lunes, 30 de agosto de 2010

Allá va la despedida



Hemos ido al pueblo para despedir agosto y a los amigos que aquí se citan cada año. Algunos se han ido ya, sólo quedan los recalcitrantes. Y los viejos, que apuran los días cálidos antes de retirarse a sus cuarteles de invierno: la casa de la capital o la de alguno de los hijos.

Los viejos del pueblo tienen hiperdesarrollado el sentido crítico. Saben exactamente qué es lo que hace mal el mundo mundial y hablan de lo divino y de lo humano con un desparpajo que parecen seres de otro mundo. Hablan de Obama, de Putin, de Chavez, Castro o Zapatero como si comieran con ellos todos los días, como si supieran lo que piensan, lo que dicen, lo que saben. Hablan de los que ellos creen que tienen tufo izquierdoso. A los Bush, Aznar, Rajoy y compañía ni los toques. Y, no se te ocurra poner en cuestión algo que les concierna o de lo que ellos mismo puedan ser responsables porque te lo apuntan en el debe para toda la vida.

Lo digo por experiencia. Hace mucho tiempo, en una tarde agosteña como la de ahora, en un momento de relajo, hablábamos de lo conservadores que son los pueblos castellanos, que no tienen casi nada que conservar, y se me ocurrió decir que, a mi manera de ver, no hay nada más tonto que un pobre de derechas. Interpretaron que yo les había llamado tontos y pobres y aún no me lo han perdonado. A mí me la sopla pero la cruz no me la quita ni el Papa que viniera.

Cuando llegamos el viernes, nos cuentan que el pueblo anda revuelto por las obras. El ayuntamiento ha conseguido unas ayuditas de esas que el gobierno está repartiendo para aliviar el paro y con ellas ha dispuesto pavimentar dos calles porque la ayuda no da para más. Casualmente, en una de esas calles vive una hija del alcalde y un hermano en la otra.

El día que se publicó la aprobación de las obras en el tablón del ayuntamiento se formó la primera bronca. Vecinos de otras calles se presentaron a protestar. El alcalde respondió que eso era lo que había y que si les parecía mal que fueran a quejarse a la Diputación o a la Moncloa.

El alcalde ya ha advertido al PP que no cuenten con él para las próximas elecciones, que está harto de aguantar improperios y de que nadie le agradezca el tiempo que está perdiendo. El PP – porque aquí los alcaldes son del PP por la gracia de Dios – anda tanteando al personal, buscando sustituto.

En cuanto nos quitamos la ropa “de Madrid” nos encaminamos a la plaza donde ya está formado un corro de tertulianos. De vez en cuando pasa un grupillo de críos, por debajo de los veinte años, con bicis y motos de pequeña cilindrada. Ni nos miran. Nosotros y nuestros amigos – de distintas quintas de los años 40 - somos los “jóvenes” de la reunión. Hace rato que se han apalancado los viejos del lugar. Se les nota el enfado.

- Porque éstos no tienen sangre en las venas que si no, ya se habría montado una buena, rezonga uno de los veteranos señalando al grupo de “jóvenes” que zanganeamos cerca de ellos.

- ¿Qué vas a esperar de una gente que prefiere irse a la playa a tostarse como chicharras en vez de venirse al pueblo, que además de estar en su casa, estarían fresquitos?, responde otro.

- A ver, padre, ¿por qué no tengo yo sangre si puede saberse?, se da por aludido Miguel Ángel, ¿y por qué no puedo ir a la playa si me pago los gastos con mi dinero?

Mi chico, que conoce el percal, me hace una seña de que yo ni mú.

- Porque no sé qué se te ha perdido a ti en la playa, en primer lugar, y porque más vale que pensaras en ahorrar en vez de ir por ahí gastando lo que tienes y lo que no.

- ¿Cómo que lo que no tengo?, protesta Miguel Ángel, ¿Te he pedido algo? Además, que me gasto lo que me da la gana, que para eso trabajo todo el año. ¿O es que te crees que la vida empieza y termina en ir a la tierra a ver cómo recogen la cosecha?

Discusiones de este tipo se repiten cada año, forman parte del ritual estival. La queja eterna de los padres que han vivido apegados a la tierra, esclavos de ella, y no entienden que sus hijos quieran disfrutar un poco de la vida, conocer lugares, paisajes nuevos. Para ellos, todo lo que no sea quedarse en el pueblo es dispendio.

