viernes, 13 de mayo de 2011

Pasar haciendo caminos

Cuando todo ha terminado, echo mano de Antonio Machado. Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar…
También la boda ha pasado. Se han terminado los preparativos, los nervios, las reuniones, las búsquedas, los encuentros, los viajes al pueblo. Ya ha pasado todo.

Como en una película, repaso las imágenes del jueves, cuando salimos de Madrid a comprobar que todo estaba a punto: la casa, la iglesia, el hotel, el restaurante, las tarjetas de distribución, la lista de las mesas… Todo en orden.

Lo hemos afrontado como si se tratara de un programa de la NASA, con rigor y disciplina: distribuir a los invitados de manera que todos se puedan encontrar cómodos, que no haya roces, que los mayores estén con los mayores y los jóvenes con los jóvenes, que los amigos y parientes de la novia no se empotren con los del novio. Que cada cual tenga un sitio relevante, que nadie se sienta postergado.

El viernes nos levantamos pronto para recibir a los familiares e invitados, que empiezan a venir pronto. Mi chico les había hecho un itinerario con mucho grafismo, muy atinadamente porque ninguno se pierde. Comemos ligerito porque todos tenemos que prepararnos concienzudamente.

El día ha amanecido nublado y a medida que va pasando la mañana se pone más oscuro. A las 3, llueve con ganas. A las 4 no ha escampado. La boda es a las 6. A las 5, mi cuñada sale a la calle, mira al horizonte y asegura que en un cuarto de hora va a escampar porque ha visto que por Borros viene claro. Efectivamente, cuando a las 5,30 nos disponemos a hacer el camino a la iglesia el cielo está azul, la atmósfera limpia y la temperatura es casi veraniega. Quedan cuatro charcos, que sorteamos con habilidad.

Antes de salir, el Heredero ha hablado con la Miss para coordinar su llegada, en la medida de lo posible, sin excesiva demora. Los vecinos nos esperan, agrupados en torno a la iglesia, todos bien trajeados. Hay un aire festivo en el pueblo.

No sé de qué habrán hablado los novios porque llevamos media hora esperando y la Miss no aparece. El Heredero carraspea de vez en cuando, como para aclararse la voz, pero permanece silencioso. Finalmente, aparece la comitiva de la novia. Suben la escalinata majestuosamente. La Miss está guapa, guapa, guapísima de verdad. Al Heredero se le cae la baba.

Porta las arras una niña rubita, vestida para la ocasión. Es la hija de una amiga, a la que la Miss quiere mucho. La niña se pone a jugar con la bandejita de las arras y éstas ruedan por el suelo. Finalmente, su madre le quita la bandeja y las monedas y me las da. Entonces, la niña nos hace una demostración de todo lo que se sabe: baila, canta, corre de un banco a otro, coge una flor de las que adornan los bancos, se la pone en el pelo… Decididamente, la niña va para actriz. O antisistema.
El ir y venir de la pequeña nos alivia la intensidad del momento, la emoción que a mí me ata la garganta.

¡Cuántas veces he pensado en este momento! ¿Cómo resolveremos estas celebraciones?, me preguntaba cuando nos separamos el ex y yo. Porque un divorcio no concierne sólo a la pareja –aunque debiera- sino a la familia, a los amigos, que se siente impelidos a tomar partido por uno o por otro. Mi familia dejó de hablarse con la del ex, algunos amigos comunes se distanciaron de mí y otros de él, añadiendo pérdida al quebranto principal.

En esta ocasión la vida ha jugado por su cuenta y el ex ha decidido desaparecer evitándome a mí el trance de tenerlo que ver y a mi familia la disyuntiva de saludarlo o ignorarle. No me parece que el Heredero esté muy afectado, así que miel sobre hojuelas, que diría mi madre. La ausencia del ex y su familia ha sido ocupada con mucha naturalidad por mi chico y la suya.

