domingo, 4 de julio de 2010

Mis ciudades amadas: Port Etienne


Tengo dicho cientos de veces que yo he descubierto casi todo en los libros. Y lo que no, en el cine. Mi generación es que teníamos muchas carencias.

En los libros descubrí, pues, la existencia de Port Etienne. Resultó que Antoine de Saint Exupery, un autor favorito en mi juventud, cubrió durante un tiempo los vuelos nocturnos en la línea Casablanca-Port Etienne. El escritor, conocido universalmente por “El principito”, había escrito una obra que tituló así “Vol de nuit” (Vuelo nocturno) que resultó premonitoria pues que el autor murió en un accidente aéreo.

Ese cúmulo de circunstancias y la sonoridad del nombre contribuyeron a ir creando en mi imaginación una especie de halo de misterio en torno a la ciudad. Así pasaron los años. Para la ciudad y para mí.

Hasta que, por uno de esos golpes de fortuna con que a veces me regala el destino, me surgió un viaje de trabajo a Mauritania. Entonces refresqué mi sueño de visitar Port Etienne. Pero para entonces, la población había dejado de existir. El nombre se lo habían impuesto los franceses y, tras la descolonización, los mauritanos le habían bautizado como Nuadibú, (Nouadhibou, en francés).


Así que, héteme en Nuadibú, siguiendo el rastro de Port Etienne y de Saint Exupery. Del escritor queda poco más que un recuerdo difuso. Del puerto quedan unos restos herrumbrosos como enormes dinosaurios marinos que hubieran varado a la orilla y se hubieran quedado allí para la eternidad. Son grandes barcos que un día transportaron el hierro desde las minas cercanas y otro día dejaron de navegar definitivamente sin que nadie hallara un lugar mejor donde ubicarlos.

Nuadibú es una ciudad de unos 100.000 habitantes, la segunda en importancia de Mauritania y su capital económica. Además de por el tráfico de minerales, su importancia le viene dada por la pesca: allí recalan las flotas que operan en el caladero sahariano.


La ciudad carece de cualquier encanto a los ojos de un occidental. Baste decir que el servicio de limpieza más eficaz lo constituían las cabras, que comían cuanto encontraban en su camino, bolsas de plástico incluídas, y los portes se encomiendan a los burros, especie en vías de extinción por estos lares. Sus alrededores, en cambio, son impresionantes. Muy cerca se encuentra Cabo Blanco, con una importante colonia de focas monje, y los restos de La Güera, de resonancias familiares para muchos españoles, puesto que perteneció al Sáhara Occidental. Poco más que un castillo militar queda en pie.


Nouadibú es una ciudad que limita con el desierto por todas partes menos por el oeste, que la baña el mar. Y creo que es ahí donde radica su encanto: la posibilidad de pasar la noche en el desierto, con las estrellas al alcance de la mano, percibiendo el silencio absoluto, sintiendo el viento como una presencia física. ¡Qué cosa misteriosa, el desierto!


En nuestro viaje al interior, teníamos como guía a una médica conocedora de la zona. Conducía un viejo y renqueante Jeep. En ese coche nos dirigimos tierra adentro. En el desierto no hay caminos ni carreteras ni señales, no sé como se orientaba pero lo hacía.

De repente, el coche quedó trabado en la arena. Cuando más maniobraba, más se hundía. Todos menos nuestra guía éramos de la especie urbanita, género matritense. Empezamos a sentir un amago de soponcio.

¿Y ahora?

Nada, no pasa nada, nos tranquilizó ella, esperaremos a que pase alguien.

¿Quien va a pasar por aqui, si no hay señal ni camino, si estamos en medio del desierto?, preguntábamos.

Siempre pasa alguien y se para a ayudar, aseguraba nuestra guía.

Durante un rato, buscamos infructuosamente alguna piedra o tabla en la que afianzar la rueda hundida para poder salir de allí. No hubo manera, todo lo que alcanzaba nuestra vista era desierto, arena y desierto. Nos disponíamos mentalmente a esperar cuanto hiciera falta, hasta que pasara algún vehículo al que hacer autostop o que alguien se percatara de que el grupo de españoles había desaparecido, cuando a lo lejos apareció, primero, un punto negro que, paulatinamente, fue haciéndose más nítido hasta distinguirse la silueta de un coche, una furgoneta.