En verano, claro, porque los veteranos del secano, en cuanto llega el otoño se apuntan como locos a los viajes del Imserso. Que no quiero hablar de ese asunto pero esos que ahora parecen medio mustios luego protagonizan Sodoma y Gomorra en versión spanish.

El enfado este año va por otros derroteros y, una vez mordida la presa, los mayores no quieren soltar bocado.

- Más valdría que os preocuparais un poco de lo vuestro, de la cosecha y del pueblo. Que ahí tenéis al alcalde, haciendo de su capa y un sayo y pavimentando a gusto de su familia, insiste otro.

- ¡Quiá!, se incorpora otro al coro celestial, a éstos les sacas del fútbol y cuatro tontadas más y no quieren saber nada.

- Anda, ahora resulta que es a nosotros a quienes nos gusta el fútbol, si cuando el mundial no habéis dejado una silla libre en el teleclub, se queja Dani.

- No cambieis de tema, más vale que os fuerais a casa del alcalde y le pusieráis las peras a cuarto, dice mi suegro.

Mi chico, cuyas discusiones con su padre por este tipo de cuestiones son antológicas, propone cambiar de aires.

- Podíamos ir a refrescar un poco a la bodega.

- Eso, salid huyendo como los cobardes para no tener que oir las verdades, insiste mi suegro.

- No te preocupes, padre, ahora pasamos por la casa del alcalde y cuando salga le doy una patada en los huevos y le digo: te la doy yo porque mi padre no puede levantar la pata.

Con las risas no oimos los comentarios de los veteranos salvo un eco ya lejano que dice algo así como ni respeto ni nada.

En la bodega hacemos un pica-pica y, sin darnos cuenta, se nos echa la noche. De allí nos vamos directamente a la cama.

Con el fresquito dormimos como marmotas. Hasta que oimos golpes en la puerta. Cuando nos damos cuenta, tenemos a Maite en la puerta de la habitación:

- Que bajéis de una vez, cojona, que no sabéis la que se ha montado.

Nos vestimos a toda prisa y salimos despepitados detrás de ella. Medio pueblo está en una de las calles señaladas para ser pavimentada. En un extremo, una cuadrilla de albañiles rodea una hormigonera paralizada por tres tractores que se han apalancado -en mitad de la calle. En el otro extremo, el alcalde vocea con los tractoristas: el padre de Miguel Ángel, el de Mario y mi suegro.

- Por última vez os lo digo, o quitáis los tractores o llamo a la guardia civil, amenaza.

- Fíjate como temblamos, responde uno.

- Eso, llama a la guardia civil si tienes cojones, dice mi suegro.

- Cojones son lo que me sobran, contesta el alcalde. Y si no fuera por la edad yo mismo os bajaba del tractor.

- Anda, mira, el alcalde dice que está viejo para subir al tractor, se mofa el padre de Mario.

Siento de veras que, con las prisas, me he dejado la cámara de fotos en casa porque esto lo cuentas y no te creen, me digo. Mario y Miguel Ángel y mi chico se acercan a los tractores con la intención de hacerles abandonar la calle.

- Ojo con las tonterías, que aquí no se acerca ni dios, dice uno. Los otros hacen ademán de poner en marcha las máquinas.

- Al que se acerque me lo llevo por delante, dice mi suegro.

El que parece capataz de la obra, se dirige a voces al alcalde, que está al otro extremo de la calle.

- No pasa nada, jefe, el lunes volvemos. Si hoy veníamos fuera de jornada, dice, conciliador, con un acento indudablemente latino.

- De aquí no se mueve nadie, le responde el alcalde, nervioso.

- A ver si te aclaras, se chotea Mario padre, ¿No decías que nos teníamos que ir?

- Vosotros sí, pero ellos se quedan, por mis santos cojones. Que de mí no se ríe nadie, se queja el alcalde, y menos tres viejos que no pueden ni con los calzones.

Según nos cuentan, llevan así más de una hora. Los tres jinetes han tomado posiciones hacia las 8 de la mañana y así se los ha encontrado la cuadrilla de obreros cuando ha llegado. Éstos han llamado al alcalde y ahí estamos todos siguiendo la representación.