El cura les dirige un speech muy sentido que me pone de nuevo al borde de las lágrimas. Se dirige a los santos padres vascos y a mi chico y a mí, con nuestros propios nombres, a los novios, naturalmente, en un sermón muy cercano, nada ceremonioso. Me costó no llorar pero lo conseguí. Intenté sobreponerme a la emoción porque si hubiera consentido una lágrima, la primera, el resto hubiera caído como un torrente, se me hubiera corrido el rímel y habría acabado pareciéndome a la abuela de caperucita, que no es el caso.

A medida que va avanzando el tiempo me invade una serenidad y una placidez insospechada. Noto en el cogote la mirada y el apoyo de mi chico, que está tan emocionado como yo. Noto la presencia de mi familia, que se han desplazado de media España.

La ceremonia resulta de una sencilla solemnidad. Las mujeres, y algunos hombres, cantan las canciones litúrgicas con mucho empeño. Recuerdo al orfeón ausente y me digo que la ausencia es una decisión acertada porque, aunque la calidad musical es incomparable, de haber asistido no habrían cabido la mitad de invitados.

La aparición de los recién casados es saludada con disparo de cohetes. Todo el pueblo está en la explanada de la iglesia. Nos dirigimos a la plaza, donde se sirve un cóctel, muy bien organizado por el equipo de Mo, perfectamente secundados por una cuadrilla de voluntarios del pueblo. Mi chico está exultante. Mi suegro se interesa porque no falte el vino de su bodega, al que hacen los honores invitados y aborígenes.

Ponen la nota musical dos dulzainas y un tamboril. Recuerdo a mi abuela que usaba el dicho “como tamboril de boda”, para expresar lo que era necesario y también cuando alguien estaba siempre por medio. “Ya está aquí la Coletas, como tamboril de boda”, repetía. La Coletas era yo.

- Ya has casado al hijo, me dicen en el pueblo, como si me leyeran la buenaventura.

- No tengo yo la sensación de haberLO casado. Se ha casado él solito, respondo, por decir algo.

- Ya le tienes recogido, me dice Isidora, con todo candor. Lo que hubiera disfrutado tu suegra, de haber vivido, añade, y me obliga a desatar el nudo en la garganta por enésima vez en el día.

Los novios van de grupo en grupo, saludando a unos y otros.

Cuando se pone el sol emprendemos la marcha al restaurante, donde nos espera la plana mayor del estado noble vascón, con los santos padres al frente. A estas alturas del día creo haber cumplido con mi deber de madre y madrina y paso de tener que contemplar a los consuegros. Que cada palo aguante su vela.

Para mi familia y la de mi chico y para nuestros amigos ésta es una fiesta para disfrutar y pasárnoslo bien. A ello nos aplicamos a placer. La cena, muy bien, excesiva, como todo en las bodas, pero bien. (Con lo que sobró del menú podría comer el pueblo entero dos días).

Y, tras la cena, baile. A esas alturas, estoy totalmente liberada de responsabilidades así que, para no extenderme, diré que me bailé hasta la música del móvil. Aún así, me ganó mi chico que bailó hasta con la niña de las arras.

viernes, 6 de mayo de 2011

Memorial de agravios

Cuando nuestros amigos se van trato de conciliar el sueño pero estoy totalmente desvelada. Al cabo de un rato, noto que mi chico duerme porque resopla plácidamente. Y me pongo a darle vueltas a la cabeza. Pienso en la boda, repaso lo que me compete y llego a la conclusión de que tengo todo organizado. Reviso mentalmente la relación de invitados y me alegro de la oportunidad de encontrarme con familiares y amigos a los que hace tiempo que no veo.

Y, aunque trato de evitar pensar en ellos, acabo volviendo a los santos padres vascos. Tiene razón mi chico. Lo mejor es no darse por aludidos. Eso no impide que, puesto que nadie me oye ni me lleva la contraria, aproveche para hacer una lista con los improperios que les dirigiría de buena gana:

- Atontaos

- Estreñidos

- Malfollá

- Meapilas

- Pandapijos

Se me ocurren muchos más pero, en vez de contar ovejas, me dedico a ponerlos por orden alfabético. En eso se entretiene mi chico cuando no puede dormir. Busca palabras que sólo tengan la vocal a -como almadraba- o sólo e - como bereber – y así hasta que se duerme.

