lunes, 12 de abril de 2010

Mi narguile en Ramalla



Estamos acostumbrados a que los medios de comunicación nos suministren información de lo que ocurre en prácticamente cualquier lugar del mundo. Un accidente, un terremoto, inundaciones, un atentado lo conocemos casi en tiempo real. La demostración más rotunda de la globalización de la información fue el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Lo vimos en vivo y en directo.

He dicho información y debería añadir algunas puntualizaciones. En el ataque a las torres, como en cualquier otro foco noticioso, conocemos aquello que los editores quieren que conozcamos. Ni más ni menos.

En Nueva York, por ejemplo, no vimos ningún fallecido. En Haití, en cambio, hemos visto los cuerpos destrozados por el terremoto. ¿Por qué? Porque la prensa nunca es neutral y responde a los intereses de cada país, de cada grupo mediático o de presión. Eso, que intuimos a veces, lo comprobamos cuando tenemos oportunidad de conocer el terreno donde nacen las noticias.

He sido lectora de El País desde su fundación hasta hace pocos años. Me dí de baja como suscriptora y, aunque lo compro de vez en cuando, tengo una cierta reticencia hacia sus actuales responsables. No me gusta cómo se posiciona en relación a asuntos cruciales sin proporcionar a sus lectores las razones de esa posición.

Esa reticencia no impide que respete a alguna de sus firmas. Enric González me parece un buen periodista, de los de la vieja escuela, de los que explican por qué dicen lo que firman, de los que acuden a las fuentes y contrastan su información. Este periodista es el corresponsal de El País en Israel.

Palestina es una tierra de resonancias especiales para mí y creo que para quienes hemos sido educados en la religión cristiana. Más allá de cómo hayan evolucionado nuestras creencias con los años, hay nombres unidos indefectiblemente a nuestra infancia, a la maestra querida, a nuestros padres, nuestros abuelos: Belén, Nazaret, Tiberiades, Jerusalén…Yo siento que tengo una vinculación afectiva con aquella tierra y con su toponimia.

He tenido oportunidad de recorrer la Palestina ocupada y el Israel ocupante y de vivir experiencias que no olvidaré jamás.


Como soy una tía con suerte, he tenido el privilegio de hablar con parlamentarios judíos y con dirigentes palestinos, y con ciudadanos de a pie de ambos pueblos, que apuestan claramente por la paz y por el entendimiento.


He tenido la ocasión de ver con mis propios ojos lo que sucede en las ciudades israelíes y en los campos de refugiados palestinos, de comprobar cómo Israel ha levantado un muro más cruel y eficaz que el de Berlín sin que ni la ONU ni Estados Unidos – el primo de zumosol de los judíos - hayan tomado medidas para evitarlo.


He visto, he constatado, y he oido cómo lo corroboraban autoridades con capacidad para denunciarlo, que en Israel hay una crisis de derechos humanos.


Guardo un recuerdo imborrable de un encuentro con mujeres de una cooperativa de Kalandia, cuya responsable nos confesaba - al grupo de mujeres que formábamos la expedición – que en toda su vida no había conocido un día de paz y que había perdido la esperanza de vivirlo.


En ese mismo lugar, muy cerca de Jerusalén pero aislado por un muro y por un control más riguroso que cualquier frontera, hay un campo de refugiados donde se hacinan miles de familias que fueron trasladadas allí hace sesenta años y allí permanecen como si el tiempo y el espacio hubieran hecho un paréntesis caprichoso y se hubiera olvidado de ellas.


Los habitantes de los campos de refugiados no tienen los mismos derechos que sus vecinos de las ciudades próximas. Carecen de pasaporte y no pueden obtener trabajo fuera del campo. Dependen de las ayudas de Naciones Unidas y están sometidos a los controles y presiones de la administración israelí más aún que el resto de palestinos porque son más vulnerables. Recorrer un campo de refugiados es una experiencia difícilmente olvidable.

Pude ver allí cómo los niños crecen sin más horizonte que la desesperación porque Israel les impide incluso la asistencia a las escuelas.


Pude hablar con padres que han visto morir a hijos adolescentes por disparos del ejército israelí que responden con disparos a las pedradas de estos jóvenes. Pude comprobar en esa visita que la realidad tiene muy poco que ver con la información que proporcionan la mayoría de los medios.

Un poco más allá de Kalandia se levanta Ramalla, la capital administrativa de la Palestina teóricamente autónoma, el enclave donde vivió aislado sus últimos años Yasser Arafat, el fundador de la Organización para la Liberación de Palestina, hostigado por los tanques de Israel en su refugio de La Mukata, convertido hoy en un hermoso parque.


Lo primero que sorprende de la ciudad es su dinamismo, su movimiento continuo, la riqueza y abundancia de sus tiendas.


Frente a la aspereza de Jerusalén – donde los radicales judíos dificultan el desenvolvimiento cotidiano de una ciudad moderna – Ramalla aparecía como una ciudad acogedora, tolerante, divertida y actual.


De hecho, allí fue donde me fumé mi primer narguile. Yo, que hace 38 años que no fumo.
- No os engañéis, nos dijeron entonces los palestinos con los que hablamos, Ramalla es la excepción en Palestina. Es la válvula que nos consiente Israel porque le conviene a sus intereses y a nosotros nos permite mantener viva la ilusión de que así podría ser nuestra vida si algún día la consiguiéramos la paz.


Enric González publicaba en la edición dominical de El País de ayer un artículo, Ramalla brilla en el escaparate, donde corrobora aquella impresión mía.


Te lo aconsejo, si tienes un rato. Leerlo ha sido doblemente satisfactorio para mí. Me ha permitido refrescar mi recuerdo de Ramalla y corroborar la opinión que tengo sobre el valor testimonial y didáctico de un buen periodista.

4 comentarios:

Tita dijo...

No he tenido tiempo de leer El País semanal, mira que me gusta.

De todos modos, te admiro. Siempre he considerado que seguir a lo largo de los años el conflicto palestino-israelí necesita de grandes dosis de paciencia, inteligencia y humanidad.

Me desespera la falta de esperanza al fin del conflicto, y confieso que no soy capaz de seguirlo.

(¡Y ese muro!!!!)

Besos

Anónimo dijo...

Lo leeré sin falta, que mi padre compra el País cada día.

Que tristeza e impotencia da la situación de esa gente ... lo malo es que hay quien cierra los ojos, y día que pasa año que le sigue ...

Besos !

La de la tiza dijo...

Tita: el artículo se publicó en el cuadernillo central del periódico, no en la revista.
Tienes el enlace en el post.
Yo pensaba como tu respecto al conflicto de Oriente Medio, me parecía un poco rollo, la historia de siempre. Hasta que recorrí el terreno y conocí a los judíos y a los palestinos.
Hay gente formidable en los dos países, empeñados en llegar a un acuerdo de paz, pero son minoría.

La de la tiza dijo...

Bet: lo has definido muy bien: día que pasa, año que le sigue...
Es una sensación de desesperanza.
Yo creí que Obama podría presionar al gobierno israelí porque es el primer presidente norteamericano que no ha financiado su campaña electoral con los fondos de los grupos sionistas, pero veo que ha aflojado mucho la presión.
Porque Israel depende absolutamente de la financiación norteamericana, especialmente en el capítulo de armamento. En el momento en que USA cierre el grifo de dólares, Israel se colapsa.
Deben aceptar la existencia de dos estados pero la resistencia interna es enorme.
No hay que olvidar que a Isaac Rabin le costó la vida su intención de llegar a un acuerdo de paz.