sábado, 27 de noviembre de 2010

Calidad de vida


Hay gente, conozco a algunos, que abandonan la ciudad para asentarse en pequeños núcleos rurales buscando una vida más tranquila. En Madrid no hay calidad de vida, sostienen. Y son sinceros, sin duda.

¿Qué es calidad de vida?, me pregunto a veces. Parto de la base de que todas las personas necesitan tener cubiertas las necesidades mínimas para empezar a hacer filosofía. Primun vivere, deinde philosophari.

Semanas atrás, a media tarde del viernes, me formuló mi chico la pregunta del millón: ¿Qué hacemos?

- Lo que tú digas, respondo siempre cuando se trata de cosas así de profundas.

- Podíamos ir a ver la exposición de Renoir, propuso.

- Pues muy bien.

Y allá que nos fuimos. El museo del Prado ha traído una selección de obras del Sterling and Francine Clark Art Institute (Williamstown, Massachusetts), breve pero muy interesante para hacerse una idea sobre la obra de Pierre Auguste Renoir, pintor impresionista francés.

Tuvimos suerte porque no hubimos de hacer cola ni había mucha gente. La mayor parte de las veces, el Prado está lleno de visitantes que se agolpan junto a los cuadros más famosos y nos impiden disfrutar de los tesoros de la pinacoteca.

En esta ocasión paseamos tranquilamente entre las obras que reunieron esa pareja americana, el tal Sterling y su amada Francine. Este es el momento de decir que a mí me parece una inmoralidad que alguien puede acumular una fortuna tal que le permita comprar obras como para crear un museo de este porte o del Thyseen, pero formulada esa declaración de principios, añado que mejor que empleen lo ganado en estas cosas que en yates y minucias de esa jaez.

La exposición reúne tres o cuatro de los mejores lienzos de Renoir; la recorrimos varias veces para apreciar algún detalle, para comentar alguno otro que nos había pasado inadvertido; la disfrutamos, en suma.

Concluida esta visita, pasamos a la ampliación del Prado, en una de cuyas salas han montado una curiosa recopilación de la obra que el museo posee de Rubens siguiendo un orden estrictamente cronológico.



No es Rubens uno de mis pintores favoritos pero la exposición es interesante y está bien documentada. Lo que más me gusta es el cuadro de Las tres gracias. No por su valor intrínseco, que no lo discuto, sino porque, con arreglo a ese canon de la belleza, me siento una sílfide.

- Yo hubiera sido la reina de los mares en el barroco, le digo a mi chico.

- Tú eres la reina de los mares también ahora, responde, galante.

En vista de lo cual, le propongo ir a picar algo por el centro. Nos dirigimos paseando al mercado de San Miguel, un viejo mercado modernista recuperado in extremis y convertido en una lonja para gourmets. En los numerosos puestos se pueden comprar toda suerte de exquisiteces y consumirlas allí mismo o llevárselas a casa. Los bares proporcionan líquidos diversos con y sin alcohol.

Sólo tiene un fallo el lugar. Siempre está a rebosar. Después de haber sido salvado de la piqueta y de la ruina, acabará muriendo de éxito. Hay días que resulta difícil acceder al interior pero, si lo consigues, es imposible encontrar una mesa donde depositar un simple vaso, cuanto más un plato.

Cuando llegamos está que se sale, literalmente. Brujuleamos un poco y decidimos comprar unas ostras y unas delicatesen de Lhardy, que allí tiene puesto, y comerlas tranquilamente en casa.

Preparo la mesa con unas velitas mientras mi chico abre esa botella de cava que ocupa un sitio fijo en la nevera y nos damos un gustillo al cuerpo.

Mientras cenamos, le hago la pregunta retórica que siempre repito en momentos como éste:

- ¿Crees que Botín tiene más que nosotros?

- Más quisiera, repite mi chico, indefectiblemente.

- Esto es calidad de vida, remacho, un paseíto por el Prado y cenita con velas.

- Con velas, con ostras y con cava, puntualiza mi chico, que le ha tomado la medida a la botella y que raramente se pone piripi pero que, cuando lo hace, tiene su punto.

7 comentarios:

Tita dijo...

¿Ves? Cuando vi en la tele que organizaban la exposición de Renoir, es de esos pocos escasísimos momentos en los que me gustaría vivir en la ciudad, así, un poco céntricamente para poder pasar tres o cuatro ratos en diferentes momentos para verla.