Pero yo no consigo dormirme. Por eso sigo dándole vueltas al coco. Se me ocurren unas diez maneras de dar en los morros a los consuegros. Por idiotas. Cuando empiezo a desbarrar me doy cuenta de que a ese paso no sólo no me voy a dormir sino que me voy a poner de mal humor y mañana tendré ojeras. Que es lo que me faltaba al lado de las dos estheticien victims que me acompañan.

Mi chico sigue resoplando plácidamente y yo totalmente espabilada. Doy otra vuelta a los consuegros. Mira que irnos a tocar estos… Con la cantidad de novias que ha tenido el Heredero para al final ir a caer con éstos. Y entonces, me acuerdo de la boda de Ricardo, el hijo de mi amiga Carmela, con Chelo.

A Carmela la llamamos la Coronela. No a sus espaldas, a la cara. Carmela, la Coronela. Por dos motivos: porque es viuda de un coronel y porque lleva un militar incrustado en el adn. Carmela es buena persona, tiene buen corazón, buenos sentimientos, con una condición: siempre tiene razón. El mundo entero, la vida, la suya y la de los demás, están sujetas a unas reglas precisas e inmutables de las que únicamente ella tiene las claves. Argumenta que la milicia fija normas y delimita pautas de comportamiento que, si fueran seguidas sin abdicaciones, propiciarían un desarrollo armónico del universo. Del universo suyo, con toda certeza.

Da lo mismo que argumentes que ese es un criterio que puede ser válido para ella pero que no tiene por qué ser aceptado de forma acrítica. Ella te escucha atenta y educadamente, te permite argumentar y, cuando has terminado, te dice que con esa teoría tuya el mundo está abocado al caos absoluto.

Carmela tiene a gala su alta estirpe aunque en la realidad procede de una familia de clase media. Con ínfulas, pero burguesía de medio pelo. Hija y nieta de militares, no profesó en la milicia porque en su juventud ese era un terreno vedado a las mujeres pero, a cambio, casó con un militar con un espíritu infinitamente más civil que ella.

Enviudó del coronel poco después de cumplir 40 años. A sus tres hijos, dos chicos y una chica, les ha inculcado el espíritu militar con desigual resultado. Sólo la hija ha heredado las ínfulas marciales. Los chicos son de carácter afable, tolerantes y escasamente belicosos.

Ricardo es el menor. Era tan pequeño cuando murió el padre que quizá por eso es el más consentido. Le recuerdo más novias aún que al Heredero. Pero un día, de repente, se ennovió con una chica menudita, rubia y muy mona y en cuatro días dijeron que se casaban.

Chelo, la novia, es la menor de nueve hermanos. Su padre es un empresario, ya retirado, que hizo su fortuna –al parecer cuantiosa- con la compraventa de ganado. Vivió los años prósperos del mercado porcino. Él no oculta este dato, muy al contrario, se ufana de ello y lo cuenta como si fuera su segundo apellido. Sigue haciendo alarde de conocimiento del género y, a poco que te descuides, te explicará el símil entre el comportamiento animal y su correspondencia con la conducta humana. Lo que podríamos considerar un etólogo avant la lettre para Carmela no es más que un vulgar tratante.

Muy vulgar, a su manera de ver. Para señalar esta vulgaridad la Coronela señala dos ejemplos: el tratante lleva siempre un fajo de billetes en el bolsillo del pantalón, debidamente sujetos por una goma -20 o 30.000 euros, aclara- y en navidad tiene por norma comer angulas que compra por kilos.

Cuando nos lo cuenta yo respondo que, con arreglo a esos parámetros, mi familia siempre ha sido finísima, pero jamás ha captado la ironía. Ella está persuadida de que corroboro su criterio.

Como en la boda que estamos a punto de celebrar, en la de Ricardo y Chelo acordaron que los hombres vestirían de chaqué. También el tratante, que es un hombre orondo y barrigudo, de cabeza grande, cuello corto y rostro coloradote. Además, era el padrino.