Mi chico, que es de suyo conciliador, trata de apaciguar al alcalde.

- Déjalos que ya se cansarán. Total, un sábado tampoco iban a hacer mucho los albañiles y el domingo yo me llevo a mi padre a casa.

- Tú habla por tí, no por los demás, tercia mi suegro.

- Es que me tienen quemada la sangre, se queja la primera autoridad. Si no fuera por lo que es, me iba a por la escopeta y estos se bajaban cagandose la pata abajo.

- Anda, vete, vete a por la escopeta. Mira a ver si, de paso, encuentras la pistola de tu padre y te cargas a tres o cuatro, como antaño, dice uno entre la gente que sigue la escena.

A mí me corre un escalofrío. Se hace un silencio momentáneo pero, enseguida, unos y otros se enzarzan en acusaciones agrias que no tienen nada que ver con la pavimentación de la calle.

En esas estamos cuando aparece un jeep de la guardia civil. Aparcan en la bocacalle donde están los obreros. Se bajan dos agentes y se dirigen hacia el alcalde. Al llegar a la altura de los tractores miran a los conductores y el que parece jefe les saluda jovialmente.

- ¡Qué! ¿Entreteniendo el verano?

- No, señor agente, responde Mario padre en tono respetuoso.

- Defendiendo lo que no defienden ustedes, contesta mi suegro.

- ¿Qué dais de comer a tu padre que saca esos bríos?, pregunta a mi chico el que resulta ser capitán.

Cuando llegan donde está el alcalde éste les pone en antecedentes.

- Creo que sería mucho mejor si despejaran esto y cada uno se fuera a su casa, medio ordena el capitán.

Pero nadie se mueve. El capitán se pone a saludar a alguno de los veraneantes como si estuviera de visita. Al cabo de un rato, se acerca a los tractoristas. Los tutea.

- Vamos a ver si nos entendemos, dice. Ya hemos visto todos que estais en forma y que podéis paralizar la obra. Pero alguna vez tendréis que usar el tractor para otra cosa de más provecho, digo yo. Así que, por hoy, los obreros se van a ir, van a descansar el fin de semana pero el lunes van a venir a primera hora y la calle va a estar libre. También puede ocurrir que el lunes, cuando vengan los obreros, los tractores sigan en la calle. Entonces seguiremos el procedimiento legal: los retiraremos nosotros, os pasaremos la factura de lo que cueste la operación, y, si no pagáis, sacaremos las máquinas a subasta.

- ¿Y qué pasa con el alcalde? ¿No le van a multar por arreglar sólo las calles de su familia?, responde mi suegro.

- Pues si ustedes creen que hay alguna ilegalidad pueden denunciar los hechos y el juez determinará si hay o no delito, responde el capitán. Pero, mientras se lo piensan yo creo que lo mejor es que se lleven los tractores de aquí y acaben el día tranquilamente.

Los tres abuelos se miran muy ufanos, pero no se mueven.

- Bueno, ustedes verán pero nosotros nos vamos a seguir el servicio, concluye el capitán. Se dirigen al jeep seguidos por el alcalde, Miguel Ángel, Mario y mi chico.

- Joder, cómo se las gastan en este pueblo, dice el guardia más joven.

- No crea, le explica Mario, por lo general es gente mansa, dejan hacer al que manda y se les va la fuerza por la boca. Hasta que un día se les hinchan las narices y dan una campanada, como hoy. Y de campanadas como ésta alimentan rencores toda la vida.

Los guardias saludan muy educados y se van.

Los hijos de los tres rebeldes vuelven a la calle. Mi chico trae cara de mala leche. Se dirige a los sublevados.

- Estoy hasta los cojones de este numerito. Si os parecía mal las calles que eligió el alcalde podíais haberlo denunciado, cualquiera de nosotros os hubiera ayudado, pero ahora habéis perdido la razón. Y lo único que váis a conseguir es que no volvamos al pueblo nunca más. Así que ahora mismo cogéis los tractores y os váis a casa.

Al cabo de un rato, el padre de Mario pone en marcha la máquina y, lentamente, muy lentamente, se dirige al corral. Tras él, el padre de Miguel Ángel.

