jueves, 7 de abril de 2011

Café Comercial

Hay lugares que tienen historia como otros tienen fantasma y otros, encanto. El Café Comercial de Madrid reúne un poco de todo ello. Data de 1887 y no estoy segura de que hayan hecho muchas modificaciones desde entonces. Si alguna vez entró un fantasma, allí se ha quedado. Vetusto, rodeado de espejos que te devuelven la imagen, es uno de los cafés históricos con encanto.


El Comercial fue uno de los escenarios de mi primera juventud, allá por la década de los sesenta del siglo pasado. Allí he quedado cientos de veces con algún aspirante a noviete – aspirante por su parte o por la mía - o con amigos y en él he pasado tropecientas tardes, a veces estudiando y muchas más de cháchara.

Sus amplios ventanales se abren a la Glorieta de Bilbao y te permiten contemplar el tráfico humano de la zona, también el de vehículos, pero ese carece de interés para mí. Hacía años que no iba por allí.

Hoy he quedado allí con una amiga con la intención de entregarle personalmente la invitación a la boda. Nos citamos a las 5,30 y a esa hora accedo por la puerta giratoria que tantas veces me vio pasar antaño. Me siento en una mesa junto al ventanal del centro. El local está exactamente igual que estaba hace 40 años, quizá más.

Miro en derredor y observo que también los asistentes parecen los mismos de entonces, la mayoría es gente de mi edad. Sólo hay un joven, absorto en un ordenador. En el rincón de la derecha, un hombre maduro escribe también en un portátil, otro lee en e-book (exactamente el Papyre 6.2), un poco más allá una pareja se aburre silenciosa. A mi izquierda, una pareja de lesbianas conversa animadamente, una mujer sola lee el periódico. Entra Javier Rioyo con dos acompañantes y se sientan en otra mesa. (Estoy empezando a sospechar que Javier Rioyo - a quien no conozco de nada - y yo tenemos los gps particulares enlazados porque allí donde voy, allí que lo encuentro; la última vez nos tropezamos en la calle Doctor Cortezo, yo salía de los cines Yelmo Ideal).

Al fondo, dos hombres (¿padre e hijo?) permanecen callados. Otros dos hombres ocupan sendas mesas mientras hablan por el móvil. En otra, dos hombres más conversan sosegadamente; en las sillas de al lado se amontonan paquetes, para que luego digan que ellos no compran. En la mesa de al lado, un hombre – más o menos de mi quinta – hojea una revista de ecología mientras bebe un mosto y pica patatas fritas.
Poco después entra un hombre y se dirige a la mesa ocupada por la pareja aburrida y saluda al hombre, quien le presenta a la mujer.

- Nos conocimos en casa de Arturo, dice ella.

- ¿Margarita?, pregunta él.

Les sigo un rato la charleta mientras pienso que ahí debe haber una historia esperando que alguien la cuente. Luego, entra una pareja muy joven. Así debía ser yo cuando empecé a venir al café, pienso.

Va pasando el tiempo. Mi amiga se demora. Miro el reloj por enésima vez y dudo si esperar un rato más o irme (para colmo, he olvidado el móvil en casa así que no puedo llamar para saber si está de camino). Opto por tomar unas notas en una servilleta (me he puesto de fina para la cita y en el bolso no me cabe el cuadernillo que siempre llevo encima).

A las 6 mi amiga sigue sin aparecer. Noto que mi vecino de mesa me mira atentamente.

- Me parece que a los dos nos han dado plantón, me dice.

- Espero que no, digo por fin.

- ¿Tienes plan?, le oigo al hombre.

Miro atentamente por si hubiera una cámara oculta. No es posible que me esté pasando una cosa así a estas alturas. Pensaba que algo habría cambiado desde que estoy fuera del mercado del ligue pero si es así, éste no se ha enterado. Me mira esperando la respuesta.

- Sí, sí, acierto por fin a balbucear.

- Es que estoy en Madrid de paso, insiste.

- Yo no estoy de paso en nada, aspiro a dejar huella, respondo. En ese instante, me pregunto a mí misma por qué le he dicho tamaña majadería. El hombre me mira con cara de no entender. Yo me siento como si estuviera viviendo un bucle y me veo hace 40 años en este mismo lugar, iniciando el ligoteo o debatiendo con mis amigos sobre el futuro. Nuestro futuro y el del país.

Por fin, aparece mi amiga. El hombre del mosto se va. Nos saluda.

- ¿Quién es éste?, pregunta mi amiga.

- Uno que quería tener un plan conmigo.

- Mira la mosquita muerta, se burla ella.

Recordamos otras reuniones en este mismo lugar, a algunos de los amigos.

- Estuve en el entierro de Enrique Curiel, cuenta, y siento una punzada en el corazón.

Finalmente, le entrego la invitación.

Me asombro de dos cosas: de cuántos de los sueños que entonces barajábamos se han hecho realidad y de que una parte de la perspectiva que oteábamos sea ya pasado.

7 comentarios:

Pilar Abalorios dijo...

No conocía el lugar, me lo apunto, me encantan los cafés de antes, esa atmósfera de tiempo detenido.

(yo tengo una libretita ideal en funda de piel que cabe en cualquier bolso ;)

Si es que tú no lo dices, pero si el heredero es tan guapo, será por algo ¿no? Guapa!!

Valdomicer dijo...

No lo conozco. No lo identifico y lo lamento profundamente.
Recuerdo un local parecido en la calle de La Princesa; pero hace ya tanto tiempo....
"Nostalgia"= Dolor por lo pasado.
Y arrepentimiento por lo no hecho.
Cuando vaya a Madrid tendré que pasarme por allí, aún a riesgo de encontrarme con Javier Rioyo.

Anónimo dijo...

Que bueno que ese café siga resistiendo y de vez en cuando puedas ir a recordar viejos tiempos y hasta ligar jajajaj ...

¡Besos!

Tita dijo...

Tristona y nostálgica te leo...he oido hablar de ese café (¿a ti en otro post hace mucho?) pero no lo conozco.

De esos antiguos solo he ido al café Gijón.

Algunos de mis cafés "antiguos" siguen, otros desaparecieron.

Besitos

Uma dijo...

Mira! este si lo conozco! que a veces pienso que vivieramos en ciudades distintas, aunque es lo que tiene haber llegado a Madrid tarde.
Y si que es verdad que tiene un "algo" especial!
Lo importante es cumplir objetivos, no hay que apenarse por ello ¿no?

Sergio DS dijo...

Desde el blog de Cruela (http://crueladeval.blogspot.com/2011/04/memeandome-me.html) nos invitan a completar un magnífico cuestionario.

"Ni harto de vino" sospecharía que compartiría tan digno honor contigo.
...será el destino.

:)

La de la tiza dijo...

Pilar: anótate el lugar, tiene un aire decadente pero muy atractivo. Y mi bolso era muy, muy pequeño.
Valdo: pues sería que por entonces frecuentabas otros barrios, a mí éste me pillaba cerca de casa. Nostalgia no tengo, creo que he hecho casi todo lo que me había propuesto.
Bet: nena, yo trato de ligar cada día pero con mi chico, que no me va mal.
Tita: ¿tristona? no, salvo por la pérdida de amigos.
Uma: el café está en zona de marcha de jóvenes, será por eso que lo conoces.
Sergio: se ve que somos capaces de hacer muchas cosas "hartos de vino".