jueves, 11 de febrero de 2010

El misterioso azar

El pasado domingo me ocurrió una curiosa casualidad. Cuando me disponía a acceder a una de las salas del antiguo Hospital de San Carlos, hoy Museo Reina Sofía, me topé con un hombre que tenía una ceja totalmente oscura y la otra mitad oscura y mitad albina. Un fenómeno, me pareció. Será que he recorrido poco mundo pero era la primera vez que veía una cosa así.

Seguí la visita y, unos metros después, un chico joven con la misma rareza. La ceja derecha parcialmente albina. Ya es casualidad, me dije. Pero antes de terminar el recorrido aún me encontré con otra persona con idéntica pecualiaridad, todas ellas sin aparente conexión entre sí. Debe ser que éstos han visto algo que les ha impresionado sobremanera, pensé, pero no lo suficiente para encanecer del todo. La impresión les ha alcanzado sólo media ceja.

El azar es algo misterioso. Cuando se produce, en casos de más fuste que una sucesión de cejas raras, me provoca una perplejidad que me cuesta explicar.

Recuerdo dos azares misteriosos de los que he sido testigo en un caso y protagonista en otro.

Hace años, salimos mi chico y yo para asistir a un concierto y cuando llegamos encontramos que el aforo estaba cubierto y no podíamos entrar. Allí mismo nos encontramos con una pareja de amigos – ambos argentinos, Nani, residente en Madrid, y Oscar, vecino de Buenos Aires, de vacaciones en Madrid, a los que les había ocurrido lo mismo que a nosotros. En vista de lo cual, decidimos dar un paseo por el centro.

A la ruta se nos unió otra amiga, con la que previamente habíamos quedado para cenar en casa después del concierto. Cambiamos los planes iniciales para adaptarlos a los cinco y nos fuimos a cenar a un argentino del centro. Tras una larga sobremesa, decidimos tomar una copa en el Palacio de Gaviria en la calle Arenal.

Cuando nos dirigíamos allí, pasada la 1 de la madrugada, vemos que Oscar se para a saludar una familia que bajaba varias maletas de un taxi. Grandes abrazos, gran algazara.

¿Qué está pasando? Nos preguntamos los cuatro. Ocurría que Oscar se había encontrado con unos vecinos de Buenos Aires que, pásmate, estaban recorriendo Europa y acababan de llegar de París. Habían tenido que darse un montón de casualidades, amén de varios cambios de planes, para que aquellos bonaerenses fueran a encontrarse en plena calle Arenal en la madrugada de Madrid. Misterios de la vida.

El segundo azar me toca más cerca. Ocurrió poco después que mi ex se largara de casa, llevándose lo más valioso que había en ella, incluyendo al hijo que teníamos en común. Aunque él no era Romeo y, con toda seguridad, yo no era Julieta, y hacía mucho tiempo que lo nuestro era una mezcla de rutina y responsabilidad arrastrada, el percance me había dejado hecha una braga. Un hombre, ni de lejos, me decía a mí misma, si voy por la calle y veo venir unos pantalones, me cambio de acera.

En ese trance, me llamó un chico al que conocía de haberlo visto cuatro veces y haber cruzado tres palabras con él.

- Que me he enterado de que te has separado, me dijo.

- Pues sí, te has enterado bien, respondí.

- Yo quería decirte que toda la vida he pensado que eras una chica estupenda y que Manolo tenía mucha suerte por compartir la vida contigo. Que era justamente lo que yo quería, una mujer como tú. Así que, siento mucho que lo estés pasando mal pero quería pedirte la oportunidad de salir contigo y bla, bla, bla.

He de añadir que he visto varias veces la película “Calle Mayor”, en la que un grupo de amigos se confabulan para que uno de ellos corteje a la solterona del pueblo, le pida en matrimonio y, cuando ya está en el bote, darse el idem y dejarle a ella a merced de las burlas de sus vecinos. Pensé que el pollo, que para más inri se llamaba – y se sigue llamando – Manolo, como el ex, había hecho una apuesta con sus amigos y querían correrse una juerga a mi costa. Eso, y que no estaba el horno para bollos. (Mi abuela, que no era marquesa como doña Espe, pero que era deslenguada como si fuera presidenta de la Comunidad, hubiera dicho que no estaba la zorra para bailes).