- Dí que sí, Mario, así se hace, le jalea uno de su quinta en la retirada.

Mi suegro permanece impertérrito, de brazos cruzados, como si estuviera mirando la tele.

- Ahora que ya nos has dado el berrinche a todos, lo mejor que puedes hacer es coger el tractor y llevarlo al corral, le dice mi chico. Luego, se da media vuelta y yo detrás de él.

No hemos andado diez metros cuando se oye la puerta del tractor cerrada de golpe. Amainamos el paso, mi suegro nos alcanza y al pasar a nuestra altura, tira las llaves. Mi chico las coge al aire.

- Si quieres lo retiras tú, dice.

- Éstos, cuanto más viejos, más cojonudos…, murmura Isidra, una vecina que ya no cumple los ochenta. Mi chico pone en marcha el tractor y se lo lleva a casa.

Todavía nos dura el sofoco cuando nos reunimos con los amigos, a la hora del vermú.

- Con estas cosas se te quitan las ganas de venir, dice, por fín, Miguel Ángel.

- El caso es que se pasan la vida hablando de lo divino y de lo humano y luego no son capaces de hablar entre ellos de las cosas que les tocan de cerca, añade Maite.

- Ahora, vete a explicarles a los chicos que éste es un buen sitio para vivir, se lamenta Mario.

El sábado, a última hora de la tarde, sin ponernos de acuerdo, nos percatamos de que a todos nos ha entrado prisa por volver a casa.

Para despejar el mal sabor de boca, una vez en el coche, mi chico y yo nos ponemos a recordar canciones de la tierra. Volvemos a Madrid cantando a todo meter.

Allá va la despedida
la que dió el gato a la gata,
que al bajar la escalera
le metió la quinta pata.

Una despedida sola
dicen que no vale nada
vayan una, vayan dos
vayan tres y cuatro vayan.

Y con esta ya van cinco
y allá va la despedida
y con esta ya van cinco
y ya no cantamos más
si no nos dan vino tinto.

Y allá va la despedida
por encima de un ciruelo,
quién te pudiera pillar
en el pajar del abuelo.

Allá va la despedida
La que echan en Plasencia
El que no lo haiga catao
Que aguarde con gran paciencia…

12 comentarios:

Uma dijo...

Pues como se las gastan los abuelos ¿no? eso también te digo que los alcaldes de pueblo, sean del signo que sean, se las gastan bravas y a veces se merecen eso y más!
Por otro lado debe ser frustrante que no te tomen en serio ni cuando te sublevas!
en fin!!
besos

Anónimo dijo...

Es lo que pasa en los lugares pequeños: a veces una pequeña rencilla da lugar a un enfrentamiento muy gordo, quizá a una enemistad para toda la vida. Y luego sale en las noticias el caso del señor del pueblo de toda la vida que un día cogió la escopeta e hizo una barbaridad.
Hay que tenerlos bien puestos para presentarse a alcalde en un pueblecito.
Pero, ¿sabes qué? Ese día los viejucos se sintieron vivos, y aunque no se salieran con la suya, lo recordarán como algo épico...

Anónimo dijo...

jajajaja vaya despedida ! lo que me he reido con los tres rebeldes y su aventura !
Que se vayan calzando los del PP jajaja ...

Besos !

La de la tiza dijo...

Uma: entre los alcaldes hay algunos ejemplares dignos de estudio pero no te pierdas de vista a los abuelos, que no tienen otra cosa que hacer que mirar y criticar.
Rhiannon: tienes razón, fue su hazaña, de la que se retroalimentarán lo que les queda de vida..
Y sí, hay que tener ganas para ser alcalde de estos pueblos o tener un proyecto muy, muy importante.Gracias por tu visita.
Bet: los del PP en esos pueblos están bien calzados ya.

Tita dijo...

Me has teletransportado. A mi madre, de toda la vida, diciendo su categórico:

-No hay mayor desgraciado que el pobre, obrero y de derechas (en caliente cambiar desgraciado por gilipollas)

Con los años, los que la conocemos, sabemos que cuando agita la cabeza de lado a lado, lo está pensando aunque no lo diga.

