domingo, 9 de enero de 2011

De Caton y su De Re Rustica

Mientras nos reímos rememorando las peripecias eróticas de los santos padres, yo busco en los archivos de mi disco duro mental los hipotéticos encantos de la vida rural y de lo bucólico. Sin éxito.

Vengo al pueblo porque es el de mi chico, porque a él le gusta y, una vez aquí, lo pasamos bien. Pero estoy ya en el límite de mi resistencia. Un poco de mismidad interior y otro poco de movimiento exterior, por favor. Esa es la razón por la que me he levantado pronto y he salido de puntillas de casa: un rato de sosiego, una pausa para pensar y estar callada.

Pues bien, henos aquí a los cuatro: el Heredero y la Miss, mi chico y yo bajo los canecillos románicos de la iglesia. Espero que alguien empiece a explicar la razón de tal conciliábulo.

- Tu hijo y yo queríamos contarte una idea que hemos tenido, abre fuego la Miss.

- Sólo si vosotros estáis de acuerdo, corrobora el Heredero, en un tono inusual en él, que es más del tipo ordeno y mando.

- Nos ha gustado tanto el pueblo que pensamos que sería un buen lugar para casarnos, dice ella, con una voz angelical.

- Eso es algo que tendríais que decidir también con tu familia, seguramente preferirán la catedral del Buen Pastor, que es un escenario más solemne. Y si lo que queréis es un pueblito, siempre podéis elegir ese donde tu madre veraneaba con tu abuela, alego yo, tratando de sacudirme el muerto, para qué voy a mentir.

- A nosotros nos gusta éste, insiste ella y el Heredero asiente.

A mí se me encienden todas las alarmas. ¡Más pueblo, no! Me pongo a pensar a toda velocidad razones que desaconsejan que el evento glorioso sea aquí cuando miro a mi chico y veo que se le han puesto tiernos los ojitos y mira al Heredero emocionado. Así que me callo.

- Habría que hacer algunos arreglos en la iglesia, responde al fin el de los ojitos. Siempre y cuando tus padres estén de acuerdo, naturalmente, en que la boda sea aquí.

En vista de que no hay mucho más que hablar, nos levantamos y tomamos el camino de vuelta.

- ¿Te imaginas cómo luciría la cola del vestido en esta escalinata?, me dice la Miss buscando mi complicidad mientras bajamos.

- Me lo imagino, sí, respondo aunque en realidad necesito un tiempo para hacerme a la idea, el procesador me funciona con cierta lentitud.

En la comida, mi chico saca el tema a la consideración familiar. Contra mi creencia, a los santos padres la idea les parece luminosa.

- Aquí no tendríamos problemas de seguridad, apunta Ignacio.

- Cuando yo me casé hicimos tres días de fiesta, trajimos música y todo, dos dulzaineros y una caja.

- Será como una boda medieval, Mamen se dispone a radiarnos la puesta en escena.

- Como cuando se casaron los príncipes de Asturias, recoge la hebra mi cuñada, la novia y la comitiva salimos de casa y vamos hasta la iglesia. Esperemos que no llueva.

- En mayo no suele llover mucho, supone Gigi.

- El 22 de mayo se casaron los príncipes y mira si llovió, insiste la cuñada.

- Si decidís que sea aquí, tenéis que decírmelo pronto para que yo pueda preparar la bodega, a ver si vamos a hacer cortos de vino, mi suegro sigue a lo suyo.

Mi chico me acaricia la rodilla por debajo de la mesa y yo le devuelvo la sonrisa. Debo de tener cara de espanto, que trato de disimular.

- Pero, vamos, que si vosotros tenéis otra idea, nosotros, encantados, digo a los santos padres, por decir algo.

- Fíjate, que bien pensado, creo que es el lugar ideal, responde Ignacio.

- Pues ya verás cuando conozcáis la iglesia, os va a encantar, añade mi cuñada.

- Sí, el Duomo de Florencia, estoy por decir, pero me callo de nuevo.
(Aquí no hay manera de coger el punto: tengo que callarme cuando quiero hablar y tengo que dar palique cuando quiero estar callada).

Los novios aprovechan para comunicar oficialmente que han decidido que la boda sea en los primeros días de mayo. Sacamos los calendarios, recién estrenados, y vamos señalando días con el dedo como si corriéramos fichas en el parchís.

- El viernes 6 sería una buena fecha, propone Gigi, porque queda todo el fin de semana por delante.

Se acepta la propuesta.

A la hora del café, cuando vienen los amigos y familiares, damos la noticia. Alborozo general. Los del pueblo están que no se lo creen.

- Hace más de siete años que no celebramos una boda aquí, dice Begoña.

- Bodas, las de antaño, apunta Dani, lo que mi suegro aprovecha para volvernos a contar cómo celebraron sus esponsales.

- Esto va a poner al pueblo en el mapa, añade Mario.

- El pueblo ya está en el mapa, asegura Gigi, bajo los efectos de otras emociones, seguramente.

Cuando terminamos el café, las copas y los puros, empezamos la recogida para volver a nuestros respectivos lares. En la despedida, alguien nos emplaza a celebrar más veces el fin de año en el pueblo.

- De momento, quedamos emplazados todos para la boda de mayo, responde mi chico.

Ya en el coche, noto que aún no me ha contado todo. Lo noto en el aire, soy un poco bruja. Espero que hable mi chico. Y, en efecto, habla.

- No hemos tenido ni tiempo para hablar estos días, empieza el discurso, así que no he podido comentar contigo el proyecto que hemos cerrado con Ignacio.

- ¿Quiénes hemos?, pregunto.

