martes, 14 de junio de 2011

La tornaboda

 
No se casa a un hijo gratuitamente. Y no me refiero al coste económico – que con lo que nos ha costado podíamos haber dado la vuelta al mundo mi chico y yo, como he dicho cientos de veces a lo largo de los últimos meses – el mayor coste es el afectivo.

Durante casi un mes hemos seguido dando vueltas a la boda: las fotos - las oficiales y las que han hecho los invitados - los vídeos - que ahora hasta los móviles capturan ese momento inolvidable – las anécdotas, que nos hemos contado hasta el infinito. Hemos necesitado tiempo para disipar las sensaciones que nos dejó la boda. En el pueblo, la boda por excelencia será ya la del Heredero y la Miss, más aún que la de los Príncipes de Asturias o la de los de Cambridge.

- ¡Qué bien nos lo pasamos!, me repite Mamen cada día, cuando hablamos por teléfono o si nos vemos. Hacía años que no me divertía tanto.

- ¡Qué bien ha quedado todo!, me dijo la alcaldesa del pueblo cuando recogimos aquel domingo para volver a Madrid, me repitió por teléfono cuando llamó para pedir fotos del “evento” y me ha reiterado cuando me ha visto en persona.
- ¡Qué bien que hemos podido reunirnos todas la familias!, me dijeron mis hermanos y mis primos cuando espabilaron los vapores de las bebidas y los efectos de las comidas.

También yo hacía años que no disfrutaba tanto. Fue escampar y despreocuparme. Me inquietaba que lloviera porque llevaba unos zapatos de guipur y rejilla bordada que sólo eran aptos para terreno seco. Menos mal que esta vez los huevos de las Clarisas hicieron el efecto deseado.

Las Clarisas, otras que hicieron un negocio con la boda -espero que lo reconozcan- porque, sin decirnos nada entre nosotras y por iniciativa personal, las hemos llevado sendos cartones de huevos (dos docenas y media por aportación), que yo sepa: mi cuñada, Mamen, Mo, mi madre, la santa madre vasca y yo misma. Sólo hubiera faltado que encima lloviera.

Nos salvamos por poco, pero nos salvamos. Mis zapatos quedaron impolutos, si olvidamos los pisotones normales del baile, que no fueron muchos porque habitualmente la que pisa soy yo.

Mi cuñada, cuyas habilidades conocidas son escasas, demostró tener un conocimiento profundo de la meteorología. Si abre por Borros, va a escampar. Y escampa, ya se vio. Por si fuera poco, ese día demostró un arte especial en la especialidad organización de bodas, rama novia. Si se había impuesto a la hermana Pippa como modelo estoy por afirmar que superó con creces el listón. La Miss y su vestido estuvieron en todo momento con el pliegue exacto en el lugar adecuado. La cola no llegó a rozar el suelo y hasta la niña de las arras estuvo a punto de salir disparada cuando hizo ademán de acercarse al traje con los novios ya en el altar. Va a ser verdad que el protocolo está perdiendo un efectivo singular. Terminados los fastos nupciales, no sabemos cómo mantenerla entretenida.
Nos queda el recuerdo de unos días plenamente felices y el regusto de muchas risas, mucha diversión y una emoción de esa que anida en un rincón del corazón y allí se queda para siempre.

Ah!, el poder evocador de las reuniones familiares. Te traen lo mejor y lo peor de lo vivido y hay que tomárselo con filosofía para asumir que esa de la que hablan también eres tú, aunque haya pasado medio siglo desde que ocurrió la anécdota que cuentan inevitablemente en cada reunión. Es agradable saber que te quieren a pesar de todo.

Los novios se fueron de viaje de ídem tres días después del enlace, una vez descansaditos del jolgorio que, a ellos también les duró hasta dos días después de la ceremonia.

Los chicos de ahora son más pragmáticos que mi generación y en vez de hacer lista de boda remitieron número de cuenta. Con eso, y con que no han pagado ni el agua de la Nicolasa, les ha dado para hacerse un viajecito por los Estados Unidos, desde Boston a Nueva York y Washington, pasando por Los Ángeles con excursión a las cataratas del Niágara. Un mes en total. Lo que se entiende propiamente por un viaje. (La Nicolasa es una señora de la expedición vasca que se cogió un pedal y en el baile se desmoronó cuan larga es y hubo que espabilarla a base de agua fría).

Los primeros días después de la boda los pasamos, como ya he dicho, regurgitando lo vivido, regodeándonos en nuestros sentimientos. Pero llegó un punto en que pensamos que también nosotros nos habíamos ganado un premio. Hicimos repaso de dónde nos apetecía ir y descartamos rápidamente los USA porque no era cosa de ir a darnos de bruces con los novios. Tras barajar un rato optamos por Roma. Y allí hemos pasado una semanita.

Pero ese viaje – en el que tan útil nos han sido los consejos de Pilar de Abalorios – daría para más de un post.