Salvando la falta de árboles y de cielo de algunos barrios, Madrid o cualquier gran urbe puede ser tan buen sitio para vivir como otro.

Yo necesito tener arboles, muchos, cerca (por lo que me valdría el Retiro), y tal y como dicen por ahí, tener el trabajo a 15-20 minutos máximo. Eso dicen que es la calidad de vida.

Yo, que he probado los diferentes extremos, es una opinión que comparto...

Pd. Si vuelves al Prado a ver a Renoir, y ves una peonza a punto de reventar ¡no te vayas sin decirme nada!

Abrazos

Valdomicer dijo...

Desde que Antonio de Guevara pusiera punto final a "Menosprecio de corte y alabanza de aldea" allá por el S.XVI, hasta hoy, nadie ha sabido encontrar el punto en que un habitante de la corte no se queje de su estado,excepto tu, claro.
Y además lo llamas "calidad de vida".
¡Qué dos bofatás para mí en un semana!.
La otra ha sido la de Víctor llamando "sitio desolado y siniestro" a donde yo vivo.
Pero ver en un día una treintena de Renoir, una selección de Rubens y pasarse por el antiguo mercado de San Miguel (del cual ya me informó Víctor convenientemente)y, para más inri, por la tienda de Lhardy (ostras y delicatessen, nada menos),y acabar asaltando el "frigo" para dar debida cuenta de la pobre botella de cava... a mí me produciría Síndrome de Stendhal.

La de la tiza dijo...

Yo digo que soy una tía con suerte y creeis que exagero pero vivo en el centro de Madrid, con una pequeña terraza llena de plantas que dan a una plazoleta desde la que se ve el cielo y las estrellas (cuando las hay, milagros tampoco). Voy al Prado paseando, y al Reina Sofía, y al Thyssen y al Caixaforum... y al cine y al teatro. Volveremos a Renoir y estaré atenta.
Valdo: yo es que soy como los geranios, donde me ponen echo raíces. Pero, además, tiendo a mirar el lado bueno de las cosas. Y Madrid, si te olvidas del alcalde y de la lideresa, tiene algunas ventajas. Amén de que yo soy poco rural.
Ya leí a Víctor y no quiero ni pensar lo que diría de mi casa, que no tiene bodega.
Pero si quieres superar el síndrome de Stendhal no tienes más que venirte un fin de semana (o una semana, tu que puedes) por los madriles. El cava - perdón, champán - lo ponemos nosotros.

Pilar Abalorios dijo...

Eso es calidad de vida, sí.

Y calidad de compañía, y calidad de gusto educado y sobre todo capacidad de sacarle todo el jugo a la vida.

Salud!!!

ODRY dijo...

Calidad de vida, se tiene allí donde uno decide encontrarla, no son los sitios los que nos dan calidad, somos nosotros mismos los que debemos sentirnos agusto, donde sea y con quien sea.

Un besazo mi niña.

Rosa dijo...

Yo también vivo en el centro de Madrid y me encanta. No soy de aquí pero desde pequeña la ciudad me enamoró y decidí que aquí tenía que acabar. A veces me desespera, sobre todo a nivel humano (yo que soy de un pueblo pequeño, echo de menos el contacto no programado, aquí para quedar hace falta cuadrar mil agendas, tener tiempo..., allí, simplemente tocar a la puerta) pero por ahora no lo cambio para nada: salir de casa y tener un millón de opciones para ganarte esa calidad de vida, que para mí es sobre todo todo hacer lo que quiera.

Me ha encantado tu post, me ha venido genial leer que alguien piensa como yo.

Felicidades por el blog

Rosa (hablomuchoescribopoco.blogspot.com

La de la tiza dijo...

Pilar: ...y calidad de las personas que se conocen... Un abrazo.
Odry: cómo se ve lo joven que eres. Eso es lo difícil, encontrarse a gusto con uno mismo. Y lo que cuesta a veces.
Rosa: un gusto encontrarte por aqui. Seguramente hay mucha gente que piensa lo mismo; es cierto que en la gran ciudad es más complicado identificar a los amigos y encontrarnos con ellos; a cambio, tampoco tienes que verte con quienes no te apetece. Y puedes ser siempre anónimo. Ah! qué gran privilegio me parece ese.
Espero que nos veamos por aqui.