Huelga decir que Carmela puso objeciones sin cuento a aquél emparejamiento, que consideraba desigual, en detrimento de su hijo. Consideraba un desdoro que Ricardo se casara con la hija de un tratante. Pero se casaron. Y el día de la boda, la Coronela que era la madrina, al ver entrar en la iglesia a la novia del brazo de su padre, comentó sin recato aquello de aunque la mona se vista de seda, mona se queda y quien es un patán por mucho chaqué que se calce sigue siendo patán.

Como suele ocurrir, algún alma caritativa le fue con el cuento a Chelo que montó un pollo singular. Pero en vez de montárselo directamente a su suegra, se lo montó al pobre Ricardo quien, en vez de reconocer ante su ya mujer que su madre se había excedido, sacó a relucir un espíritu caballeresco trasnochado y defendió a la Coronela por encima de la lógica. El resultado fue una bronca descomunal que retrasó en dos días el inicio del viaje de novios y estuvo a punto de dar al traste con él definitivamente.

Cuando volvieron, la Coronela seguía allí. Y no hubo modo de arreglar los entuertos que ella organizaba. No pudieron, no supieron o no quisieron deslindar los terrenos y tres años más tarde se divorciaban. Quizá es verdad que tuvieran pocas afinidades pero no tuvieron oportunidad de comprobarlo, obligados a enfrentarse, capuletos y montescos de vía estrecha.

No, yo no voy a repetir la actuación de Carmela. Me digo que los santos padres son como si a la Miss le hubiera salido una verruga en el bigote: desmerece el conjunto pero sigue siendo suya. Mala suerte. Pero si el Heredero la ha elegido, pues aménjesús.

Lentamente, noto que me llega el sueño.

jueves, 5 de mayo de 2011

Huracán Charly

- Creo que la hemos pifiado con los vascos, le digo a mi chico cuando por fin nos quedamos solos en la habitación, pero tú has estado soberbio. Estaba a punto de lanzarme a por Ignacio cuando le has dado el sopapo.

- No le he dado ningún sopapo, le he dicho cómo pensamos nosotros para que vayan conociéndonos, responde, que ya tengo dicho que este chico es de los que parece que no rompen un plato. Luego, que cada cual obre como crea conveniente.

- Pero no me dirás que no iba con mala leche lo de que nosotros somos muy abiertos, le ha faltado decir que vaya donde ha ido a caer su niña, insisto yo.

- Anda, déjalo y no le des más vueltas. Los chicos se casan en cuatro días y lo que tenemos que hacer es procurar que todo esté bien y disfrutar lo que podamos…

Ahí andábamos cuando suenan unos golpecillos en la puerta de nuestra habitación. Son Mamen y Charly. Ella me parece ligeramente congestionada, como si acabara de tener un parlez-vous; él parece un perrillo apaleado.

- Joer, la que me acaba de caer, me dice nada más entrar. Aquí, tu amiga quiere que duerma en el corral.

- Si no queda más remedio, puedes ir tranquilo que estarás bajo techado y hace años que no hay gallinas ni cerdos, le explica mi chico, muy técnicamente.

- ¿Al corral? Es que estoy por mandarle a Madrid directamente, dice Mamen, efectivamente, hecha un basilisco. ¿Cómo se puede ser así de bocazas? Y además, ¿a él quién le ha dado vela en este entierro?

- Yo creí que era una boda, no un entierro… Charly trata de hacer una broma pero no encuentra el ambiente adecuado. Bocazas, dice, ¿cómo iba a imaginarme yo que los suegros creían que su niña era…?, trata de seguir.

- Tú no tienes que imaginarte nada, le corta Mamen, si no estuvieras tan abstraído con tus raquetas y tus cosas te habrías dado cuenta de que los vascos son unos meapilas, ella una tonta del culo que aún cree que los niños vienen de París y él un cacique que se tira a cualquier mujer menos a la suya...

- ¿Cómo sabéis todas esas cosas?, pregunta el pobre Charly, medio alucinado.

