miércoles, 19 de enero de 2011

Familia(s)


Estamos sentados en el sofá – apoltronados más bien – mi chico y yo en esta tarde noche tranquila y, de pronto, se me ocurre preguntarle:

- Tú ¿qué vas a ponerte?

- ¿No estoy bien así?, me mira con cara de sorpresa.

- Digo para la boda.

- ¡Ah! Yo cualquier cosa, y se desentiende de mí, enfrascado como está en su lectura.

- ¿Qué es exactamente cualquier cosa? ¿Los pantalones de pana? ¿Los vaqueros?

- Por ejemplo, contesta en plan chulín, que es como responde cuando yo me pongo irónica.

- Te advierto que ya todo el mundo va de chaqué a las bodas y en esta más, ya lo verás.

- Me parece muy bien, dice, a punto de entrar en la fase por un oído me entra por otro me sale.

- Vas a ser el único en ir de trapillo, reitero.

- A lo mejor lo pongo de moda, responde ya en el nivel automático, sin mirarme siquiera.

- Y la Miss se llevará un disgusto, se me ocurre de pronto.

- Pues si es tan tonta para disgustarse por una cosa así, mejor es saberlo cuanto antes.

Mi chico es un dechado de virtudes, lo declaro desde ya. Da gusto vivir con él. Siempre está de buen humor, raramente se agobia por algo, invariablemente ve el lado bueno de las cosas y de las personas, tiene paciencia, es inteligente, educado, amable. Un mirlo blanco. Pero como se le meta una cosa entre ceja y ceja, ya te puedes dar por vencida. No le vas a convencer. En casos extremos, si no queda más remedio, suelo recurrir al chantaje emocional con resultado desigual: unas veces da fruto y otras no.

- A mí me haría ilusión, inicio el ataque.

- ¿Qué es lo que te haría ilusión?, hace rato que se ha desentendido de mí.

- Que fueras de chaqué a la boda.

- Pues vaya ilusión más tonta, luego dices de la Miss.

Adivino que podríamos seguir así, peloteándonos frases ingeniosas o mordaces, hasta el amanecer, así que opto por ahorrar energías.

- Vale, será eso, y pongo cara de dolorosa en semana santa.

Abro mi libro y trato de enfrascarme en la lectura, pero en realidad pienso en los usos sociales y en los cambios que ha sufrido la sociedad en estos años. Evoco las bodas de hace 40, 60 años. Ceremonias invariable e inexcusablemente religiosas. Bodas de la España de postguerra, esas cuyas fotos he ido reuniendo y que guardo en una carpeta de piel. Me gusta contemplarlas porque hablan mejor que un historiador de aquellos años duros y tristes. La novia con traje de chaqueta negro y un ramito de flores blancas en la mano, sombrerito breve, quizá con tul. Sólo en las familias de alto copete la novia vestía de blanco. El novio con traje oscuro, el traje que le acompañaría durante lustros, con el que quizá sería amortajado. Ambos con cara de susto, casi siempre.

Van al matrimonio a tientas – Matrimonio y mortaja del cielo bajan, advierte el refranero –. Ellos se casan porque quieren estar “recogidos”, una mujer que sustituya a su madre y los atienda, a ellos y al hogar, que tenga dispuesta la ropa y la comida. Ellas, porque es la única salida que la sociedad ofrece a las mujeres que no quieren ir al convento. Sólo una minoría accede aún a la formación, universitaria o profesional. Incluso entre éstas, entre las pocas que trabajan, dejarán el trabajo al casarse. En algún caso obligatoriamente, en todos, con la bendición del Estado, que abona una “dote” a la novia trabajadora para que abandone el empleo.