Me has teletrasportado a ayer mismo al lado de un corrillo en la piscina: por fin escuchamos a los votantes (hasta ahora invisibles) de la Espe. Me da pena que sean incapaces de ver que las políticas no corresponden a las personas, sino a las ideologías compartidas de determinados grupos. En este caso de grupos que les mantienen fuera a propósito salvo para pedirles el voto.

No pudimos por menos que agitar la cabeza como mi madre...

Besos

La de la tiza dijo...

Tita: ya lo ves, cómo somos las madres. Y lo malo es que las hijas nos vamos pareciendo a ellas.
Te lo aseguro, yo de toda la vida era igualita que mi padre y, desde que me aproximo a la edad respetable, cuando me miro en el espejo me digo, ¿pero qué hace ahí mi madre? Hasta que caigo en la cuenta de que soy la hija.
¿Qué tal vamos, guapa?

Tita dijo...

jajajaja ¡te entiendo! veo en el espejo los ojos de mi padre, en la cada vez más parecida cara de mi madre.

Por no hablar del culo de la familia tal (apellido materno) maldición de la que mi hermana y yo creíamos haber escapado jajajajaja

Partiendo de ahí, todo lo demás...frases incluidas, si no heredao si "robao"

Estoy como una flor ¡gracias por preguntar! voy a disfrutarlo mientras pueda y la barriga me deje ser persona!

Pilar dijo...

¿A quien se le ocurre decirles que ellos ya no podían?

Los mayores son un grupo muy especial, bueno tanto como todos los demás grupos y grupitos que podamos hacer con gente, por edad, por sexo, aficiones, lugar de residencia, etc...en serio que son muy suyos.

llevo casi tres años trabajando en un área que les afecta y sigo de sorpresa en sorpresa, y reconozco que a veces, me asustan, dicen cosas que hilan la sangre y parten el tiempo, es como si los años sólo hubieran pasado por su carnet de identidad y sus arrugas, pero fueran capaces de armar la que sea en un pispás.

Ahora, perdonarás que me diera la risa imaginando a los tres abuelos en el tractor, en plan no nos moverán.

Por cierto, estoy segura que volverán a votar al PP en la próxima ocasión, parece que en el fondo es lo que les gusta.

Tómate con calma la vuelta al cole, que promete...

La de la tiza dijo...

Pilar: ¿Cómo que en el fondo les gusta el PP?
En el fondo, en la superficie y entre dos aguas. Les va la marcha. Se identifican con ellos y, si no pueden, se lo perdonan. Todo, menos reconocer que hacen algo mal. Ni se te ocurra. La culpa de todo la tienen las izquierdas, parece mentira que no lo sepas aún.
El caso es que luego no son mala gente pero, anda, que para aguantarlos, ni juntos ni por separado...
Aunque yo, en esta ocasión, no abrí la boca.

La de la tiza dijo...

Se me olvidaba lo del tractor. Es un misterio para mí. Los ves medio derrengadillos a los abuelos, que parece que no les sostienen las piernas pero, todo es coger el aparato y es como que se teletransportan, que diría Tita.
No sé si tendrá el asiento atómico o qué pero a mi suegro le quitas el tractor y le da un parasiempre.

Valdomicer dijo...

Creo que no debemos confundir: Las gentes de estos pueblos -lo digo por experiencia- no son de derechas ni de izquierdas, ni blancos ni azules, ni Capuletos ni Montescos. Son tradicionalistas.
Y chauvinistas. Las cosas se hacen así, porque es así como se hacen. No cabe otra manera, así la hizo su padre, que lo apredió del abuelo al que se lo enseñó el bisabuelo, al que....
¿El tractor? Tan solo es una yunta con más fuerza, el arado sigue siendo el mismo y las faenas agrícolas se siguen realizando como en tiempos de los fenicios. Y la alimentación y las costumbres y las fiestas y... y... y...¡La religión!. Conozco amás de uno que afirma no creer en dios, pero sí en su santa madre.
Son conservadores desde el punto de vista de la sociología, no desde la política (que además no entienden) ¡Vivan las caenas!, y la derechona política sabe explotarlo, aquí y "en tóa tierra de garbanzos".

La de la tiza dijo...

Valdo: creo que tienes razón. Las cosas son así porque así son, porque siempre han sido así y para qué vamos a cambiarlo.
Vivan las caenas, cuánta razón.