Estoy a punto de responder que lo sabemos porque no jugamos al tenis pero opto por callarme para no caldear más el ambiente.
- Porque tenemos los ojos abiertos y no vamos por la vida con orejeras como otros, se me adelanta Mamen a quien, dicho sea de paso, en la vida la he visto así. ¿Por qué crees que los llamamos los santos padres vascos?, insiste mi amiga, porque mean agua bendita ¿Tampoco te has dado cuenta de eso?

- Pues no, responde Charly, ya totalmente perdido. ¿De verdad mean agua bendita?

A mí me da la risa, no puedo remediarlo. Mamen se encara conmigo.
- Anda, maja, que ya te vale, no sé lo que ves de gracioso en que éste se vaya de la lengua cuando están a punto de casarse y en que tu consuegro diga que somos una panda de salidos…

- Vale, chata, tranquilízate que tampoco es para tanto, tercia mi chico. En primer lugar, el consuegro no ha dicho eso…

- Pero lo piensa, le interrumpe Mamen, cosa rara.

- Pues que piense lo que quiera de la misma manera que nosotros pensamos lo que nos parece. Y en cuanto a la información que le ha proporcionado Charly, sigue mi chico, con cuidado exquisito al utilizar los términos, es asunto que concierne a la Miss y a sus padres. Ellos sabrán como gestionarla porque todos son mayores de edad.

- ¡Qué trago!, suspira Mamen, un poco más tranquila. Charly no abre la boca.

- Que no se diga, que una chica como tú se altera por una tontería como esa y menos aún que lo tomes con el pobre Charly, insiste mi chico.

- De pobre, nada. Contenta me tiene éste.

- ¡Ah! ¿No eres pobre? ¿Te ha ido bien la bolsa?, pregunto yo por quitar hierro al asunto. Pero Charly sigue mudo.

- Tú no te pongas ahora graciosa que te he visto como le arañabas con la mirada a Ignacio, se enfrenta conmigo.

- Y tú no te pongas estupenda que no tienes que cargar con él de por vida, peor lo tiene el Heredero que va a tener unos suegros agilipollaos, contesto.

- ¿Tú crees que se casarán después de lo de esta tarde?, pregunta Mamen, temerosa.

- Seguro, respondo, a ver dónde van a encontrar un novio mejor y más aparente. Aparte de que el santo padre está encantado de tener un yerno, un machito, en la familia. No va a soltar fácilmente esa presa. Y no olvides el factor escándalo. ¿Cómo van a suspender una boda con todas las invitaciones enviadas y los regalos recibidos? ¿Qué explican? ¿Qué el novio se ha beneficiado a la novia antes de tiempo?

- Y la novia al novio, añade mi chico.

- Sí, claro, eso es verdad, Mamen va entrando en razón.

- ¡Vaya disgusto más tonto!, oigo a Charly, la voz apenas un suspiro.

- Será tonto para ti, machaca Mamen.

- Oye, por nosotros os podéis quedar el tiempo que os apetezca, incluso podemos haceros un hueco en la cama pero nosotros nos íbamos a dormir… dice mi chico.

- Sí, hombre, lo que faltaba, que crean que hacemos cama redonda, refunfuña Mamen.

- Anda, tonta, no te disgustes que se te van a caer los efectos del botox, le pincho un poco.

- No es botox, que lo sepas.

- Ya.

- Esta tía siempre tiene que tener razón, protesta mi amiga, ya recuperada del todo.

- ¿Qué me vas a decir a mí?, dice mi chico, que se ve que tiene ganas de juerga.

- O sea, que al final, todo se reduce a meterse conmigo, contraataco.

Miro a Charly, que creo que va a decir algo pero, finalmente, se lo piensa y sigue callado.

- Anda, vamos, le dice Mamen, que tú y yo tenemos que hablar.

Charly y mi chico cruzan miradas de complicidad – la que te espera, viene a decir – pero todos sabemos que la tempestad ha pasado. Al menos en este lado.

martes, 3 de mayo de 2011

Sismo escala 9

No quiero hacer la prueba para no tener un conflicto con la DGT pero estoy convencida de que si ahora mismo le damos las instrucciones oportunas al coche sería capaz de dirigirse él solito y presentarse en el pueblo de mi chico sin mayores dificultades. Tiene que tener grabado el itinerario en las ruedas de tantas veces como estamos haciendo el camino.