Como había aventurado nuestra guía, la furgoneta se paró junto a nosotros, de ella se bajaron dos hombres, presumiblemente mauritanos, que, al vernos en el apuro, sacaron no recuerdo qué utensilios de su coche con los que desembarazaron el nuestro.

Cuando pudimos seguir camino, la guía nos llevó a la casa de una familia amiga suya que nos agasajó a la manera tradicional mauritana: nos ofrecieron té, dátiles y carne de camello que yo, poco carnívora, digerí como pude.

En el hotel, con el pomposo nombre de Palace, el baño disponía de pequeñas pastillas de jabón Heno de Pravia, las mismas que había en la casa de mi abuela. Quien me enseñó a leer y me regaló, muchos años antes, El Principito.

Vericuetos que tiene la vida.

8 comentarios:

Pilar dijo...

Cuando lo que has imaginado po rmuhco tiempo no acaba coincidiendo con la realidad, hace falta mucha madurez para encajarlo con holgura, y supongo que cuando eso pasa, de algún modo la vida te premia.

Uma dijo...

que bonito!! y que miedito!! estoy con Pilar en que hay que saber salir al encuentro de que se ha buscado, aunque le cambien el nombre!
besos

ODRY dijo...

La imaginación, a veces se queda corta y otras se pasa, es lo bueno de imaginar, mientras seas conscientes de que imaginas, claro.
Valla trabalenguas acabo de hacer.

Un besazo.

Valdomicer dijo...

Llevo muchos días dándole vueltas en la cabeza: ¿De qué me sonaba a mí este sitio?. Recuerdo que amigos míos que anduvieron por el Sáhara Occidental haciendo "la mili" me contaron algo alguna vez. Y es que está situado en una península separada longitudinalmente por la frontera entre Mauritania y El Sáhara.
Si me pierdo, no me busquéis por allí.

Tita dijo...

Desde luego sin tu crónica, no habría sabido encontrarle la belleza a las fotos, que la tienen, claro, pero con tu ayuda. También estoy de acuerdo en ir en búsqueda, y ajustar lo vivido a lo imaginado y hacer un nuevo recuerdo

Abrazos

La de la tiza dijo...

Chicas: os aseguro que el sitio es uno de los que recuerdo con más emoción. Sobre todo la noche en el desierto. Es una sensación como de tocar las estrellas...
Valdo: sí, se trata de La Güera pero de aquello apenas queda nada. Yo tampoco creo que fuera alli a perderme pero me alegro de haber estado.

Juani dijo...

Yo estuve viviendo en Port Etienne en la década de los 50, y puedo asegurar que era un lugar paradisiaco, hoy todas las fotos que veo de la ciudad, me causan verdadero horror, es una tierra destrozada y empobrecida. Estoy escribiendo sobre aquellos recuerdos, llevo unas 100 páginas y aún me quedan anécdotas para rato, pues cuanto más escribo, más recuerdo.
Viví en cuatro casas y las puedo describir como si fuera ayer, estuve en el colegio Saint-Exupery en Port Etienne y también en el de Cansado, vi el inicio de la constucción del puerto, tengo fotos subida en la primera locomotora, estuve en la casa blanca en la que se celebraban algunas fiestas para los empleados de la compañía y viví frente a los secaderos de la SIGP, era un pequeño núcleo habitado que estaba formado en el borde del desierto. Nos comunicabamos con Las Palmas con la flota de correillos al que pertenecían el Viera y Clavijo y el León y Castillo. mis doce primeros años transcurrieron precisamente allí y fui inmensamente feliz.

La de la tiza dijo...

Juani: qué emoción me ha producido leerte. No dejes de escribir esos recuerdos. Quizá sea el único testimonio que quede para los que nos sigan y, en todo caso, será una hermosa manera de rememorar aquellos años.
Dicen que no hay más patria que la infancia. Si es así, perteneces a un lugar que debió ser maravilloso por cómo hablan de él quienes lo conocieron.
Yo, como he contado, llegué más tarde y aún así, evoco a veces su imagen al caer la tarde y siento un nudo de emoción en el ánimo. Por cierto, cerca de allí había una especie de balneario donde iban a pescar personajes famosos de la época pero no anoté su nombre y lo he olvidado. Nadie ha sabido darme cuenta de él, se diría que lo hubiera soñado pero no, era un sitio muy real, de cuyo embarcadero guardo fotos...
Gracias por dejar aqui tu mensaje. ¡Cómo te lo agradezco!