Prosigo. Le dije, de la mejor manera que supe, que le agradecía la deferencia de haber esperado tanto tiempo manteniendo sus sentimientos en silencio pero que no tenía el cuerpo para romances, que no tenía intención de tener pareja ni entonces ni en jamás de los jamases.

Lo cual era más verdad que el sol y la luna juntos. A la sazón no tenía ninguna intención de tener pareja en mi vida.

Lo que ocurre es que la vida es eso que pasa mientras nosotros hacemos planes (Lennon dixit). Y poco después apareció mi chico en mi vida, suavito, como el que no quiere la cosa, y cuando quise ponerme en guardia ya era tarde y ambos estábamos enamorados como dos colegiales. Romeo y Julieta en su quintaesencia.

Llevábamos unos meses saliendo juntos cuando un día fuimos a comer a un sitio que conocíamos de oídas. Entramos en el restaurante cogiditos de la mano y ¿a quién dirás que nos encontramos? Efectivamente, a Manolo bis. El pobre, se puso lívido que hasta yo misma, que soy un poco cegata, lo noté. Me sentí fatal. Porque el chico no me importaba ni poco ni mucho, fuera cierta o no la historia de su amor platónico, pero tampoco tenía ningún interés en herir sus sentimientos, cualesquiera que fueran.

En fin, pensé, que mala pata la coincidencia.

Pasado un tiempo, dos o tres años, una amiga nos invitó a una cena en una asociación de cine forum de la que era socia. Aceptamos la invitación y ¿a quien nos encontramos? Exacto. No sólo estaba Manolo bis, es que era el presidente de la cosa. Nos saludó muy amablemente y me dijo que se alegraba de verme feliz.

Yo creo que el azar se está cebando conmigo, pensé. Pero me había quedado corta.

Resultó que el invitado de honor de la cena era un director de cine que había estudiado en la misma facultad que mi chico y, ta,ta,ta,chan, en la misma que Manolo bis. En promociones distintas, menos mal, pero coleguis. Tócate los pies. A veces el azar se pone a hacer horas extras y es la releche.

8 comentarios:

Uma dijo...

la leche!!que de casualidades!!
No es por desmerecer a tus cosas (que la de los vecinos argentinos tiene su aquel) pero lo mas fuerte con diferencia es cruzarte con 3 personas con media ceja albina en un mismo día...(ya me parecería raro en una misma vida...) ¿¿¿¿Como es posible tener media ceja albina???
besos,

Valdomicer dijo...

Mira y comprueba si uno de las personas con una ceja blanca con las que te cruzaste es éste:
http://www.rtve.es/noticias/20090808/cacereno-jorge-luengo-proclama-campeon-del-mundo-magia-pekin/288359.shtml
Besos.

Tita dijo...

Las dos primeras casualidades...me dejan las cejas albinas hasta a mí.

Las otras...a ver si es que el Manolo bis este te sigue, e incluso te prepara estas encerronas. Que debes estar tú de buen ver, seguro.

¡Besitos!

La de la tiza dijo...

Uma: eso mismo digo yo... Es la primera vez que veo una cosa parecida, por eso alucinaba. ¿Estaré viendo visiones?, me decía, pero no, allí estaban vivitos y reales.

La de la tiza dijo...

Uma: eso mismo digo yo... Es la primera vez que veo una cosa parecida, por eso alucinaba. ¿Estaré viendo visiones?, me decía, pero no, allí estaban vivitos y reales.

La de la tiza dijo...

Valdomicer: no tengo retentiva suficiente para reconocer a alguien por una foto pero estos que vi tenían media ceja blanca. Yo diría que no era el mismo.

La de la tiza dijo...

Tita: ná de ná. Conste que se me dan con frecuencia cosas como encontrarme con algún conocido que vive en la otra punta de España y acaba de llegar a Madrid, pero cejiblancos, eran los primeros. Ah, y no iban juntos.
En cuanto a lo de Manolo bis, pues tampoco. No vive en Madrid y desde la cena aquella no he vuelto a verlo. Tendrá cosas más interesantes que hacer que preparar encerronas, te lo aseguro.

Tita dijo...

Bufffffffff, anda, anda, ¿te voy a explicar a ti que el mundo se mueve o por poder, o por amor?

No te subestimes, y al Manolo bis, tampoco. Ya estoy imaginando a ese pobre hombre, siguiendo tu vida, tratando de entrar en ella, de tropezar contigo...Ay, qué romántico....jajajajajaja ¡¡estoy zumbada!!

Besos