El último finde ha sido semi puente en Madrid, comunidad que conmemora y celebra el levantamiento del 2 de Mayo contra los franceses. (No, me niego esta vez a meterme en jardines de interpretaciones históricas. Estoy a punto de saturación).

Una ojeada al servicio de meteorología nos advierte con antelación de que va a llover copiosamente. Ni por esas. Nadie se desanima. Advierto que en Roma van a beatificar al Papa Woytila, ese que medio vació las arcas de la iglesia – que ya es vaciar – para financiar al sindicato polaco Solidaridad y al resto de movimientos reaccionarios para empujar el ya de por sí tambaleante Telón de Acero. Ese mismo que se embelesaba con el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a quien ponía como modelo y espejo de virtudes aún sabiendo que el espejito de marras era un pederasta.

No es que a mí me preocupe especialmente ninguna beatificación – que no es asunto de mi negociado – pero como últimamente me rodeo de gente afín a esta materia, lo dejo caer por si a alguien se le ha pasado por alto el festejo romano y deciden apuntarse a última hora. Tampoco hay suerte.

Así que volvemos al pueblo a encontrarnos con la tropa de la boda. El enlace real londinense está recientito, como para dar ideas, y mi cuñada está exultante. Lástima que no haya termómetros de interior de cabeza como los hay para tomar la temperatura del vino porque la suya debe estar a punto de ebullición. Si te fijas detenidamente puedes ver cómo le van saliendo ideas por los ojos, por las orejas. Son ideas abstrusas, naturalmente, debido a su naturaleza misma, que se transforman en pura extravagancia después de pasar por su cerebro.

Nos ha costado sudores fríos convencerla de que la Miss no tenía por qué hacerme a mí ninguna reverencia y menos aún a su padre (Vamos, hombre, hasta ahí podíamos llegar). Hemos conseguido con no poca dificultad que descarte la idea de alquilar una carroza para que traslade a la novia de casa a la iglesia, un trayecto que ni dando vuelta por el pueblo llega a los 200 metros. En fin, nos ha puesto al borde del ataque de nervios con sus múltiples propuestas tendentes al absurdo y, cuando creíamos haber salvado los obstáculos, hete aquí que retransmiten la boda para darle más sugerencias.

El viernes, la encontramos en la puerta. Le falta el collar ese de florecitas para ofrecernos un aloha hawaiano, pero ella está igualmente eufórica. Mi cuñada, por si no lo he dicho, ya no cumple los 60, pero ella no se ha enterado, los demás no se atreven a informarle del dato y yo no quiero ser quien le dé el disgusto. En consecuencia, ella sigue comportándose como si fuera una tierna adolescente. Entrada en carnes, en arrugas y en canas, pero adolescente. O sea, totalmente irresponsable. Un ejemplar de esos que te caen en la familia y no te deja más que dos opciones: o le das en adopción o asumes que más cornadas da el hambre, que decía Espartero. Mi chico y yo andamos en esa fase.

Como no podía ser de otro modo, mi cuñada se ha encandilado con el papel que en la boda real británica desempeñó la hermana de la novia, de nombre Pipa, según he podido informarme en el Hola. Y está empeñada en ser la Pipa2. Allá ella. Yo me he limitado a advertirle que en España el protocolo impide que la dama vaya vestida de blanco, como ella pretendía (a añadir al que ya se ha comprado antes del invento). Y, luego, me he apuntado, como si fuera el lema familiar: “Ver, oir y callar” (Lo cual puede traducirse también como: Anda y que te den).

A Gigi se le ha asentado ya la cara, una vez pasados los efectos de la intervención. Y sí, se le ha quedado más tersa, le han desaparecido las arrugas pero yo juraría que se le ha puesto una expresión como de risa bobalicona. También puede ser que nunca me haya parecido muy lumbreras pero ahora, como que quedara más evidente. Estoy por decir que antes era más guapa pero puede parecer que barro para casa.