Ojeo estas fotos de boda. Observo a los recién casados. Quizá han sido novios durante años pero seguro que han tenido muy pocos momentos de auténtica intimidad, de conversaciones de sosegadas, de caricias. Una chica que se “dejara” era una chica “fácil” lo que, en la moral restringida de la época, era una etiqueta peligrosa. De fácil a puta había apenas un matiz. Los novios serios y formales tenían impedido traspasar determinados territorios no sólo en la manifestación de los afectos. En cada pueblo, en cada pequeña ciudad hay una frontera tácita que los novios, y sobre todo las novias, decentes no habrán de franquear so pena de vergüenza pública.

“Nunca fuimos más allá del Montecillo mientras fuimos novios”, he oído contar mil veces a las mujeres de mi familia con cierto orgullo.

- ¿Qué había en el Montecillo?, preguntaba yo.

Nada, antes y después sólo había carretera. Alguien había determinado la moralidad como una cuestión de longitudes, de apariencias, de sospechas. Una moral que sólo giraba en torno al sexo, con el sexto mandamiento como ley suprema, en una sociedad desgarrada y dolorida por una guerra aún reciente. Todo en aras de la familia monolítica y única: el padre es el representante legal y quien ostenta el poder delegado: de Dios y de Franco.

Miro luego las fotos más recientes. Fotos de mi generación. Las novias ya se casan de blanco, la mayoría de largo. Trajes historiados, de lujo, en los que se aprecia el nivel adquisitivo familiar. España vive los años del desarrollo y en las bodas se tira la casa por la ventana. También los novios son distintos. Ellas y ellos sonríen francamente a la cámara. Aún vive el dictador, aún rige la moral de la apariencia pero la sociedad revienta ya por las costuras. Algunas de esas novias han ido a la universidad y muchas trabajan. Son empleos poco relevantes aún: secretarias, azafatas, enfermeras, periodistas, maestras, éstas son las únicas de cierta consideración social, pero muy raramente llegarán a directoras.

La mayoría, con la excepción también de las maestras, dejarán el empleo al casarse. Los maridos siguen considerando un menoscabo para su virilidad que su mujer gane dinero. Si por azar ganara más que él – lo que sólo se produce cuando él es realmente inútil - el menoscabo puede devenir en impotencia. No pueden soportarlo. Las excepciones son todavía escasas.


Mi generación. Es la que realmente voló el sistema. Nos ha tocado cambiar casi todo. Empezamos a ir a la universidad, participamos en política, nos enfrentamos a nuestros padres primero, a nuestras parejas después. Incluso a Franco, aunque esto sirvió de poco. Reivindicamos nuestra autonomía, aprendimos sobre la marcha.

Fuimos las primeras mujeres que pudimos elegir nuestra maternidad, no como designio divino, sino como un acto de voluntad propia. Pudimos elegir si queríamos embarazarnos y, en caso afirmativo, cuándo. Los anovulatorios – que en los primeros años eran ilegales – nos confirieron autonomía. El trabajo nos dio las riendas de nuestra vida.

Una mujer de mi familia sostiene la teoría de que la culpa de todo lo que me ha pasado en la vida la tiene mi decisión de trabajar. Algo de razón tiene porque de no haber trabajado, de no haber dispuesto de mis propios ingresos, nunca habría podido decidir por mí misma si quería vivir en pareja o no y, en caso afirmativo, con quién quería vivir.

Con quién, esa es otra cuestión. Mi generación estrenó también el divorcio y reivindicó la despenalización del aborto. Que ninguna mujer tenga que acabar en la cárcel por su decisión de abortar. Dinamitamos la familia, sostiene la iglesia tradicional y corroboran los bien pensantes. Ya no hay un modelo familiar único. Ya no hay una manera única y exclusiva de ver la vida, el sexo, la sociedad.

Tampoco hay una sola forma de matrimonio. Una pareja puede optar por casarse por el rito religioso, por varios, incluso, mediante trámite civil e incluso no oficializar su relación sin tener que dar explicaciones a nadie ni perder por ello el respeto del entorno. Hemos vivido una auténtica revolución social.

