sábado, 10 de abril de 2010

Lo más normal


Me gusta utilizar el transporte público, especialmente el metro. En Madrid, al menos, funciona razonablemente bien, si no entramos en detalles.
Me gusta el transporte público por lo que tiene de confortable que te lleven en vez de conducir y porque puedo usar ese tiempo para leer, que es uno de mis vicios confesables.
Pero también me gusta porque, si te paras a observar, es un escenario apasionante. Cientos de personas de procedencias casi infinitas se cruzan a diario en mi trayecto de ida o de vuelta.


Yo soy un poco peliculera, es verdad, y me dejo llevar por la imaginación. Imagino cómo será la vida de esas personas, de donde vendrán, cómo habrán llegado hasta aquí, en qué trabajarán, qué ilusiones los empujarán. A partir de su apariencia, de su edad, de un gesto de cansancio o de una sonrisa, elaboro teorías acerca de cómo será la vida de mis compañeros de viaje.


No tengo ni idea de cuáles son mis aciertos pero tengo constancia de alguna equivocación radical. Me ocurrió con dos chicos que siempre iban juntos y a los que identifiqué como una pareja gay. Estaba segura, me parecía que daban el físico – idea tonta donde las haya – que se intercambiaban miradas tiernas. Hasta que un día los encontré acompañados de una señora que resultó ser la madre de ambos, como pude oir claramente en la conversación que sostenían. Así que eran hermanos y no pareja.
Últimamente, me cruzo casi a diario con una joven morena, menuda y sonriente que, como yo, se baja en la estación de Nuevos Ministerios. A esa hora temprana de la mañana - hace tiempo que cantó el gallo, pero no deja de ser madrugón - la mayoría de gente llega malencarada, salvo ella, que siempre sale sonriente, camino de dondequiera que vaya.


Calculo que debe tener veintipocos años. Me entretengo en imaginar dónde trabajará mi compañera de vagón. Pienso en sus padres, en cuánto les habrá costado la formación de esta hija, cuántas noches habrán pasado desvelados pensando si después de todo encontraría un empleo adecuado a su formación, si llegaría a ser autónoma, autosuficiente.


Cuando el tren no va muy lleno, ambas nos colocamos junto a la puerta y, en cuanto ésta se abre, ella sale disparada, andando rápida, con pasitos cortos, el bolso al hombro y en la mano una maletilla donde debe llevar la comida, sube andando por la escalera mecánica y se pierde por el hall de la estación. Siempre me toma varios metros de ventaja. Lo normal, ella es más joven.



Pienso, sobre todo, en sus padres porque mi compañera de trayecto es una joven con síndrome down. Imagino cuántas barreras habrán debido de superar ellos y la hija hasta llegar a ese momento en que la joven coge su bolso, su maletita y sale sola de casa, sube al metro, sale rápida y me toma la delantera. Hasta este momento en que su hija hace cada mañana lo que los demás hacemos cada día como lo más normal.

12 comentarios:

Tita dijo...

Seguro que a sus padres les gustaría mirar por un agujerito para ver lo que hace.

Gracias por dejarnos ver a través de este pequeño agujerito, este poquito de cotidianeidad, mi debilidad.

Un abrazo

Pd. No eres la primera persona que oigo que hace eso en el metro: imaginar la vida de los pasajeros. Yo reconozco que no puedo hacerlo, me jode no tener la certeza de lo que pienso, así que cuando usaba el metro cada día, lo que hacía era leer lo mío, o intentar leer lo de los demás. Era un reto tratar de leer unas líneas del libro de los demás a ver si me enganchaban, y luego tratar de ver el título.

Valdomicer dijo...

Nunca tuve un alumno con síndrome de Dowm, los compañeros siempre me dijeron que solían ser niños muy dóciles y cariñosos.
Precisamente, hará veinte años que se empezaron a aplicar técnicas de estimulación precoz. Ahora son personas perfectamente normales y autónomas, aunque todavía nos siguen llamando la atención.
Besos.

La de la tiza dijo...

Tita: mi chico se ríe de mi facilidad para montarme películas a partir de pequeños gestos. Seguramente tiene razón pero como es una afición inofensiva, me gusta imaginar esas pequeñas historias.
Y conste que también leo.

La de la tiza dijo...

Valdo: me parece que haces una retrato un poco optimista.
Por lo que conozco, el peso de la estimulación y de la incorporación sigue recayendo en las familias. Siguen siendo minoría los down que pueden ser verdaderamente autosuficientes.

Uma dijo...

Me encanta imaginarme la vida de la gente, por lo que se deduce o inventa de sus conversaciones, actitudes...
eso si! tambien comparto la aficion de Tita de leer los libros ajenos...me gusta sobre todo intentar adivinar que libro es por lo que leo...la mayoria de veces no lo consigo pero a veces...
Con respecto a lo de la chica...Los padres deben estar muy orgullosos de lo que han logrado
besos

Anónimo dijo...

A mi siempre me ha gustado usar el transporte público, de hecho durante muchos años fue mi principal sistema de transporte, desde muy pequeña viajé mucho en tren, siempre me gustó observar a la gente, para mi era un bonito pasatiempo y como no, leer y también intentar saber que leían los demás,jajaj... que viajes mas amenos, guardo muy buen recuerdo...

Me alegro de que disfrutes estos trayectos, lo que se aprende con ellos.

Besos !

ODRY dijo...

A mi también me encanta el metro y creo que coincidos, con lo de observar a la gente.

Un besote

La de la tiza dijo...

Uma: yo no puedo ver lo que leen los demás porque soy un poco cegata. Así que o leo mi libro o dejo correr a la loca de la casa, que diría Santa Teresa...

La de la tiza dijo...

Bet: Francisco Umbral, que era mejor escritor que persona, decía que si después de los 40 años tienes que seguir yendo en transporte público es que no eres nada en la vida.
Yo no aspiro a ser nada más que buena persona y hace tiempo que cumplí los 40 pero me gusta el transporte público. En ciudades grandes, más que el coche particular.
Oye, y felicidades por lo del sábado. Estáis que lo tiráis.

La de la tiza dijo...

Odry: cualquier día nos encontramos en esos vagones de Gallardón.

Angelillo dijo...

Qué blog más chulo!

La de la tiza dijo...

Angelillo: bienvenido a esta tu casa, estaré encantada de recibirte tantas veces como quieras volver.
Saludos.