Mamen también está resplandeciente. La miro detenidamente la frente y veo que la tiene lisa como el culito de un bebé.

- ¿Qué te has hecho?, le digo antes de que se ponga a la defensiva.

- Nada, me he comprado una crema cara, me dice de primeras.

- A otro perro con ese hueso, guapa, que te conozco, contraataco.

- Me he comprado la crema y me la han inyectado, admite, por fin.

- Pero ¿tú eres tonta o es que todo se contagia?, le digo, así de golpe. Luego advierto que mi amiga es lo suficiente mayor para saber lo que hace y añado: Si tú estás guapa sin necesidad de retocarte nada ¿Qué necesidad tienes de hacerte esas cosas?

- Es que ahora me veo estupenda.

- Tú ERES estupenda, insisto. Un poco tonta por hacerte esas cosas, pero estupenda, remacho.

No se lo digo, pero pienso que menos mal que yo iré con todas mis arrugas porque hubiéramos parecido las Trillizas de Julio Iglesias.

Los días amanecen plomizos pero luego el agua se nos pone respetuosa y sólo cae cuando estamos bajo techado. Una lluvia fina en un aire templado. Una lluvia de primavera que ha puesto el campo de dulce y mantiene el pueblo como los chorros del oro.

- Hasta el tiempo se pone de vuestra parte, comenta Begoña a la Miss.

- ¿Tú crees que lloverá el viernes?, pregunta la novia.

- Según el calendario zaragozano, no. Pero si llueve, no olvides que novia mojada, novia afortunada, le anima.

El refranero español es lo que tiene: soluciones para todo y para lo contrario.

Aprovecho un rato que están todos entretenidos para dar un paseo por el campo. ¡Qué hermosura de colores en esta primavera! Todos los verdes se extienden hasta el horizonte en un tapiz apenas salpicado por pincelados ocres: los pajares, algún camino, la ermita…

La ermita está en el término del pueblo vecino pero los paisanos de mi chico han ido comprando todas las tierras limítrofes hasta sobrepasar la ermita de manera que, aún perteneciendo al otro término, la ermita está en tierras del pueblo. Lo cual da lugar a ese tipo de rivalidades a las que somos tan dados los españoles que conducen a interrogantes del tipo ¿de quién es la Virgen que preside el altar?

A mí me gusta el lugar, un otero desde el que se divisa toda la comarca. Me siento en el poyo de la ermita y me brotan los recuerdos igual que las hierbas en la pradera.

Como si se tratara de una película, veo al Heredero bebé, los dientes que no le dejan dormir, la fiebre que no baja, la tos que no cesa, cuando se cayó de la montaña y se fracturó el brazo. Se suceden imágenes de su adolescencia, esa época terrible para él y para mí, los años de universidad, las noches en vela hasta que oía la puerta, los chantajes emocionales, que hacen todos los hijos pero más aún los de padres divorciados.

¡Cómo han pasado de rápidos los años! El Heredero está a punto de casarse, tendrá hijos…

Estoy tan enfrascada que no me he dado cuenta de que se acerca mi chico hasta que lo tengo enfrente.

- Sabía que estabas aquí, dice.

- He salido a estirar las piernas y andando, andando, ya ves.

Nos quedamos aún un rato así, sentados muy juntos, evocando los años transcurridos desde la primera vez que me trajo a este lugar.

- Esa, esa otra y aquella son nuestras, me dijo, señalando otras tantas tierras de labor. Tuyas y mías, quiero decir. Y así fue cómo empecé a echar raíces en el pueblo.

Volvemos a casa. La tele sigue dando imágenes de la boda de los cachorros Windsor. Gigi mira atentamente, mi cuñada no se pierde ripio. El comentarista señala lo que diferencia a esta pareja de los padres del novio, Carlos y Diana de Gales. Alude a la condición de virgen exigida a la madre muerta frente al hecho de que los recién casados hayan convivido durante años sin que nadie lo haya puesto en cuestión.