- Estoy dispuesto a hacerme un traje nuevo, pero de ninguna manera me voy a disfrazar de camarero, la voz de mi chico interrumpe mi digresión mental.

- Tampoco yo voy a ponerme mantilla y peineta, aunque me lo pida el gobierno vasco en pleno.

8 comentarios:

Pilar Abalorios dijo...

De este agua no beberé, este cura no es mi padre, nunca jamás....;)

Me encantó el paseo por el tiempo, recuerdo las fotos de boda de mis abuelas, de riguroso negro, corto y con un ramito discreto, la de mis padres, de blanco, de largo, con velo, las mías (je, je)...me encantan las bodas, y los hombres de chaqué.

Besos mil, madrina.

Valdomicer dijo...

¡Ajá!
¡Ya sé que lo dices por mí! Que me vistieron de grillo y a mi ella de mantilla y peineta.
Pero me libré de petición de mano, cosa de lo que no ha de librar a tu chico toda la providencia divina.
Ve comprando unos pendiente de perlas. ¡Anda!.

ODRY dijo...

Me gusta el paseo por el tiempo, mi madre me a contado siempre muchas cosas, algunas me costaba creerlas, pero es bueno recordar de vez en cuando, para saber de que tenemos que huir y no caer nunca jamás,
¡Viva la liberación de la mujer!
Aunque nos toca trabajar el doble claro, son las contraindicaciones.

UN besazo.

Uma dijo...

simplemente me ha encantado! Que fuerte lo del punto del que no se puede pasar para ser decente!!
Es general!! En mi pueblo (y en mi tiempo) era una nave industrial con nombre propio!
Mi abuela materna se casó de blanco y de largo (y tenían cierto nombre, pero nada serio) y mi abuela paterna (que se casó de negro y corto) nunca se lo perdonó a mi madre...y eso que ellos (mis abuelos) si tenían dinero...¡que historias!
Por otra parte ¡gracias por allanarnos el camino! No me puedo imaginar una vida sin los derechos de hoy en día y eso que a veces envidio no tener más puntos de "beligerancia" (que tú dirás que los hay y que las de ahora no hacemos nada!)aunque me reconozco bastante conservadora!
Al final te has metido de lleno en la preparacion de un superbodorrio!!
¿es divertido verdad?? a mi me encantó organizar el mio!!

Besos

Cruela DeVal dijo...

Lo que has escrito lo lees en una editorial del país y no te extrañas porque es allí donde tiene su lugar...
En esos aspectos es donde veo la diferencia con Bélgica a nosotras nos llevaron al huerto bastante antes jajajaj

Besos

Anónimo dijo...

Me ha encantado el post, que buen repaso, de diez !

Gracias a tu generación que voló el sistema, conviví en pecado mortal con J un año, luego decidimos casarnos y a nuestra manera, pasamos del protocolo de principio a fin jajaja ...

¡Besos!

La de la tiza dijo...

Pilar: efectivamente, nunca debe decirse nunca. Pero a mí la peineta y la mantilla, como que no, fíjate.
Valdo: pendientes no, un anillo herencia de familia.
Odry: no deberíamos trabajar el doble si ellos trabajaran lo que les corresponde y nosotras no hiciéramos su tarea.
Uma: yo creo que cada cual pelea lo que cree que le corresponde pelear. En cuanto a la organización, no le acabo de coger el punto de la diversión.
Crue: lo de El País, tal como están las cosas no sé si tengo que darte las gracias o negarte el saludo. Respecto al huerto, es verdad fuimos más tarde pero hemos hecho lo que hemos podido para no quedarnos rezagadas.
Bet: quién más quién menos, todos hemos vivido en pecado lo que hemos podido.
Besos.

Esther dijo...

Qué bonito!
Me ha encantado ése paseo por el tiempo, qué bien resumido, objetivo. sustancial... ha estado genial...
Enhorabuena!