y tanto confeti, protesta la humana.
- No hay miedo de que nos confundan, primero, porque la fiesta la pagamos nosotros y segundo, porque a mí no me pasa como al Sepúlveda, que su mujer no se enteraba de lo que ocurría en su casa. Para eso estás tú, siempre atenta, respondió mi humano.
Mi humano es así, dice las cosas con suavidad y dulzura pero, cuando lo piensas bien, te das cuenta de lo que ha dicho así, como dejándose caer. Siempre atenta, dice. Otro hubiera dicho: siempre refitoleando todo.
La fiesta está concurrida porque, además de los de casa, acuden los familiares que viven por aquí. No sé si lo he contado pero mis humanos tienen familia repartida por toda la geografía española. Una familia que se enracima como las cerezas: los primos de una rama se casan con los hermanos de otra, y así; hay que seguir el árbol genealógico sobre plano. Para que luego pontifiquen de la promiscuidad de los gatos.
La Niña sopla las velas y come su trozo de tarta. Ahí se termina su participación porque en cuanto empieza la actuación de los payasos se duerme.
- Ya te lo dije, que me parecía un poco exagerado, que es sólo un año lo que cumple la criatura, remacha la humana.
- Aprovechando la siesta de la Niña podríamos ir a pescar un rato, propone el Capitán.
El Capitán es primo de la humana, casado con una hermana de otra rama. Un ejemplo de lo que yo decía. El Capitán hizo la mili en la Armada y o le quedó buen sabor o le ha dejado algún trauma porque tiene el barco como otros tienen una querida: lo cuida, lo mima y lo mira más que a la legítima.
Mi humana, que iría al otro lado del mundo si el Capitán se lo sugiriese, tuerce el gesto imperceptiblemente porque no le gusta el barco. En mi opinión, lo que no le gusta es que se descubra que no es una loba de mar, como ella venía contando de otras aventuras marineras, y porque en cuanto cruzan la bocana del puerto, se marea. Pero al humano alfa le gusta la idea así que allá que se van ellos mientras el Heredero y la Miss vuelven a casa con la Niña.
Llegan como derrotados de la guerra. La Miss abrazada a la sillita de la Niña y el Heredero directo a la nevera para chutarse la cerveza en vena. Los miro y recuerdo los tiempos aquellos –tan próximos en el tiempo y tan lejanos en el espacio- en que en cuanto los humanos se daban la vuelta se morreaban y achuchaban con desesperación. Parece que les hubiera aplastado el tiempo. La convivencia es dura, dice la humana para justificar que ande cada uno por su lado. Pero todos, también ella, nos damos cuenta de que lo que les ocurre a esta pareja es algo más que el peso de la convivencia. No quiero filosofar ni elaborar teorías para que no me llamen pedante pero, aparte de que el chico tenga sus distracciones externas y la chica se esté tomando unas vacaciones matrimoniales, hay algo en su comunicación no verbal mutua que viene a decir: anda y que te den.
El Heredero se vuelve a Madrid al día siguiente del cumpleaños y la vida en esta casa recupera ese lento caminar de quienes no tienen horarios que cumplir. Los humanos leen la prensa, trastean con los aparatos electrónicos, pasean y, en cuanto asoma el sol, se apalancan en la terraza, espacio del que la Niña y yo somos los ocupantes principales. Pasamos el tiempo viendo el mar y las nubes pues por este lugar no pasa mucho más. Se nota que La Niña aún es cachorrilla en que tiene buena vista; ella es quien vigila el horizonte y, en cuanto aparece un barco en lontananza, me llama: Po, Po; entonces, ambas observamos con atención el paso de la nave hasta que vuelve a perderse en el horizonte. Así, horas. Cuando la apean de la silla corre a sentarse a mi lado. A veces me utiliza de almohada y otras me tira de los pelillos de las orejas. Entonces, me muevo y, a veces, bufo. Sólo por instinto de defensa, como la Niña llora si se cae. Cuando bufo, la Miss me grita.
- Como arañes a la Niña te corto las manos, me dice.
Yo sé que no piensa cortarme nada y me hago a la idea de lo que debe estar pasando esta criatura para estar tan borde. La Miss en este tiempo ha aprendido a hablar en “celés”, el idioma que utilizaba Camilo José Cela. No me parece raro, también la presidenta de Castilla-La Mancha habla en “cospedés” y el presidente del Gobierno en “rajoyés”. Es una manera de despistar, para adornarse, para distraer del mensaje principal o para desahogarse.
Ocurre que la Miss era una niña fina cuando empezó a frecuentar el trato con esta familia y tales expresiones parecían impropias de ella. Parecían, he dicho. Un día me gritó más de lo que suele y me dijo una barbaridad:
- Como hagas daño a la Niña, te corto los huevos.
Estoy ya un poco mayor para andar explicando a los jóvenes por qué ese empeño es metafísicamente imposible en mi caso. Antes bien, su expresión me hace comprender con aproximación en quién está pensando cuando grita y se desafora. En momentos como ese entorno los ojos y medito sobre las ventajas y desventajas de ser humana y/o felina. Me pregunto por qué el amor entontece de tal manera a las humanas. Por qué supeditan su existencia a otro humano que entretanto sigue su vida como si no ocurriera nada. Por qué subordinan su vida laboral a la de su humano cuando ambos son igual de competentes. Por qué la maternidad las convierte en feroces defensoras de sus crías frente al orbe entero.
Tanta filosofía acaba por rendirme y me duermo. Al rato aparece mi humano alfa, me coge en brazos y me susurra al oído:
- No hagas caso a la Miss, está asustada pero se le pasará.
Todo pasa, las alegrías y las penas. Incluso las vacaciones de invierno en la playa.