- No pretenderá que fuera virgen a los 27 años después de ocho de noviazgo, oigo a Mamen.

- ¿Por qué no?, pregunta Gigi.

Y entonces Charly, que por lo común es discreto y raramente mete baza en este tipo de conversaciones, echa su cuarto espadas.

- Porque tendría que ser extraterrestre o de plástico. No pensarás que la Miss y el Heredero se dedican a la meditación zen cuando se quedan solos en su casa, expone de corrido.

- ¿En qué casa?, pregunta Gigi.

En ese preciso instante entendí cabalmente lo que supone un terremoto de magnitud 9 en la escala Richter. A la santa madre se le fue al garete la intervención ojero-facial, no sé si por la sorpresa o el espanto. El padre vasco torció el bigote. La Miss dio un respingo y se quedó como una esfinge, igual de tiesa. El Heredero carraspeó ligeramente antes de responder.

- En la mía. Llevamos meses viviendo juntos, explicó, con voz serena.

Yo estaba dispuesta a saltar a poco que alguien hubiera dicho algo inconveniente contra mi retoño. Pero durante unos segundos – no sé cuantos, a mí me parecieron como dos o tres millones – nadie abrió la boca. Hasta que se oyó la voz de mi chico.

- Vamos a ver, que estamos hablando de dos adultos ¿qué importancia tiene que estos chicos que están a punto de casarse hayan vivido juntos? ¿No será mejor que hayan tenido oportunidad de conocerse?

Por el rabillo del ojo veo que Mamen le lanza una mirada homicida a Charly. El Heredero le echa una mano por el hombro a la Miss.

- ¿Sabes qué pasa? Vosotros sois personas de costumbres ¿cómo diría? más abiertas, dice por fin, Ignacio. Es posible que nosotros seamos excesivamente conservadores en materia de moral y ética pero tenemos a gala que las mujeres de la familia vayan puras al matrimonio.

Estoy a punto de quedarme sin lengua de tanto morderla. A punto también de tirarme a la yugular de Ignacio, ese puro y santo varón que se beneficia a sus secretarias y echa un polvo cada decenio con su mujer.

- Nada, hombre, no tienes que agobiarte por eso, responde mi chico con ese encanto que la naturaleza le ha dado, que siempre parece que no rompe un plato, también nosotros tenemos a gala ir limpios al matrimonio, limpios de corazón, que es donde radica la honestidad, la de las mujeres y de los hombres. Es un principio que hemos inculcado al Heredero. Que atienda y cuide a su mujer, que sea honesto consigo y con ella y no la engañe jamás. Ni de palabra, ni de obra ni por omisión. En cuanto a nuestras costumbres, es verdad que somos bastante abiertos, por eso procuramos compartirlo y hablarlo todo. Nos apenaría que un hijo no se atreviera a compartir sus sentimientos. Hablábamos de eso ¿no? Porque no serás tú de los que defienden que la moral es sólo una cuestión de guardar las apariencias.

Miro a Ignacio, que trata de interpretar las palabras de mi chico, y a Gigi, que tiene los ojos húmedos, y acierta a decir:

- Ay, hija, por dios.

- Mamá, sólo alguien tan ciego como tú o alguien tan empeñado en no ver lo evidente como papá podría vivir tan fuera de la realidad. No os he dicho nada para no heriros pero tampoco puedo vivir como vosotros porque no soy así, explica la Miss con un tono dulce pero firme. Y estoy segura de que vosotros lo que queréis es que yo sea feliz como soy.

- Incluso más, que es lo que nos proponemos, añade el Heredero.

- Los hijos no dan más que disgustos, dice, por fin, Ignacio, recomponiéndose y como zanjando el asunto, al menos delante de nosotros.

Entonces mi cuñada saca su lista prodigiosa y concluye:

- Creo que tenemos ya todo dispuesto para el gran día.

Mamen, trata de recuperar un aire de normalidad a costa de mi chico.
- Vas a ser el único que no lleves chaqué.

- Yo y todos los de mi pueblo, responde, chulín.