- Nosotros, pero también el Heredero y la Miss. Vamos a empezar en el pueblo a cultivar una serie de productos siguiendo criterios estrictamente respetuosos con el medio ambiente. Cultivos ecológicos, la idea que tenían los chicos desde el principio, en alguna de nuestras tierras, me explica.

- Tendrás que decírselo a tu padre, le digo, por incordiar un poco.

- Mi padre está encantado con la idea, se cree el rey Midas, con eso de que vengan de Madrid y del País Vasco a requerirle sus tierras.

Estoy a punto de decirle que el tiempo que le ha faltado para contarme a mí esos proyectos maravillosos le ha sobrado para contárselo a su padre cuando añade:

- Con decirte que ha llevado al Heredero en el tractor a ver las parcelas…

El tractor de mi suegro es sagrado. Su tesoooro. Y no hay forma de hacerle entender que ya no tiene edad de ir por esos campos con un cacharro antediluviano. Que cualquier día se llevan a los dos para el museo de Atapuerca.

El tractor es un modelo de los que ya ni se hacen, que a él le vale para recorrer sus tierras y, sobre todo, para creerse activo y en forma. La familia le hace las consideraciones oportunas que él escucha muy atentamente, contemplando cómo le entran por un oído y la salen por el otro.

En realidad éste es un cacharro casi nuevo en la casa, adonde llegó hace sólo cuatro años. Hasta entonces tenía otro más o menos de la misma quinta. Todos esperábamos que el aparato se descacharrara de una vez para que el hombre abandonara sus aficiones a lo Fitipaldi hasta que un día, en efecto, algún componente se defuncionó definitivamente. Mi suegro llamó a su hijo:

- A ver si vienes pronto, que tienes que llevarme al taller para que me arreglen una pieza del tractor, le dijo.

- Vale, respondió mi chico, con la sana intención de dar largas al asunto con la esperanza de que se olvidara definitivamente del dichoso tractor.

Así estuvieron unos seis meses.

- Que si me llevas al taller.

- Que hoy no puedo, que tengo mucho trabajo.

Hasta que un día, llegó a casa, orondo perdido, y nos comunicó orbi et urbi:

- Que ya no necesito que me bajes al taller porque me he comprado un tractor nuevo.

- No jodas, dijo mi chico, sin poderse contener.

- A ver cuándo os enteráis de una vez que no os necesito para nada, concluyó el patriarca, feliz como un niño con tractor nuevo.

Todos entendimos que lo de nuevo era una forma de hablar, porque el aparato tendrá más de treinta años, pero él se las arregla, sube y baja como si tuviera la mitad de la edad que tiene y, lo que resulta más sorprendente, consigue renovar el permiso de conducir, que eso sí que parece milagroso.

Que mi suegro haya aceptado que alguien suba a su tractor me impresiona realmente. Pero la idea de un negocio en el pueblo no es precisamente el sueño de mi vida. Me veo saliendo cada fin de semana despepitados desde Madrid para ver cómo crecen las lechugas ecológicas o lo que se decidan a plantar en estas tierras ubérrimas. Adiós nuestras excursiones al museo del Prado, o al Thyssen o adonde sea. Adiós, Madrid.

Voy jurando en arameo con el pensamiento, procurando que no se me note, y acordándome de Catón y su De Re Rustica. Finalmente, me decido a hacer una broma.

- A este paso, vamos a terminar empadronándonos en el pueblo, digo yo pensando que he llegado al colmo del disparate. Pero resulta que no, porque mi chico responde con toda su cachaza:

- No, tú no si no quieres, pero yo sí me voy a empadronar porque es conveniente a efectos de la PAC (Política Agrícola Común).

La que nos faltaba.

6 comentarios:

Pilar Abalorios dijo...

Boda en el pueblo, cultivos en el pueblo, empadronados en el pueblo, con el campo hemos topado!!!

Y si se cruza la PAC, poco apaño le veo.

Del huerto, al hotelito, del hotelito al turismo activo, del turismo activo al...

¿Sabes correr con tacones? Pues corre...

La que se avecina de aquí a Mayo...

Valdomicer dijo...

Tendrás que sacarte el carné de guiar tractores.
Los cultivos ecológicos requieren mucho estiércol (te puedo enseñar a preparar compost), hay que recolectar cochinitas (esos insectos tan simpáticos rojos con manchas negras) para que se coman los pulgones que se comen los brotes tiernos. Prepara insecticidas ecológicos a base de ortigas y jabón lagarto....
Muuuy, muuuy, muuuuy divertido.

Tita dijo...

Tan urbanita tú...¡ande te están metiendo!

¡Qué ilusión la boda! Oye, y qué espiritual lo del vestido sobre la escalinata...¡qué elevación!

Besitos

ODRY dijo...

Ostras pues a la Irma ni le menciones lo de el empadronamiento, que te obliga a empadronarte en el suyo, imagino que ya sabes como ha subido la demografia en su pueblo, je je je
Si es que al final terminamos todos criando lechugillas, ja ja ja
Un besazo.

La de la tiza dijo...

Pilar: un poco de caridad aunque no sea cristiana, homprepordios, que una no es de piedra. Y sí, sé correr con tacones y sin ellos. Que pierdo el trasero, vamos.
Valdo: no me he sacado el de conducir coches, voy a sacarme el de tractores. Anda, ya.
Y consta aqui que yo soy muy defensora del medio ambiente. Incluso del ambiente entero.
Tita: tú pare, nena, tú pare.
Odry: a la Irma ni se me ocurre mencionarla el padrón. Y no, lo reitero, yo no soy de criar lechuguillas, excepto que lo exija el guión, que no creo.

Anónimo dijo...

Lo que han cundido las fiestas ! ya tenemos fecha de boda y proyecto cerrado, madre la que se armará este año en el pueblo ...